jueves, 1 de julio de 2021

Un derecho que jamás podrá volver a Cuba

.Orlando Guevara Núñez

 

Entre las promesas para devolver a los cubanos un grupo de “derechos” erradicados por la Revolución, está uno que solo es lícito recordarlo para la reafirmación de que  no volverá nunca a ser presente.

El imperio norteamericano pretende retornar a Cuba el derecho a privatizar nuestro sistema de salud, a convertir de nuevo ese servicio en un negocio, la medicina en una mercancía y a los enfermos en clientes. Ese derecho capitalista fue erradicado y dio paso al respeto del más sagrado de los derechos humanos: el de la vida.

 

El presupuesto asignado a la salud  era realmente una vergüenza. Unos 25 millones de pesos, de los cuales políticos y funcionarios corrompidos se robaban gran parte. En la zona oriental la situación era más trágica. La mortalidad infantil cubana superaba la tasa de 60 por cada mil nacidos vivos, aún cuando muchos niños no eran  registrados en su nacimiento por residir en lugares rurales donde la asistencia médica no llegó nunca durante la etapa pre revolucionaria.

 Miles de niños y adultos morían cada año  de enfermedades curables. Por la poliomielitis fallecían anualmente o quedaban inválidas unas 300 personas; el paludismo atacaba a unas 3 000; de la difteria eran presa unos 600 niños, mientras que la gastroenteritis causaba estragos en la propia ciudad de Santiago de Cuba, donde en 1953  morían dos niños cada día. Incluso en 1957, se conoce el doloroso episodio del Valle de Mayarí Arriba, zona rural donde ese año murió el 80 por ciento de los niños menores de un año, como consecuencia de esa enfermedad.

La tuberculosis, el tétanos y otras enfermedades infecciosas, sembraban  la muerte en muchos hogares cubanos, principalmente los pobres.  El 70 % del mercado de medicamentos estaba en manos de empresas norteamericanas y la población tenía que adquirirlos a  precios que multiplicaban su costo. El servicio médico rural no existía.

. El país contaba con solo unos 6 000 médicos, la mayoría en la capital cubana y otras grandes ciudades, mientras que gran parte de ellos ejercía la medicina privada. Las 131 casas de socorro existentes en el país, eran realmente una grotesca caricatura de atención sanitaria, y una gran mayoría de quienes recibían asistencia médica, se quedaban con las recetas en los bolsillos, al no poder comprarlas por falta de recursos. La atención estomatológica era ínfima. Una intervención quirúrgica era un lujo que pocos podían satisfacer. La expectativa de vida de la población andaba por debajo de los 60 años.

 

En la costa sur santiaguera, entre la Sierra Maestra y el Mar Caribe, 22 pequeños cementerios son testigos acusadores del abandono sanitario. Hasta allí los pobladores serranos traían a sus enfermos con la esperanza, muchas  veces inalcanzable, de llevarlos a la ciudad, en busca de asistencia. Pero allí morían y eran enterrados.

Al recordar aquel inhumano sistema, siempre recuerdo un testimonio de un hombre humilde,  José Cuevas Veranes, recientemente fallecido, cuya vida quedó marcada para siempre. Su padre, por rebelde, fue apaleado hasta la muerte. Su madre, con nueve hijos, quedó en la más aterradora miseria. Un día, con tres niños enfermos, vino a Santiago de Cuba, buscando asistencia médica, pero sin dinero para el pago de la asistencia y las medicinas.  Uno con gastroenteritis, otro carente de vitaminas y el tercero con tifus. Fue el momento aprovechado por un politiquero que le ofreció la solución a cambio de la entrega de las cédulas electorales de toda la familia. Y tuvo que hacer el pacto. En  aquella situación, es comprensible que uno de los hermanos de José Cuevas muriera de viruela y dos de tifus, al tiempo que dos hermanas fallecieron durante el parto.

 

Es ese el derecho que quieren devolver al pueblo cubano los enemigos de la Revolución. No han podido evitar que Cuba, además de garantizarle gratuitamente los servicios de salud a su pueblo, haya enviado miles de especialistas que han salvado vidas, curado enfermedades, aliviado e incluso evitado males. Pero ellos prefieren “ayudarnos”.  En este caso, a sufrir y morir.

 

Ese derecho inhumano, no tendrá ni presente ni futuro en Cuba.

 

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