.Orlando
Guevara Núñez
Tengo ante
mis pupilas las imágenes del cementerio Santa Ifigenia. Veo las tumbas de
Céspedes, de Mariana, de Martí y de Fidel.
En estas
tumbas no imagino huesos, ni cenizas. Las miro e imagino ideas. Escucho sonidos de campanas. A mis oídos llegan himnos. Veo veloces corceles,
machetes; escucho disparos que quiebran afrentas y grilletes. Libros abiertos.
Mujeres que curan heridos y no admiten lágrimas ni siquiera ante el dolor por sus
hijos heridos o muertos.
Al unísono
con el
toque de campanas, miro hacia
el obelisco de Céspedes. Y escucho sus
palabras aquel glorioso 10 de octubre de 1868.
¡Ciudadanos:
ese sol que veis alzarse por la cumbre del Turquino, viene a alumbrar el primer día de libertad e independencia de Cuba! Y fundiendo
oprobios en la hoguera de la rebeldía. Y dirigiéndose a los nacientes soldados:
¿Juráis vengar los agravios de la Patria? Y una respuesta firme: ¡Juramos! Y otra interrogante: ¿Juráis perecer en la contienda, antes
que retroceder en la demanda? Y la
respuesta esta vez más alta: ¡Juramos!
Entonces, un
juramento a los juramentados: “Yo, por
mi parte, juro que os acompañaré
hasta el fin de mi vida, y que si luego tengo
la gloria de sucumbir antes que vosotros, saldré de la tumba para recordaros vuestros deberes
patrios y el odio que todos debemos al gobierno español”.
Entonces,
¿Cómo imaginar a Céspedes callado? Lo imagino saliendo de su tumba, y recordándonos
los deberes que aún nos restan por
cumplir por las ya ganadas libertad e independencia.
Mi vista se
posa sobre la tumba que atesora a Mariana Grajales Cuello. Imposible pensarla
en reposo. La veo de un lado a otro, atendiendo a un hijo herido, ordenándole al más pequeño que se empine para que luche también por la
libertad de Cuba.
Cierro los
ojos y reproduzco en mi mente la escena de la Madre de la Patria, con sus hijos
arrodillados ante ella, crucifijo en
mano, jurando liberar a la patria o morir por ella. Y pienso en sus seguidoras:
Haydée, Melba, Vilma, Gloria, Lidia, Clodomira… y tantas otras mujeres cubanas.
Repaso cada pulgada del Mausoleo de José Martí. No es posible admitirlo
muerto. Ni callado. Su voz trasciende el mármol. Y escucho su llamado: ¡Juntos y
adelante! Y su advertencia de que “ La
libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o
decidirse a comprarla por su precio. Y de que los grandes derechos no se compran
con lágrimas, sino con sangre.
Lo imagino en tribunas, escribiendo en Patria
. Y lo veo levantar los puños al
proclamar su convicción de que ¡Antes
que cejar en el empeño de hacer libre y
próspera a la patria, se unirá el mar del Sur al mar del Norte, y nacerá una
serpiente de un huevo de águila.
¿Cómo
imaginar a Martí callado? Lo supongo recordándonos que en la mejilla
ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de
hombre. ¿Cómo sin vida? Si allí, junto a él, está un grupo de los jóvenes que
el 26 de julio de 1953 vinieron a Santiago de Cuba, a ofrendarle su sangre y su
vida para que él siguiera viviendo en el alma de la patria. Y están otros que
murieron llevando en la frente la marca del deber cumplido, tanto en Cuba como
en otras latitudes del mundo.
Y siento aún las sentidas palabras de nuestro Héroe
Nacional, expresando su dolor por la patria encadenada. “ Lloré, lloré de espanto y de amargura: / Cuando el amor o el entusiasmo llora /Se siente a Dios, y se idolatra, y se ora;/ ¡Cuando se llora como yo, se jura!
Mi
vista se detiene en las cinco letras que identifican una tumba: FIDEL. Están
incrustadas en la piedra más gloriosa de Cuba. Y recuerdo los versos de Navarro
Luna: Hay muertos que no caben en sus tumbas.
Y lo imagino
combatiendo en el Moncada Y luego en la prisión, en el exilio, navegando en el
Granma, escalando la Sierra Maestra. Lo veo con su uniforme verde olivo, sus
grados de Comandante en Jefe. Fidel de Cuba, de América, del mundo.
Y acude a mi mente otro juramento:” Obreros y campesinos, hombres y mujeres humildes de la patria ¿juran
defender hasta la última gota de sangre esta Revolución de los humildes, por
los humildes y para los humildes? Y una unánime respuesta: ¡Juramos!
Y escucho otra vez su propio
juramento: “Defender esta Revolución hasta la última gota de nuestra sangre.
Me parece escucharlo
repitiendo su decisión con fuerza de presente y de futuro:”Nacimos en un país
libre que nos legaron nuestros padres y primero se hundirá la Isla en el mar
antes que consintamos en ser esclavos de nadie”
No hay
silencio dentro de las tumbas. Miro a mi alrededor: combatientes, niños,
jóvenes, hombres y mujeres. Repaso los juramentos de Céspedes, de Mariana, de
Martí y de Fidel. Y me parece ver al pueblo suscribiéndolos.
Y siento que
para nosotros, todos esos juramentos se
funden en uno solo: . ¡Juntos y adelante!.
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