Siempre he vivido bloqueado
(Parte II)
.Orlando
Guevara Núñez
Fue
a partir de 1959 que los yanquis comenzaron a “preocuparse” por nosotros. Antes
no escuché nunca una declaración condenando a Batista por sus crímenes o
exigiendo derechos para los millones de humanos que en Cuba no los teníamos.
Sólo ahora, cuando ya éramos humanos con derechos, venían con la intención de
vendernos esa mierda que ellos empaquetan y distribuyen por el mundo con el
sello mendaz de derechos humanos.
Tampoco
recuerdo ninguna pastoral defendiendo nuestras almas y mucho menos nuestros
cuerpos, como las oía ahora condenando al comunismo. Ni siquiera me imaginaba
qué cosa era el comunismo, como tampoco podía identificar que el pasado de
terror e injusticias que tratábamos de dejar atrás se llamaba capitalismo. Lo
único que sí podía identificar con claridad, como algo distinto, era a la
Revolución, aunque no pudiera vislumbrar su alcance. Eso fue poco a poco.
Nunca
tuve creencias religiosas ni antirreligiosas tampoco; pero en los días
iniciales – y los meses y los años – de la Revolución, muchos oportunistas
quisieron “echarle a Dios encima” a nuestro proceso revolucionario. Lo ví y lo
viví en mi propio barrio. Un día llegó a mi casa Chino, un primo mío, con el
propósito confesado de “ salvar mi alma y recuperarme de la perdición”. Mi
pecado era ser revolucionario y apoyar el socialismo proclamado por Fidel.
Chino era huérfano de padre, porque Angelo salió un día a buscar trabajo, los
esbirros de Batista lo detuvieron, lo mataron y su cadáver no apareció nunca.
Se dice que lo lanzaron al mar junto a Gerardo, otro vecino.
Mi
respuesta al pariente se concretó en decirle que yo estaba salvado desde el
Primero de Enero de 1959. La discusión pasó del plano religioso al político –
no por culpa mía – y con mucha franqueza le dije que no fuera tan comemierda o
por lo menos que no lo fuera en mi casa. Pasados los años – no muchos – Chino
se marchó hacia los Estados Unidos, al mismo lugar que acogió con gusto y como
héroes a los asesinos de su padre. No sé si Dios llegaría a perdonarle esa
traición.
Nunca
llegaron a bautizarme y por eso a veces me decían que yo era un hereje. Nunca
le dí importancia a esa palabra, entre otras cosas porque ignoraba a fondo su
significado. Un bautizo, en el campo, costaba tres pesos al padrino. Aunque no
soy testigo presencial, muchas veces escuché la anécdota sobre una fiesta en el
barrio, a la cual asistió un cura, con el propósito de realizar una ceremonia
de bautizos. Luego de concluido el rito y en marcha el cobro, uno de los
padrinos le confesó al cura que no tenía los pesos. El sacerdote pudo dominar
en algo su cólera, pero la respuesta fue drástica: “ El muchacho no está
bautizado ”. El infeliz, que no debía la
culpa, fue cristiano sólo unos minutos y regresó a su condición de hereje por
falta de financiamiento.
Lo
cierto es que a los revolucionarios, en esa crucial etapa, muchos falsos
religiosos nos calificaban como “hijos de la violencia y de Satanás”. Mientras
tanto, los verdaderos demonios se esforzaban por sembrar el divisionismo,
poniendo de un lado a los creyentes y del otro a los ateos, separación que no había existido durante la
lucha insurreccional. Sin embargo, la extraordinaria visión de Fidel nos enseñó
desde muy temprano que lo importante no residía en definir si alguien creía o
no en Dios, sino si creía o no en la Revolución. Y aprendimos también que todo
cuanto divide, debilita y mata y sólo fortalece y salva lo que une.
Casi
sin darme cuenta comencé a vivir bajo el nuevo bloqueo. A nivel del país se
hablaba de amenazas, sabotajes, sanciones económicas, rebaja y suspensión de la
cuota azucarera, prohibición de ventas de petróleo y negativa a refinar el
procedente de la entonces Unión Soviética. Pero el bloqueo imperialista, desde
el inicio, comenzó a sentirse bien de cerca.
Escasez
de alimentos. Racionalización. Libreta de abastecimientos. Colas. Reuniones de
vecinos para determinar a quién se le entregaba una lata de leche condensada o
una prenda de vestir que llegaba a la tienda. Carencia de zapatos, de una
simple cuchilla de afeitar, de grasa para freir un huevo o del huevo mismo.
Lucha tenaz contra especuladores y acaparadores.
Creo
que desde entonces los cubanos comenzamos a convertirnos en un pueblo de
inventores. Fabricar un vaso cortando una botella, hacer suelas de zapatos con
gomas de tractores, cocinar con manteca de coco o sin manteca, adaptarle una
pieza a un carro, cepillarnos los dientes con bicarbonato – también empleado
como desodorante – o con sal. Durante muchos años dispusimos de muy poca ropa.
Y el surtido era muy pobre, al extremo de que a veces se daba una reunión y
aquello parecía una gigantesca orquesta, casi perfectamente uniformada, con la
particularidad de que por esa época las verdaderas orquestas carecían de
uniforme.
En
esa forma comencé a entender cuestiones de política y a identificar quiénes
estaban con el pueblo y quienes contra él, inclusive en el plano internacional.
Cuando nos redujeron primero y después quitaron la cuota azucarera, muchos
gobiernos subordinados al poder de Estados Unidos, lejos de protestar por la
injusticia y el despojo a un pueblo pequeño, se disputaron como buitres cada
migaja aunque ellos, con más cuota, fueran menos libres y dignos que nosotros
sin ella.
Recuerdo
que una consigna se hizo conciencia del pueblo: !Sin cuota pero sin amo!.
También, cuando se produjo la condena de la Organización de Estados Americanos
(OEA) a Cuba, la inmensa mayoría de nuestro pueblo reaccionó con mucho
patriotismo. !Con OEA o sin OEA,
ganaremos la pelea!, se coreaba en los actos. Igual sucedió cuando expulsaron a
Cuba de esa organización calificada
justamente por Fidel y otros dirigentes nuestros como Ministerio de Colonias Yanquis. El crimen
cometido, se sumaba al bloqueo imperialista contra nuestro país y todavía no lo
han lavado muchos lacayos. Desde luego, que las condiciones son ahora
distintas. La pequeña Cuba dejó de estar aislada y sus aisladores son los
aislados.
Sanción
y expulsión fueron respondidos por Cuba con la Primera y la Segunda Declaración
de La Habana. Hoy quienes nos sancionaron tienen suficientes motivos para vivir
abochornados, tantos como los tenemos nosotros para sentir orgullo por aquel
gesto viril de todo un pueblo, que nos reafirmó como país libre y soberano.
Creo
que desde entonces los gobiernos yanquis comenzaron su interminable cadena de
equivocaciones con nosotros. Intentaron matarnos por hambre y enfermedades o
rendirnos por cobardía – aunque por otras vias todavía lo intentan- sin darse cuenta de que
las limitaciones por ellos impuestas eran infinitamente pequeñas frente a las
que habíamos sufrido antes del triunfo de la Revolución. Ahora teníamos mucho
más. Con ese poco que desde el inicio nos dio la victoria revolucionaria, no
habrían muerto Bancay, Roberto, Morejón, Nidia ni su hijo.
El
bloqueo se fue haciendo cada día más fuerte y nosotros más fuertes que el
bloqueo.
Los
yanquis creyeron -y se equivocaron- que frente a las carencias los cubanos nos
íbamos a virar contra Fidel. Y lo que hicimos fue virarnos más contra ellos.
Hablando más claramente: querían que nos cagáramos en Fidel y lo que venimos
haciendo hace 48 años –ya es más de medio
siglo- es cagarnos en el bloqueo y en los yanquis. Esa es la palabra. Y si a
alguien no le gustara por considerarla obscena, yo podría argumentar que más
obsceno es el bloqueo. Y si fuera suprimida del texto y yo volviera a leerlo,
al llegar ahí, recordando a Galileo – a quien conocí después del triunfo de
Enero- repetiría más convencido todavía: !Pero me cago, me cago!
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