.Orlando Guevara Núñez
En
su alegato de autodefensa ante el Tribunal que lo juzgaba por los hechos del 26
de julio de 1953 – el asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba y Carlos
Manuel de Céspedes, en Bayamo- el máximo jefe de esa acción, Fidel Castro Ruz,
sintetizó en seis puntos las principales transformaciones que emprendería el
gobierno revolucionario una vez alcanzado el poder, junto con la conquista de las libertades públicas y la
democracia política.
El problema de la
tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el
problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud
del pueblo.
Ese
histórico alegato, pronunciado el 16 de octubre de 1953, devino en programa por
el cual se continuó luchando y movilizando a las masas. Fidel fue condenado
a 15 años de prisión, y el 15 de mayo de
1955 fue amnistiado, marchando hacia México el 7 de julio de ese mismo año, con
el objetivo de organizar el regreso a la Patria para continuar el combate
armado contra la tiranía de Fulgencio Batista. El 2 de diciembre de 1956
desembarcó en el Yate Granma, junto a 81 combatientes, iniciando la guerra
revolucionaria que alcanzó la victoria el 1ro. de enero de 1959. Y el Programa
del Moncada comenzó su inmediata aplicación.
El
problema de la tierra era uno de los más necesitados de solución. Léanse
algunos datos sobre la situación agraria
cubana en esa época y podrá comprenderse la magnitud del drama.
El 85 por ciento de los
pequeños agricultores cubanos –expresó
Fidel en su denuncia ante el Tribunal -
está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas.
Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está en manos
extranjeras (…) Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara
de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en cambio,
permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de trescientas
mil caballerías de tierras productivas.
En
Cuba, la Constitución burguesa de 1940 planteaba la eliminación del latifundio,
pero ese artículo quedó como pieza de museo, sin ninguna aplicación y, al
contrario, la tierra continuó pasando a
manos de los poderosos, nacionales y extranjeros, mientras los campesinos y
otros productores se hundían progresivamente en la miseria.
En
aquel momento estaban registradas 159 000 fincas. Y el 20 %de los propietarios
tenía menos del 1 por ciento de las tierras. El 1 %, tenía el 46% de ese medio
vital para la vida en el campo. En solo 13 latifundios norteamericanos
asentados en la economía azucarera, se concentraba la impresionante cifra de
1 173
000 hectáreas, extensión superior
a la poseída por 101 278 fincas pequeñas, mientras que más de 100 000
campesinos trabajaban la tierra sin ser dueños de éstas, y sólo el 30 por
ciento de quienes trabajaban el agro eran propietarios. En 894 personas se monopolizaba la tercera parte del área dedicada a la
agricultura.
Unos
33 000 agricultores eran aparceros, es decir, trabajaban una parcela sin ser
dueños y tenían que pagar a sus propietarios, mientras que 13 000 eran
precaristas, quienes se asentaban en tierras del Estado, sin proceder legal
alguno. Unos y otros, eran objeto constante de extorsiones, abusos, desalojos y crímenes en una sociedad donde la
tierra no era de quienes la trabajaban. Otros 46 000 trabajaban como
arrendatarios y 6 987 como subarrendatarios.
Esa
situación era causante de que en nuestros campos, antes de 1959, más de 200 000
familias vivieran en bohíos miserables, sólo el 9 por ciento disfrutara del
servicio eléctrico, 96 de cada 100 familias no consumieran carne habitualmente,
menos del uno por ciento comiera pescado, apenas el dos por ciento tuvieran el
huevo en su alimentación y un 89 por ciento no contara con un decisivo
recurso dietético como lo es la leche. El drama de la alta mortalidad infantil
–más de 60 por cada mil nacidos vivos- los desalojos, los atropellos y
asesinatos, el analfabetismo y el abandono, se nutrían entonces de los
campesinos y obreros agrícolas cubanos.
Datos
ofrecidos por una encuesta de una organización juvenil católica, en 1957,
afirman que una familia campesina cubana, como promedio, tenía un ingreso de 46
pesos al mes para los gastos de alimentación, ropa, medicinas y
transporte, contabilizado el valor de
los alimentos que ella misma producía.
El
Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, en su libro La
Sierra Maestra y más allá,
describe con elocuencia a los pobladores de este territorio, enclavado en el
teatro de operaciones del Tercer Frente
Oriental Dr. Mario Muñoz Monroy, bajo su mando durante la guerra
revolucionaria.
“Muchos
de estos hombres han luchado por la posesión de sus tierras, reclamando sus
derechos a ellas, y al no obtenerlas las ocupan, luego son desalojados a plan
de machete por los rurales y destruidos sus bohíos halándolos con yuntas de
bueyes o quemándolos, un despojo brutal. Vuelven a ocuparlas y de nuevo son
sacados, así una y otra vez, en lucha constante que trasladan de unos a otros,
de padres a hijos. Así son estos hombres”.
Por
esas razones, la Reforma Agraria era vital, pues sin ella el país no podría
aspirar a la independencia económica, ni a la industrialización, ni a
transformar las terribles condiciones de vida de las familias del campo.
El
21 de septiembre de 1958, tuvo lugar en el territorio liberado del Segundo
Frente Oriental Frank País, presidido por el entonces Comandante y jefe
de esa fuerza guerrillera, Raúl Castro Ruz, el
Primer Congreso Campesino en Armas, donde la decisión fue apoyar sin
reservas al Ejército Rebelde, como única garantía de una Reforma Agraria luego
del triunfo.
El
8 de diciembre de igual año, en el mismo
escenario, se celebró el Congreso Obrero en Armas, con iguales acuerdos e igual
reclamo.
En
la Sierra Maestra, donde operaba la Columna
I José Martí, al mando del
Comandante en jefe Fidel Castro, se firmó, en octubre de 1958, la Ley Agraria que concedía la propiedad de
la tierra, en las zonas liberadas, a quienes la trabajaban en extensiones de
hasta cinco caballerías.
Al
llegar la Revolución al poder, instrumentó de inmediato una Ley de Reforma
Agraria profunda, la cual fue promulgada el 17 de mayo de ese mismo año 1959.
El latifundio fue erradicado para siempre, más de 100 000 productores
recibieron la propiedad de la tierra que laboraban, se acabaron los desalojos y
comenzaron las radicales transformaciones en beneficio de las familias del
campo, ahora dueñas de sus tierras, con créditos, ayuda técnica y un mercado
seguro, con precios justos, para sus productos. Nuestros campos fueron sembrados de cooperativas. El
abandono rural fue erradicado para siempre en la nación cubana.
El
3 de octubre de 1963 se aplicó la Segunda y última Ley de Reforma Agraria, que
redujo a cinco caballerías la propiedad sobre la tierra, socavando, con esa
medida el sostén que a la contrarrevolución brindaban los campesinos ricos.
Así,
la promulgación de la Reforma Agraria cubana, la más radical en nuestro
Continente, atrajo sobre la Revolución
el odio irracional de los latifundistas, de los esbirros y explotadores
desplazados del poder, y, sobre todo,
del gobierno imperialista de los Estados Unidos, quienes trataron de
impedirla primero y entorpecerla después. No en vano, en la invasión mercenaria
de Playa Girón, el 17 de abril de 1961, derrotada por Cuba en menos de 72
horas, vinieron 100 ex-latifundistas, con el objetivo de recuperar las tierras
ahora en manos de sus verdaderos dueños.
Hoy
en Cuba, existen, sin contraponerse unas
a otras, varias formas de propiedad y explotación de la tierra. Están las
Empresas Estatales, además de las Cooperativas de Producción Agropecuaria,
integradas por campesinos que decidieron unir sus tierras y medios; ellos son
dueños absolutos de cuanto producen.
Existen
también las Cooperativas de Crédito y Servicios, en cuya estructura están
organizados campesinos que mantienen su propiedad individual sobre la tierra y
los medios, recibiendo la ayuda de créditos y ayuda técnica por parte del
Estado. En 1993 surgieron las Unidades
Básicas de Producción Cooperativa, creadas en tierras del Estado, en forma de
usufructo. Estas entidades asumieron la compra de los medios e
instalaciones anexados a su territorio y
sus integrantes – principalmente antiguos obreros agrícolas estatales- son
dueños de todo lo que producen, administrados por una Junta por ellos electa y
dotada de todas las facultades para las decisiones.
En
nuestros campos existen también campesinos individuales que no se han
incorporado a ninguna forma cooperativa, pero son beneficiarios de todas las
leyes y cooperación estatal.
Una
medida agraria más reciente fue la Ley que concede, en usufructo, las tierras
ociosas a las personas con deseos y
posibilidades para hacerlas producir, mediante la cual decenas de miles de
hombres y mujeres se han incorporado a una nueva forma de producción agrícola.
Los
sueños de incontables generaciones de cubanos de ser propietarios de la tierra
que trabajaban, fue sólo posible con el cumplimiento del Programa del Moncada.
Ese sueño, convertido en razón del combate, es hoy uno de los frutos más
extraordinarios de la victoria.
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