. Orlando Guevara Núñez
Otro año nuevo encuentra a cuatro antiterroristas
cubanos prisioneros en los Estados Unidos. En ese país, los terroristas andan
libres y protegidos, mientras que quienes luchan contra ellos sufren
persecución y prisión. El sistema judicial norteamericano se ha sumido en el
lodo, al condenar a inocentes mediante un proceso sustentado en la mentira y el
engaño, donde la justicia ha cedido su lugar a la injusticia.
El gobierno norteamericano sabe muy bien que
Gerardo, Ramón, Antonio y Fernando están prisioneros –como lo estuvo René- por
defender a su pueblo contra los grupos terroristas que desde allí operan
impunemente. Ninguno de ellos es culpable de los hechos por los cuales fueron
juzgados y condenados.
Ninguno de ellos obtuvo, ni trató de obtener,
información secreta que pusiera en peligro la seguridad de los Estados Unidos.
En el propio juicio quedó demostrado que ni una sola de las 20 000 páginas
digitales que les fueron ocupadas evidenció ese delito. La acusación de
conspiración para cometer espionaje fue una farsa para justificar la
injusticia. Igual sucede con el cargo imputado de atentar contra la seguridad
de ese país.
En el caso de Gerardo, la injusticia es más grande y
reveladora de la carencia de moral y ética del sistema judicial en el país que
se auto proclama campeón de los derechos humanos y de la democracia. También,
ante la falta de pruebas, la comedia de “conspiración” para cometer asesinato.
Los propios testigos norteamericanos expresaron en el juicio que no existían
pruebas para declarar a Gerardo culpable de ese cargo. Caso insólito, donde sin
acusación, se aplica una condena, además de injusta, desproporcionada.
Dos motivos están claros para esa actuación del
gobierno norteamericano en ese juicio manipulado. Uno, la venganza contra el
pueblo cubano, su odio visceral contra Cuba. Otro, satisfacer a los grupos
contrarrevolucionarios y terroristas, cuyo maridaje con la Agencia Central de
Inteligencia y el gobierno, alimenta el sueño de destruir la Revolución y
regresar a nuestro país el sistema capitalista.
Sobre Gerardo pesa la condena de dos cadenas
perpetuas más 15 años de prisión. El colmo del desprestigio de la justicia
norteamericana, además de la falacia de la condena, fue cuando a Antonio y
Ramón se les suspendió la cadena perpetua por la acusación de conspiración para
cometer espionaje, al considerar la carencia de pruebas. La misma acusación se
le aplicaba a Gerardo, pero en este caso se argumentó, simplemente, que no se
hacía nada con quitarle esa pena si ya él tenía otra igual. El cinismo, en este
caso, se abrazó con la injusticia y la inmoralidad.
El gobierno de Obama, hasta ahora, no ha hecho nada
para lavar el lodo que sepulta a su sistema judicial. El descrédito le es
indiferente. La repulsa internacional crece cada día contra esa arbitrariedad.
Un gobierno que paga a los medios de comunicación y a periodistas para que
mientan y calumnien a personas inocentes; un juicio fraudulento, en una sede
ilegal, con jueces amenazados o comprados; acusados y abogados defensores sin
acceso a los principales documentos; leyes- y hasta la propia Constitución de
los Estados Unidos-violadas para obtener la condena. Esas y otras muchas
irregularidades, se inscriben en este proceso.
El propio presidente Barack Obama – que no fue el
autor del fraude- pero lo ha adoptado como suyo, podría, con solo una firma,
poner fin a esa injusticia. Buena oportunidad para un Premio Nobel de la Paz de
hacer algo honesto a favor de los
antiterroristas cubanos y por el prestigio de la nación norteamericana. Buena
oportunidad para un profesor de Derecho Constitucional para demostrar que ganó
bien su título.
Gerardo, Ramón, Antonio y Fernando continúan
prisioneros de la injusticia y del odio. Pero cada vez más la solidaridad
internacional cercena los barrotes, hasta el día en que los derrumbe. Su
ejemplo de firmeza y de lealtad, trasciende sus celdas solitarias y alimenta la
consigna que se agiganta en la conciencia de millones de personas en todo el
mundo: ¡Libertad para los Cinco!
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