miércoles, 4 de enero de 2017

Una noticia poco conocida fuera de Cuba




Orlando Guevara Núñez
Cuba, tasa de mortalidad infantil: 4,3 en el 2016. Por noveno año consecutivo ese índice es inferior a cinco. Junto a Canadá, nuestro país encabeza ese humanitario resultado en América, ubicándose entre los primeros 20 países del mundo. La noticia dada a conocer recientemente por el Ministerio de Salud Pública cubano, no forma parte de los titulares en los principales medios de comunicación de los Estados Unidos, ni de otras potencias capitalistas. Cuestión de conveniencia.
Contradice sus intereses informar esta verdad, la de un país bloqueado hace más de medio siglo, con dificultades en la obtención de  medicinas necesarias para salvar una vida o aliviar un dolor infantil y para comprar alimentos, exhibiendo una tasa de mortalidad infantil mejor que la mayor potencia económica del mundo, la misma que lo bloquea.
Nada dicen de la realidad cubana que hace posible ese indicador: en nuestro país, los niños son atendidos antes de nacer. Porque existen programas que atienden a todas las mujeres gestantes, incluso con ingreso en casos de riesgos, para garantizar la vida y salud tanto de la madre como del fruto de sus entrañas. Y todo, como el resto de los servicios de salud, totalmente gratis. Y el servicio, en muchos casos, va más allá: el asesoramiento a mujeres con riesgos, antes de la gestación.
En estos días iniciales de un nuevo año, muchos hablan de pronósticos en crecimientos económicos de los países. Pero no analizan que  lo esencial no reside en las riquezas creadas, sino en cómo están distribuidas. Ahí reside una diferencia abismal entre el socialismo y el capitalismo. En el caso de la salud, en el sistema socialista, como el cubano, ese fundamental derecho humano, el derecho a la vida, es patrimonio de todos, sin excepción de ninguna índole, con el costo a cargo del Estado, no de las personas. En el capitalismo, el paciente es solo un cliente y la asistencia médica y la medicina  mercancías, accesibles sólo a quienes pueden pagarlas.
En la Cuba pre revolucionaria, el presupuesto para la Salud no llegaba a los 26 millones de pesos, con un per cápita de menos de 4 pesos por habitante. Los datos del 2015 mostraron una asignación de más de 639 pesos por habitante, o lo que es los mismo: casi 160 veces superior.
Cuando la Revolución triunfó, la mortalidad en Cuba andaba por una tasa de más de 40 fallecidos menores de un  año  por cada mil nacidos vivos. En muchas regiones cubanas esas cifras eran superiores, pues muchos niños morían sin ni siquiera haber sido registrados en las estadísticas. En Oriente, por ejemplo, la tasa sobrepasaba los 60.
Santiago de Cuba vivió es drama que en nada movía la conciencia de quienes destinaban los recursos y que, en muchos casos, lo que hacían era robarlos. Era el tiempo en que para ingresar en un hospital, había que entregar las cédulas electorales a los políticos corruptos que más tarde aparecían como “electos por el pueblo”.
En esta ciudad, en 1953, precisamente el año en que Fidel Castro asaltó el Cuartel Moncada, la prensa local reflejaba la muerte de dos niños cada día por una epidemia de gastroenteritis. En aquella ocasión, la “ilustre Primera Dama”, esposa del tirano Fulgencio Batista, ocupó las planas de los periódicos al enviar una “ayuda” consistente en cuatro cajas de medicinas y algunas camas, que en nada contribuyeron a la solución del mal cuyas causas, según se informó, eran la mala calidad del agua y de las condiciones higiénicas.
En el Valle de Mayarí Arriba, en 1957, un año antes de fundarse allí el Segundo Frente Oriental Frank País, dirigido por el entonces Comandante Raúl Castro, el 80 por ciento de los niños menores de un año murieron por otra epidemia de gastroenteritis. Y quien hoy recorra la costa sur de Santiago de Cuba, perteneciente al municipio de Guamá, podrá observar, como acusadores testigos, 22 pequeños cementerios, situados a la orilla del mar. Hasta allí llegaban las familias con sus enfermos, de todas las edades, para hacer señas a las embarcaciones y rogarles el traslado hasta Santiago de Cuba, donde debían también rogar para la atención médica. Cuando el milagro salvador no llegaba, allí quedaban los muertos, mientras los familiares regresaban con dolor y luto a las montañas.
En este territorio santiaguero, la tasa de mortalidad infantil fue de 4,4. Esto significa que por cada 60 niños menores de un año  que morían antes de 1959, la Revolución salva 56.
Hace un tiempo, leí con asombro, que entre las proyecciones de “ayuda” del gobierno norteamericano hacia Cuba estaba el de la vacunación de los niños. Y lo peor del caso es que muchos, en los propios Estados Unidos y otros países, dan crédito a esa mentiras, ignorando que en nuestro país, la vacunación, contra 13 enfermedades da cobertura total a la población infantil, lo que ha hecho posible, junto a otros programas, que en Cuba hayan sido erradicadas 15 enfermedades trasmisibles, mientras que otras 11, por su baja incidencia, no constituyen problemas de salud.
La información del Ministerio de Salud Pública de Cuba, agrega que “ La tasa de mortalidad del menor de cinco años, considerado el principal indicador de progreso en el bienestar infantil, se mantuvo por quinto año consecutivo por debajo de seis”. “Y se redujo además la tasa de mortalidad preescolar y en el caso de la mortalidad escolar su índice fue de 2,2 por cada 10 mil habitantes de la edad, además de que “ la supervivencia de los niños y niñas a los cinco años de edad se mantuvo en un 99,4 por ciento”.
Entre los cambios que el gobierno norteamericano quiere para los cubanos, está el de privatizar la salud. Esa película ya la conocemos los cubanos. Y no volveremos a verla. Palabra de pueblo.

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