domingo, 28 de febrero de 2016

Bloqueo norteamericano a Cuba: Del dicho al hecho, largo el trecho






.Orlando Guevara Núñez
Transcurridos ya más de 14 meses de anunciado el incio del proceso para la normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, es evidente que  en el primer obstáculo para ese fin – el bloqueo norteamericano a nuestro país- hay  un gran trecho  entre el propósito expresado por el presidente Obama de eliminarlo, y  las medidas por él adoptadas para que así sea.
En su esencia, el bloqueo –léase guerra económica- sigue intacto. Las medidas adoptadas, tienen  la clara intención no de beneficiar al  pueblo cubano, como ha dicho el propio presidente de Estados Unidos, sino de abrir brechas en la economía y el sistema socialista cubano para llegar al postulado-también anunciado- de derrotar a la Revolución con otros métodos, no el fracasado hasta ahora.
Para el presidente norteño y sus asesores, una estrategia es la de aupar al sector privado cubano, con el fin de convertirlo en una fuerza interna que mine la economía  e influya en lo político contra el sistema socialista. Y por otra parte, desarrollar internet – lo mismo que siempre han bloqueado- pensando que por esa vía pueden socavar  la ideología de los cubanos, como lo han logrado en otros países.
Otro es el tema de los derechos humanos. Tema mal escogido por el mandatario Obama para el análisis con Cuba sobre la normalización de las relaciones. Estados Unidos, sin temor a equívocos, es hoy el gobierno más responsable de que en el mundo existan más humanos sin derechos, incluyendo a su propio país. Pienso que si han escogido ese tema, es porque para ellos, esas personas no son consideradas humanas.
Cuba, en esa materia, tiene logros como no muchos países pueden exhibirlos, incluidos los de contribuir con cientos de miles de sus hijos a salvar vidas, aliviar dolores, prevenir enfermedades, erradicar el analfabetismo, desarrollar la cultura y el deporte, en decenas de países, poniendo el interés humano por encima, incluso, de diferencias en las concepciones ideológicas.
Muchos, sobre todo en los Estados Unidos, no se cansan de pregonar que el mayor obstáculo para la normalización de las relaciones entre ese país y el nuestro, es la negativa cubana de “hacer cambios” en su política y su economía. Cuba está haciendo cambios, pero los que necesita para fortalecer el socialismo, no para debilitarlo. Y los seguirá haciendo, con el  apoyo y la participación de todo el pueblo hasta vencer, por cualquier vía, el bloqueo, condenado por todos los países del mundo, con excepción del maridaje Estados Unidos Israel.
Se sabe que el presidente Obama tiene el poder para socavar el bloqueo hasta dejarlo en un esqueleto que le correspondería al Congreso estadounidense certificar su defunción. Pero al paso actual, la vida de esa criminal, ilegal, obsoleta  y absurda medida puede sobrepasar la edad que el propio mandatario  ha dicho desear para ella.
Es un signo de prepotencia imperial  la posición de muchos personeros gubernamentales – y apirantes a serlo- de que Cuba tenga que hacer concesiones para que Estados Unidos decida eliminar el bloqueo. Pretenden que nuestro país pacte con ellos, sacrificando su soberanía, su independencia y sus principios.
Cuba, en primer lugar, no tiene nada de que arrepentirse en su trayectoria desde que triunfó la Revolución. Ni implora el perdón que, en todo caso, debían pedir los agresores. Para ese tipo de gente, vale responder como en su tiempo lo hizo el Lugateniente General del Ejército Libertador Cubano, Antonio Maceo Grajales, cuando nos enseñó a no hacer nunca pactos indignos con el enemigo, y  que mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos.
Pienso que, en el tema de las relaciones Cuba-Estados Unidos, del dicho al hecho sigue existiendo mucho trecho. Pronto Obama cumplirá su visita a Cuba. Lo recibiremos, como se ha dicho, con respeto y buena atención, con la educación y la cultura política de un pueblo al que más de medio siglo de bloqueo y agresiones no ha podido matarle la caballerosidad ni la capacidad para dialogar, en condiciones de absoluta igualdad, con cualquier adversario.

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