Orlando
Guevara Núñez
Cuba, tasa
de mortalidad infantil: 4,3 en el 2016. Por noveno año consecutivo ese índice
es inferior a cinco. Junto a Canadá, nuestro país encabeza ese humanitario
resultado en América, ubicándose entre los primeros 20 países del mundo. La
noticia dada a conocer recientemente por el Ministerio de Salud Pública cubano,
no forma parte de los titulares en los principales medios de comunicación de
los Estados Unidos, ni de otras potencias capitalistas. Cuestión de
conveniencia.
Contradice
sus intereses informar esta verdad, la de un país bloqueado hace más de medio
siglo, con dificultades en la obtención de medicinas necesarias para salvar una vida o
aliviar un dolor infantil y para comprar alimentos, exhibiendo una tasa de
mortalidad infantil mejor que la mayor potencia económica del mundo, la misma
que lo bloquea.
Nada dicen
de la realidad cubana que hace posible ese indicador: en nuestro país, los niños
son atendidos antes de nacer. Porque existen programas que atienden a todas las
mujeres gestantes, incluso con ingreso en casos de riesgos, para garantizar la
vida y salud tanto de la madre como del fruto de sus entrañas. Y todo, como el
resto de los servicios de salud, totalmente gratis. Y el servicio, en muchos
casos, va más allá: el asesoramiento a mujeres con riesgos, antes de la
gestación.
En estos
días iniciales de un nuevo año, muchos hablan de pronósticos en crecimientos
económicos de los países. Pero no analizan que
lo esencial no reside en las riquezas creadas, sino en cómo están
distribuidas. Ahí reside una diferencia abismal entre el socialismo y el capitalismo.
En el caso de la salud, en el sistema socialista, como el cubano, ese
fundamental derecho humano, el derecho a la vida, es patrimonio de todos, sin
excepción de ninguna índole, con el costo a cargo del Estado, no de las
personas. En el capitalismo, el paciente es solo un cliente y la asistencia
médica y la medicina mercancías,
accesibles sólo a quienes pueden pagarlas.
En la Cuba pre
revolucionaria, el presupuesto para la Salud no llegaba a los 26 millones de
pesos, con un per cápita de menos de 4 pesos por habitante. Los datos del 2015
mostraron una asignación de más de 639 pesos por habitante, o lo que es los
mismo: casi 160 veces superior.
Cuando la
Revolución triunfó, la mortalidad en Cuba andaba por una tasa de más de 40 fallecidos
menores de un año por cada mil nacidos vivos. En muchas regiones
cubanas esas cifras eran superiores, pues muchos niños morían sin ni siquiera
haber sido registrados en las estadísticas. En Oriente, por ejemplo, la tasa
sobrepasaba los 60.
Santiago de
Cuba vivió es drama que en nada movía la conciencia de quienes destinaban los
recursos y que, en muchos casos, lo que hacían era robarlos. Era el tiempo en
que para ingresar en un hospital, había que entregar las cédulas electorales a
los políticos corruptos que más tarde aparecían como “electos por el pueblo”.
En esta
ciudad, en 1953, precisamente el año en que Fidel Castro asaltó el Cuartel
Moncada, la prensa local reflejaba la muerte de dos niños cada día por una
epidemia de gastroenteritis. En aquella ocasión, la “ilustre Primera Dama”,
esposa del tirano Fulgencio Batista, ocupó las planas de los periódicos al
enviar una “ayuda” consistente en cuatro cajas de medicinas y algunas camas,
que en nada contribuyeron a la solución del mal cuyas causas, según se informó,
eran la mala calidad del agua y de las condiciones higiénicas.
En el Valle
de Mayarí Arriba, en 1957, un año antes de fundarse allí el Segundo Frente
Oriental Frank País, dirigido por el entonces Comandante Raúl Castro, el 80 por
ciento de los niños menores de un año murieron por otra epidemia de
gastroenteritis. Y quien hoy recorra la costa sur de Santiago de Cuba,
perteneciente al municipio de Guamá, podrá observar, como acusadores testigos,
22 pequeños cementerios, situados a la orilla del mar. Hasta allí llegaban las
familias con sus enfermos, de todas las edades, para hacer señas a las embarcaciones
y rogarles el traslado hasta Santiago de Cuba, donde debían también rogar para
la atención médica. Cuando el milagro salvador no llegaba, allí quedaban los
muertos, mientras los familiares regresaban con dolor y luto a las montañas.
En este
territorio santiaguero, la tasa de mortalidad infantil fue de 4,4. Esto
significa que por cada 60 niños menores de un año que morían antes de 1959, la Revolución salva
56.
Hace un
tiempo, leí con asombro, que entre las proyecciones de “ayuda” del gobierno
norteamericano hacia Cuba estaba el de la vacunación de los niños. Y lo peor
del caso es que muchos, en los propios Estados Unidos y otros países, dan crédito
a esa mentiras, ignorando que en nuestro país, la vacunación, contra 13
enfermedades da cobertura total a la población infantil, lo que ha hecho
posible, junto a otros programas, que en Cuba hayan sido erradicadas 15 enfermedades
trasmisibles, mientras que otras 11, por su baja incidencia, no constituyen
problemas de salud.
La
información del Ministerio de Salud Pública de Cuba, agrega que “ La tasa de
mortalidad del menor de cinco años, considerado el principal indicador de
progreso en el bienestar infantil, se mantuvo por quinto año consecutivo por
debajo de seis”. “Y se redujo además la tasa de mortalidad preescolar y en el
caso de la mortalidad escolar su índice fue de 2,2 por cada 10 mil habitantes
de la edad, además de que “ la supervivencia de los niños y niñas a los cinco
años de edad se mantuvo en un 99,4 por ciento”.
Entre los
cambios que el gobierno norteamericano quiere para los cubanos, está el de
privatizar la salud. Esa película ya la conocemos los cubanos. Y no volveremos
a verla. Palabra de pueblo.
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