sábado, 31 de marzo de 2018

Los “enemigos” fabricados por Trump




.Orlando Guevara Núñez

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha sobrepasado en mucho a sus antecesores en la especialidad de fabricar “enemigos”. Con el pretexto de velar por la seguridad  nacional, utilizando los embustes de una pésima factura – en lo cual también se ha especializado, no tiene el menor escrúpulo en mentir a su propio pueblo y a  la opinión pública internacional para conseguir sus objetivos.
Según un propio diario norteamericano, al mandatario yanqui se le han comprobado más de dos mil mentiras desde que asumió el poder. Dudo que algún otro mandatario en el mundo lo supere.
Y si la mentira es un oprobio en cualquier persona que la utilice, más grave se convierte en boca de un estadista que tiene la facultad para adoptar decisiones que ponen en riesgo el destino de toda la humanidad.
Es de suponer que sus propios asesores estén conscientes de los riesgos a los que su presidente expone al mundo, incluido su país.
Pero Trump necesita mentir para engañar a los norteamericanos, para hacerles creer que su país está amenazado por enemigos cuyo fin es el ataque. Solo que sus engaños pierden cada vez más el efecto y su poder de confundir.
Para el maniático presidente yanqui, Rusia, China, Irán, Venezuela y Cuba, por solo citar algunos ejemplos, constituyen una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Con ese pretexto, realiza provocaciones, dicta sanciones, amenaza, hace insolentes declaraciones y ha llevado a cifras sin precedentes el presupuesto militar, mientras el pueblo estadounidense sufre las consecuencias, al profundizarse cada día el abismo entre ricos y pobres, sin esperanzas de mejoría.
Lo que tal vez no haya calculado el emperador yanqui es que su política absurda puede conducir a una conflagración muy distinta a las hasta ahora provocadas por sus antecesores, donde los demás ponían los muertos, los heridos, los desplazados y la destrucción, quedando para el agresor las ganancias, el saqueo y el chantaje.
Esta vez, sin duda, el balance sería distinto. ¿Tomará conciencia de esto el pueblo norteamericano? ¿O tendrá que llegar el día en que – demasiado tarde-  reconozca que el mayor enemigo de su seguridad es su propio presidente?
Hasta ahora, son enemigos inventados. Pero nadie debe dudar que cualquiera de ellos, llegado el momento, será un verdadero enemigo capaz de cobrar  al agresor un precio, sencillamente, impagable.

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