lunes, 31 de mayo de 2021

¡Siempre he vivido bloqueado! (2)

 

 

 

 .Orlando Guevara Núñez

 

Fue a partir de 1959 que los yanquis comenzaron a “preocuparse” por nosotros. Antes no escuché nunca una declaración condenando a Batista por sus crímenes o exigiendo derechos para los millones de humanos que en Cuba no los teníamos. Sólo ahora, cuando ya éramos humanos con derechos, venían con la intención de vendernos esa porquería que ellos empaquetan y distribuyen por el mundo con el sello mendaz de derechos humanos.

 

Tampoco recuerdo ninguna pastoral defendiendo nuestras almas y mucho menos nuestros cuerpos, como las oía ahora condenando al comunismo. Ni siquiera me imaginaba qué cosa era el comunismo, como tampoco podía identificar que el pasado de terror e injusticias que tratábamos de dejar atrás se llamaba capitalismo. Lo único que sí podía identificar con claridad, como algo distinto, era a la Revolución, aunque no pudiera vislumbrar su alcance. Eso fue poco a poco.

 

Nunca tuve creencias religiosas ni antirreligiosas tampoco; pero en los días iniciales – y los meses y los años – de la Revolución, muchos oportunistas quisieron “echarle a Dios encima” a nuestro proceso revolucionario. Lo ví y lo viví en mi propio barrio. Un día llegó a mi casa Chino, un primo mío, con el propósito confesado de “ salvar mi alma y recuperarme de la perdición”. Mi pecado era ser revolucionario y apoyar el socialismo proclamado por Fidel. Chino era huérfano de padre, porque Angelo salió un día a buscar trabajo, los esbirros de Batista lo detuvieron, lo mataron y su cadáver no apareció nunca. Se dice que lo lanzaron al mar junto a Gerardo, otro vecino.

 

Mi respuesta al pariente se concretó en decirle que yo estaba salvado desde el Primero de Enero de 1959. La discusión pasó del plano religioso al político – no por culpa mía – y con mucha franqueza le dije que no fuera tan comemierda o por lo menos que no lo fuera en mi casa. Pasados los años – no muchos – Chino se marchó hacia los Estados Unidos, al mismo lugar que acogió con gusto y como héroes a los asesinos de su padre. No sé si Dios llegaría a perdonarle esa traición.

 

Nunca llegaron a bautizarme y por eso a veces me decían que yo era un hereje. Nunca le dí importancia a esa palabra, entre otras cosas porque ignoraba a fondo su significado. Un bautizo, en el campo, costaba tres pesos al padrino. Aunque no soy testigo presencial, muchas veces escuché la anécdota sobre una fiesta en el barrio, a la cual asistió un cura, con el propósito de realizar una ceremonia de bautizos. Luego de concluido el rito y en marcha el cobro, uno de los padrinos le confesó al cura que no tenía los pesos. El sacerdote pudo dominar en algo su cólera, pero la respuesta fue drástica: “ El muchacho no está bautizado ”.  El infeliz, que no debía la culpa, fue cristiano sólo unos minutos y regresó a su condición de hereje por falta de financiamiento.

 

Lo cierto es que a los revolucionarios, en esa crucial etapa, muchos falsos religiosos nos calificaban como “hijos de la violencia y de Satanás”. Mientras tanto, los verdaderos demonios se esforzaban por sembrar el divisionismo, poniendo de un lado a los creyentes y del otro a los ateos,  separación que no había existido durante la lucha insurreccional. Sin embargo, la extraordinaria visión de Fidel nos enseñó desde muy temprano que lo importante no residía en definir si alguien creía o no en Dios, sino si creía o no en la Revolución. Y aprendimos también que todo cuanto divide, debilita y mata y sólo fortalece y salva lo que une.

 

Casi sin darme cuenta comencé a vivir bajo el nuevo bloqueo. A nivel del país se hablaba de amenazas, sabotajes, sanciones económicas, rebaja y suspensión de la cuota azucarera, prohibición de ventas de petróleo y negativa a refinar el procedente de la entonces Unión Soviética. Pero el bloqueo imperialista, desde el inicio, comenzó a sentirse bien de cerca.

 

Escasez de alimentos. Racionalización. Libreta de abastecimientos. Colas. Reuniones de vecinos para determinar a quién se le entregaba una lata de leche condensada o una prenda de vestir que llegaba a la tienda. Carencia de zapatos, de una simple cuchilla de afeitar, de grasa para freir un huevo o del huevo mismo. Lucha tenaz contra especuladores y acaparadores.

 

Creo que desde entonces los cubanos comenzamos a convertirnos en un pueblo de inventores. Fabricar un vaso cortando una botella, hacer suelas de zapatos con gomas de tractores, cocinar con manteca de coco o sin manteca, adaptarle una pieza a un carro, cepillarnos los dientes con bicarbonato – también empleado como desodorante – o con sal. Durante muchos años dispusimos de muy poca ropa. Y el surtido era muy pobre, al extremo de que a veces se daba una reunión y aquello parecía una gigantesca orquesta, casi perfectamente uniformada, con la particularidad de que por esa época las verdaderas orquestas carecían de uniforme.

 

En esa forma comencé a entender cuestiones de política y a identificar quiénes estaban con el pueblo y quienes contra él, inclusive en el plano internacional. Cuando nos redujeron primero y después quitaron la cuota azucarera, muchos gobiernos subordinados al poder de Estados Unidos, lejos de protestar por la injusticia y el despojo a un pueblo pequeño, se disputaron como buitres cada migaja aunque ellos, con más cuota, fueran menos libres y dignos que nosotros sin ella.

 

Recuerdo que una consigna se hizo conciencia del pueblo: !Sin cuota pero sin amo!  También, cuando se produjo la condena de la Organización de Estados Americanos (OEA) a Cuba, la inmensa mayoría de nuestro pueblo reaccionó con mucho patriotismo. !Con OEA o sin OEA, ganaremos la pelea!, se coreaba en los actos. Igual sucedió cuando expulsaron a Cuba  de esa organización calificada justamente por Fidel y otros dirigentes nuestros  como Ministerio de Colonias Yanquis. El crimen cometido, se sumaba al bloqueo imperialista contra nuestro país y todavía no lo han lavado muchos lacayos.

 

Sanción y expulsión fueron respondidos por Cuba con la Primera y la Segunda Declaración de La Habana. Hoy quienes nos sancionaron tienen suficientes motivos para vivir abochornados, tantos como los tenemos nosotros para sentir orgullo por aquel gesto viril de todo un pueblo, que nos reafirmó como país libre y soberano.

 

Creo que desde entonces los gobiernos yanquis comenzaron su interminable cadena de equivocaciones con nosotros. Intentaron matarnos por hambre y enfermedades o rendirnos por cobardía –todavía lo intentan- sin darse cuenta de que las limitaciones por ellos impuestas eran infinitamente pequeñas frente a las que habíamos sufrido antes del triunfo de la Revolución. Ahora teníamos mucho más. Con ese poco que desde el inicio nos dio la victoria revolucionaria, no habrían muerto Bancay, Roberto, Morejón, Nidia ni su hijo.

 

El bloqueo se fue haciendo cada día más fuerte y nosotros más fuertes que el bloqueo.

 

Los yanquis creyeron -y se equivocaron- que frente a las carencias los cubanos nos íbamos a virar contra Fidel. Y lo que hicimos fue virarnos más contra ellos. Hablando más claramente: querían que nos cagáramos en Fidel y lo que venimos haciendo hace 54 años es cagarnos en el bloqueo y en los yanquis. Esa es la palabra. Y si a alguien no le gustara por considerarla obscena -estoy seguro que de haber estado el mismo tiempo bloqueado las diría tal vez peores- yo podría argumentar que más obsceno es el bloqueo. Y si fuera suprimida del texto y yo volviera a leerlo, al llegar ahí, recordando a Galileo – a quien conocí después del triunfo de Enero- repetiría más convencido todavía: ¡ Y sin embargo, me cago!        

 

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