martes, 7 de julio de 2020

Razones para un Moncada: El problema de la tierra



                           
.Orlando Guevara Núñez

En su alegato de autodefensa ante el tribunal que lo juzgaba por los hechos del 26 de julio de 1953 – el asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo- el máximo jefe de esa acción, Fidel Castro Ruz, sintetizó en seis puntos las principales transformaciones que emprendería el gobierno revolucionario una vez alcanzado el poder, junto con  la conquista de las libertades públicas y la democracia política.
El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo.
El problema de la tierra era uno de los más necesitados de solución. Léanse algunos datos  sobre la situación agraria cubana en esa época y podrá comprenderse la magnitud del drama.
El 85 por ciento de los pequeños agricultores cubanos –expresó Fidel en su denuncia ante el tribunal - está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras (…) Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerías de tierras productivas.
En Cuba, la Constitución burguesa de 1940 planteaba la eliminación del latifundio, pero ese artículo quedó como pieza de museo, sin ninguna aplicación y, al contrario, la tierra continuó pasando  a manos de los poderosos, nacionales y extranjeros, mientras los campesinos y otros productores se hundían progresivamente en la miseria.
En aquel momento estaban registradas 159 000 fincas. Y el 20 %de los propietarios tenía menos del 1 por ciento de las tierras. El 1 %, tenía el 46% de ese medio vital para la vida en el campo. En solo 13 latifundios norteamericanos asentados en la economía azucarera, se concentraba la impresionante cifra de 1  173  000 hectáreas, extensión  superior a la poseída por 101  278  fincas pequeñas, mientras que más de 100 000 campesinos trabajaban la tierra sin ser dueños de éstas, y sólo el 30 por ciento de quienes trabajaban el agro eran propietarios. En 894 personas  se monopolizaba  la tercera parte del área dedicada a la agricultura.
Unos 33 000 agricultores eran aparceros, es decir, trabajaban una parcela sin ser dueños y tenían que pagar a sus propietarios, mientras que 13 000 eran precaristas, quienes se asentaban en tierras del Estado, sin proceder legal alguno. Unos y otros, eran objeto constante de extorsiones, abusos,  desalojos y crímenes en una sociedad donde la tierra no era de quienes la trabajaban. Otros 46 000 trabajaban como arrendatarios y 6 987 como subarrendatarios.
Esa situación era causante de que en nuestros campos, antes de 1959, más de 200 000 familias vivieran en bohíos miserables, sólo el 9 por ciento disfrutara del servicio eléctrico, 96 de cada 100 familias no consumieran carne habitualmente, menos del uno por ciento comiera pescado, apenas el dos por ciento tuvieran el huevo en su alimentación y  un  89 por ciento no contara con un decisivo recurso dietético como lo es la leche. El drama de la alta mortalidad infantil –más de 60 por cada mil nacidos vivos- los desalojos, los atropellos y asesinatos, el analfabetismo y el abandono, se nutrían entonces de los campesinos y obreros agrícolas cubanos.
Datos ofrecidos por una encuesta de una organización juvenil católica, en 1957, afirman que una familia campesina cubana, como promedio, tenía un ingreso de 46 pesos al mes para los gastos de alimentación, ropa, medicinas y transporte,  contabilizado el valor de los alimentos que ella misma producía.
El Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, en su libro La Sierra Maestra y más allá, describe con elocuencia a los pobladores de este territorio, enclavado en el teatro de operaciones del Tercer  Frente Oriental Dr. Mario Muñoz Monroy, bajo su mando durante la guerra revolucionaria.
“Muchos de estos hombres han luchado por la posesión de sus tierras, reclamando sus derechos a ellas, y al no obtenerlas las ocupan, luego son desalojados a plan de machete por los rurales y destruidos sus bohíos halándolos con yuntas de bueyes o quemándolos, un despojo brutal. Vuelven a ocuparlas y de nuevo son sacados, así una y otra vez, en lucha constante que trasladan de unos a otros, de padres a hijos. Así son estos hombres”.
Por esas razones, la Reforma Agraria era vital, pues sin ella el país no podría aspirar a la independencia económica, ni a la industrialización, ni a transformar las terribles condiciones de vida de las familias del campo.
El 21 de septiembre de 1958, tuvo lugar en el territorio liberado del  Segundo  Frente Oriental Frank País, presidido por el entonces Comandante y jefe de esa fuerza guerrillera, Raúl Castro Ruz, el  Primer Congreso Campesino en Armas, donde la decisión fue apoyar sin reservas al Ejército Rebelde, como única garantía de una Reforma Agraria luego del triunfo.
El 8 de diciembre de igual  año, en el mismo escenario, se celebró el Congreso Obrero en Armas, con iguales acuerdos e igual reclamo.
En la Sierra Maestra, donde operaba la Columna  I  José Martí, al mando del Comandante en jefe Fidel Castro, se firmó, en octubre de 1958,  la Ley Agraria que concedía la propiedad de la tierra, en las zonas liberadas, a quienes la trabajaban en extensiones de hasta cinco caballerías.
Al llegar la Revolución al poder, instrumentó de inmediato una Ley de Reforma Agraria profunda, la cual fue promulgada el 17 de mayo de ese mismo año 1959. El latifundio fue erradicado para siempre, más de 100 000 productores recibieron la propiedad de la tierra que laboraban, se acabaron los desalojos y comenzaron las radicales transformaciones en beneficio de las familias del campo, ahora dueñas de sus tierras, con créditos, ayuda técnica y un mercado seguro, con precios justos, para sus productos. Nuestros  campos fueron sembrados de cooperativas. El abandono rural fue erradicado para siempre en la nación cubana.
El 3 de octubre de 1963 se aplicó la Segunda y última Ley de Reforma Agraria, que redujo a cinco caballerías la propiedad sobre la tierra, socavando, con esa medida el sostén que a la contrarrevolución brindaban los campesinos ricos.
Así, la promulgación de la Reforma Agraria cubana, la más radical en nuestro Continente,  atrajo sobre la Revolución el odio irracional de los latifundistas, de los esbirros y explotadores desplazados del poder, y, sobre todo,  del gobierno imperialista de los Estados Unidos, quienes trataron de impedirla primero y entorpecerla después. No en vano, en la invasión mercenaria de Playa Girón, el 17 de abril de 1961, derrotada por Cuba en menos de 72 horas, vinieron 100 ex-latifundistas, con el objetivo de recuperar las tierras ahora en manos de sus verdaderos dueños.
Hoy en Cuba,  existen, sin contraponerse unas a otras, varias formas de propiedad y explotación de la tierra. Están las Empresas Estatales, además de las Cooperativas de Producción Agropecuaria, integradas por campesinos que decidieron unir sus tierras y medios; ellos son dueños absolutos de cuanto producen.
Existen también las Cooperativas de Crédito y Servicios, en cuya estructura están organizados campesinos que mantienen su propiedad individual sobre la tierra y los medios, recibiendo la ayuda de créditos y  técnica por parte del Estado. En 1993 surgieron las  Unidades Básicas de Producción Cooperativa, creadas en tierras del Estado, en forma de usufructo. Estas entidades asumieron la compra de los medios e instalaciones  anexados a su territorio y sus integrantes – principalmente antiguos obreros agrícolas estatales- son dueños de todo lo que producen, administrados por una Junta por ellos electa y dotada de todas las facultades para las decisiones.
En nuestros campos existen también campesinos individuales que no se han incorporado a ninguna forma cooperativa, pero son beneficiarios de todas las leyes y cooperación estatal.
Una medida agraria más reciente fue la Ley que concede, en usufructo, las tierras ociosas  a las personas con deseos y posibilidades para hacerlas producir, mediante la cual decenas de miles de hombres y mujeres se han incorporado a una nueva forma de producción agrícola.
Los sueños de incontables generaciones de cubanos de ser propietarios de la tierra que trabajaban, fue sólo posible con el cumplimiento del Programa del Moncada. Ese sueño, convertido en razón del combate, es hoy uno de los frutos más extraordinarios de la victoria.
Ese sueño, convertido en realidad, es el que el gobierno de los Estados Unidos pretende regresar a la pesadilla capitalista, reviviendo los latifundios y despojando de la propiedad de la tierra a quienes la  trabajan. Pero para ese fin existe un obstáculo insalvable: que el campesinado cubano, además de ser duelo de la tierra, tiene ahora las armas para defenderla. Así de sencillo.

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