viernes, 30 de julio de 2021

Cuatro grandes amores en la vida de Frank País

 

                

 .Orlando Guevara Núñez

 


El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Tal definición fue hecha por el Che, quien agregó que es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esa cualidad.

Frank País García cayó asesinado en Santiago de Cuba cuando aún no había cumplido los 23 años de edad. Era el máximo jefe de la lucha clandestina y con su audacia y capacidad organizativa representaba  un puntal de la guerra revolucionaria en el llano. Pero a esa virtud, Frank unía otra: la de amar con intensidad muchas cosas que formaban parte de su vida y de su lucha.

A veces, su grandeza como combatiente, la dimensión de su figura y su sitial entre los más venerados héroes de la Patria, nos inclinan a hablar sobre él sólo en el plano de lo épico. Pero Frank fue mucho más que un gladiador. En su corta edad, se había desarrollado como revolucionario, sin faltarle la cualidad señalada por el Guerrillero Heroico.

                                                ¡Cómo quería a su mamá!

La exclamación fue de Doña Rosario, su progenitora. “El procuraba siempre que su mamá no se sintiera mal. Cuando yo estaba triste o enferma, por la mañana, bien tempranito, levantaba a los muchachos y prendía la candela”. Y distribuía  los quehaceres domésticos: Josué, la limpieza; Agustín, los mandados.

Un día de las madres no tenía nada que poder regalarle a su mamá. Con sus hermanos, siguió unas carretillas cargadas de carbón, de las que algunos se escapaban y quedaban en el suelo. Los recogieron y se los llevaron a Doña Rosario como el más sentido regalo.

“No está bien que yo, que soy su madre, lo diga, pero era una joya (…) Cada día de las madres a las 5 de la mañana, entraba a mi cuarto, seguido de sus hermanos. Me despertaban con una canción. Me regalaban flores. Luego se quedaban conmigo hasta el amanecer. Me hacían chistes y cuentos. Más tarde, ni aún en lo más crudo de la lucha dejaba de enviarme Frank, el Día de las Madres, un ramo de flores”.

 “Frank me daba medicinas cuando me enfermaba y hacía guardia al lado de mi cama”.

                                                    Hermano, ¡Hermano mío!

 Frank sentía un amor profundo por su hermano Josué. Un cariño transformado en devoción. Lo llamaba “mi niño”.

“Acaba de decírmelo… Josué”.  Así le dijo Frank a Léster Rodríguez, cuando éste le comunicó que habían salido algunos carros a la calle y se reportaban algunos muertos. Lo había presentido.

En carta a Fidel, fechada el 5 de julio de 1957, le expresa (…)  “Aquí perdimos tres compañeros más, sorprendidos cuando iban a realizar un trabajo delicado y que prefirieron morir peleando antes que dejarse detener, entre ellos el más pequeño que me ha dejado un vacío en el pecho y un dolor muy mío en el alma…”

La caída de su hermano lo angustia. Y de ese dolor brotan los versos llenos de ternura y de amor.   Cuánto te quise, cómo lloré / tus penas y tus tristezas / cuánto siento el no haber sido / tu compañero de siempre / no haberte brindado mi vida.  Cuánto sufro el no haber sido /  el que cayera a tu lado /  hermano, ¡hermano mío! /  qué solo me dejas / rumiando mis penas sordas, / llorando tu eterna ausencia…

Sólo un mes más tarde, Frank País García  se uniría a su hermano en el sitial de los mártires de la Revolución.

                                              Para  mi no hay nada más que ella

El amor a la Patria llena todos los sentimientos del joven. En carta dirigida a una muchacha que había sido su novia, está explícito este amor y su disposición de entregarlo todo por él.

“ Soy distinto, sí, tienes una rival que me ha robado el alma por entero, que  me absorbe en cuerpo y alma, que me hace circular la sangre más rápido al pensar en ella, que he sentido angustias y alegrías con ella. Que he llorado, y abundantemente, como un chiquillo, por sus tristezas. He sufrido ya tanto por ella que me siento suyo, ha tomado mi vida de una manera que no soñé  nunca entregar más que a Dios. Soy suyo y ella es mía porque la quiero, la amo profundamente, de corazón".

“La conoces - continuaba diciendo en su carta - aunque la has mirado muchas veces sin comprenderla bien. Tiene la falda de listas azules y blancas, el corpiño rojo y sobre su cabeza un gorro frigio con una estrella blanca. ¿Comprendes esto?

“He olvidado todo. Tú, yo, los demás. Para mi no hay nada más que ella. No me interesa ya nada de nada, sólo ella. Me siento como poseído. En mis venas arde un solo deseo, servirla. Me vejan, me dejan solo, sufro, pero ya no me importa, ¡Qué me va a importar si la tengo a ella!”

Y fue éste, el amor de Frank País a su Patria, un amor correspondido, que sigue creciendo con el tiempo y echando raíces profundas que lo sustenta

                                                     Y se les ve caer uno a uno…

  Frank amó entrañablemente a sus compañeros de lucha. Sufrió por ellos. Para él  “compartir el peligro, la fugaz victoria y el riesgo de la vida y el cariño de los demás, siembra en el alma un cariño mucho más grande que el del hermano, más profundo y recio que el de un padre, tan abnegado y noble como el de una madre”.

Su agonía se multiplica ante la pérdida de cada compañero.  “Y se les ve caer uno a uno.  Y se siente morir en cada caída y aprende a quererse más al que queda.  Y se le ve caer también.  Y  al otro y al otro…”.

Sus vivencias son terribles.  “Yo quería a Carlitos y lo he perdido,   yo quería a Carvajal y lo he perdido, yo quería a José Tey y lo he perdido, yo quería a Tony Alomá y lo he perdido, yo quería a Otto Parellada, a Orejón Forment, a Ñico López, a Cándido González, a Saavedra, a Raúl Suárez, a Mario Lamelas (se refiere a Roberto Lamelas N.A.), a Joel Jordán, a Guillermo Domínguez y tantos más (…) y a todos los he perdido, sintiendo con cada uno de ellos como si me arrancaran algo de mi vida”.

Tanto laceraba al joven jefe clandestino la caída de cada compañero, que llegaría a escribir: “A veces pienso si sería mejor morir y ser eternamente joven y cesar el sufrir y no vivir sintiendo la muerte de cada hermano que cae (…)”

Así era Frank, el muchacho maestro, que tocaba piano, regalaba flores,  escribía y recitaba versos, capaz de las cosas más sublimes y de las decisiones más drásticas cuando de los principios y la disciplina se trataba. Así lo recordamos hoy. Eternamente joven, enamorado de la vida. Poseído por un profundo amor a  su familia, a sus compañeros y a la Patria por la cual ofrendó su vida.

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