.Orlando Guevara Núñez
La madrugada del 11 de abril de 1958, los combatientes del Tercer
Frente Oriental Dr. Mario Muñoz Monroy
protagonizaron una acción de marcada trascendencia político-militar: el ataque
y toma del poblado de El Cobre, a poco menos de 20 kilómetros de la
ciudad de Santiago de Cuba, convertido ese día en la primera cabecera de
municipio dominada por el Ejército Rebelde.
El 22 de marzo de ese mismo
año, la dirigente clandestina en la capital oriental, Vilma Espín Guillois
(Deborah), escribe al Comandante Juan Almeida Bosque, jefe del Frente
guerrillero: “Aquí te mando un proyecto para atacar el polvorín de El Cobre (…)
A Alejandro (Fidel Castro Ruz, N.A.) le
hacen mucha falta los fulminantes eléctricos y allí hay en abundancia (…).
Dos días después, Almeida responde:
“El plan que me das voy a estudiarlo sobre el terreno para ponerlo en
práctica”.
Así comienzan los
preparativos, con el objetivo central de conseguir dinamita, fulminantes y
apoyar a los combatientes clandestinos que el 9 de abril se habían lanzado a la
huelga general revolucionaria.
¡Eso debe estar encendido!
Florencio Saeta Lores
(Cucho) aún vive en El Cobre. Fue él quien aportó los
cuatro hombres que sirvieron como prácticos a los rebeldes para la acción.
Ahora sus recuerdos fluyen con nitidez.
“El 5 de abril Almeida llegó
a las cercanías de El Cobre. Me dijeron que él quería verme y pensé que era una
broma. Le informan quien soy. ¡Ah! tú eres Pucho Saeta!. Siempre me decía
Pucho, en lugar de Cucho.
“Me preguntó si era de El
Cobre y le dije que sí. A otra interrogante le contesté que nuestro grupo era
de 18 y que todos éramos de este poblado. El grupo se había alzado porque el 29
de marzo había atacado el puesto de la policía, vino un refuerzo y tuvo que
irse, por lo cual no se podía regresar.
“Almeida quería bajar al
poblado ese mismo día. ¿Bajar hoy a El Cobre? ¡Qué va, eso debe estar
encendido!, le dije. Le conté lo que había pasado y que seguramente habría allí
muchos guardias. Entonces me pidió cuatro hombres de confianza que conocieran
la mina, la entrada y el centro del poblado. Los seleccionados fueron Floirán
Gutiérrez (El Niño) a quien también le decían El gasolinero, porque trabajaba
en el servicentro de Melgarejo; los hermanos Pedro y Enrique Larrea y el otro
fui yo mismo. Almeida me preguntó si era gente firme y le contesté: gente firme
¡gente de El Cobre!”.
Emboscada, polvorín y
poblado
Para ejecutar la acción de
la toma de El Cobre, el mando rebelde distribuyó sus fuerzas en tres puntos. El
capitán Calixto García Martínez, con su pelotón, tendió una emboscada entre
Melgarejo y El Cobre, con la misión de interceptar cualquier refuerzo del
enemigo procedente de Santiago de Cuba o de Palma Soriano; Israel Pardo Guerra,
al mando de una escuadra reforzada, atacaría el polvorín, mientras que el
capitán Guillermo García Frías debía tomar el poblado y los objetivos
militares. Con Calixto iba el práctico Floirán Gutiérrez; los hermanos Larrea
acompañaron a Israel, y Cucho entró al poblado junto a Guillermo.
Cucho revive sus recuerdos.
“Le dimos candela al Ayuntamiento y también íbamos a quemar el Juzgado y la Junta Electoral,
pero una vecina nombrada Nenita comenzó a gritar que no hiciéramos eso porque
iban a arder las casas y todo el pueblo. Entonces desistimos. El fuego del
Ayuntamiento nos iluminaba y veíamos el trazado de las balas que nos disparaban
los policías y soldados que se habían refugiado en el Santuario. Nosotros cumplimos
la orden de no disparar contra ellos, para respetar el templo. Hubo muchos
tiros, pero el poblado fue tomado”.
Como estaba previsto, un
refuerzo con apoyo blindado se dirigió hacia El Cobre, procedente de Santiago
de Cuba, pero los hombres de Calixto García, desde una pequeña elevación a
orillas del camino, lo interceptaron, lo atacaron e hicieron retroceder,
causándole varios muertos y heridos.
Hasta
los perros dejaron de ladrar
La explosión del polvorín
fue un hecho extraordinario. En la mina radicaba el depósito provincial de
explosivos del ejército batistiano, el cual voló en un segundo. Cucho lo relata
así: “Simultáneamente con los tiros, se vio como un relámpago inmenso y se
escuchó una explosión. Se levantó una nube grande de color blanco, rojo,
amarillo…aquello parecía un arco iris. El hongo gigante se abrió después como
una sombrilla, todo se estremeció y comenzó a caer como una lluvia de arena.
Hasta los perros dejaron de ladrar. En Santiago de Cuba, en las calles
Enramadas y Aguilera y otras partes, se rompieron vidrieras y ventanales”.
Después de sacar la
dinamita, mechas y fulminantes que iban a llevarse, Israel Pardo hizo explotar
el polvorín. Él mismo, junto a Dindo, otro combatiente, resultó gravemente
herido, pues la onda expansiva lo lanzó a varios metros y cayó entre una
enredadera de bejucos con espinas. Unas 30 cajas de dinamita, mechas y
fulminantes fueron ocupadas, con lo cual la misión principal había sido
cumplida.
¡Vivan Almeida y sus 600 escopeteros!
Desde luego, que no eran
tantos, pero así lo exclamaban los combatientes al salir del poblado para
“tupir” –explica Cucho- a los enemigos. En su versión oficial, la tiranía dijo
que eran unos 200 combatientes rebeldes y -completando una mentira para
justificar su derrota- trató de engañar a la opinión pública, afirmando que la
acción se había producido porque Fidel quería llevarse la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre para la Sierra Maestra y
ellos lo habían impedido y por eso se había hecho explotar el polvorín.
Lo cierto es que la tiranía
no pudo ocultar la realidad de que el Ejército Rebelde no solo operaba ya en
las cercanías de la capital de Oriente, sino que era capaz de combatir
victoriosamente en las mismas puertas de Santiago de Cuba. A partir de
entonces, se fortaleció más la cooperación entre los soldados rebeldes y los
combatientes clandestinos y creció el apoyo popular a la guerrilla.
Un símbolo invicto
Desde El Cobre y sus
alrededores, se mira hacia la
Sierra Maestra y, en la cima de la loma de La Estrella, se divisa la
silueta de una bandera. El día 12 de abril, Almeida le encomendó a Cucho otra
misión, la de poner a ondear una bandera del 26 de Julio en un lugar lo más
cercano posible al poblado, lo cual fue cumplido con rapidez.
Al ser detectada por la
tiranía, dos bombarderos B-26 estuvieron más de una hora tirándole a la
bandera, pero ésta siguió flotando, a la vista de todos. Allí cerca, una bomba
hirió a un viejo y le mató el burro. Actuaron los aviones, pero las fuerzas
enemigas no se atrevieron nunca a ir a quitar la bandera, que siguió flotando
como un símbolo de patriotismo.
“Cuidar ese lugar es la
misión que ahora sigo cumpliendo”, asevera Cucho, el hombre que laboró durante
40 años en la mina y hoy vive jubilado en su poblado natal. En El Cobre
revolucionario de siempre, del cual salieron 17 altos oficiales del Ejército
Libertador y decenas de combatientes del Ejército Rebelde.
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