.Orlando
Guevara Núñez
Los cubanos – y es así en muchas partes del
mundo- acostumbramos a bautizar instituciones culturales, científicas,
deportivas o de disímiles funciones, con el nombre de personas cuyo recuerdo, por
la obra de su vida, merecen perdurar en el recuerdo del pueblo. En nuestro
caso, por ejemplo, el nombre de Alicia Alonso fue asignado a un teatro en la
capital cubana. Alicia es símbolo de la cultura cubana y del mundo. La sola
mención de su nombre es sinónimo de arte, de cultura, de ética, de
profesionalidad, de humanismo, de lealtad. La dignidad de la nación cubana se
sintetiza en las seis letras de su nombre.
El
presidente de los Estados Unidos, como carpa para montar su show contra Cuba en
Miami, escogió un teatro nombrado Manuel Artime. Y es que ese nombre sintetiza valores que para Donald Trump y la jauría allí reunida, son ingredientes
de sus patrones morales: la traición, el robo, el terrorismo y la derrota.
Manuel
Artime Buesa, se sumó al Ejército Rebelde, en la Sierra Maestra, a menos de 72
horas antes del triunfo revolucionario del
1ro. de enero de 1959. Y durante su permanencia como militar, llegó a
obtener los grados de teniente. Pero pronto su verdadera vocación se impuso y
lo condujo a la traición.
Siendo
funcionario del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) en una zona
oriental de desarrollo, luego de intentos frustrados de conspiración, desertó y
marchó hacia los Estados Unidos.
Pero
en esa ocasión, a la cualidad de traidor, unió otra: la de ladrón, al llevarse
unos 100 000 pesos propiedad de la institución en la que trabajaba. No
obstante, en el país de la “democracia y de los derechos humanos” fue acogido
como héroe. Recibido, protegido y aupado para conquistar el tercer peldaño que
identifica su vida: el de terrorista.
Fundador
de la organización terrorista Movimiento de Recuperación Revolucionaria, con la
función de unir fuerzas para derrotar a la Revolución cubana. De ahí, todo
quedaba preparado para el siguiente acto “heroico” de Manuel Artime: su
integración a la invasión mercenaria de Playa Girón. Y no como soldado simple,
sino como “líder civil” de la Brigada 2506, donde esbirros, asesinos,
explotadores, latifundistas y otras lacras del pasado erradicado en Cuba,
venían a recuperar sus privilegios.
Esa
invasión le propició a Artime la otra cualidad por la cual recibe hoy el
homenaje hasta del propio presidente de los Estados Unidos, la de la cobardía y
la derrota.
La
historia de Playa Girón es bastante conocida. Los agresores no duraron ni
siquiera 72 horas. No aguantaron ni el tiempo mínimo planificado para
autoproclamarse como gobierno que pediría ayuda al amo yanqui y éste prestaría
mediante una intervención militar que pusiera fin al gobierno revolucionario
cubano.
Estuvo
Artime entre quienes, al enfrentarse al fuego de los combatientes cubanos y ver
su vida en peligro, a su “patriotismo” impuso el interés de salvar el pellejo,
buscando refugio fuera del alcance de las balas, y levantando las manos ante
los milicianos, en señal de una rendición incondicional.
Luego, el
“acto heroico” de la derrota total, la breve prisión y, por último el ser
canjeado por compotas para los niños cubanos.
Pero
ahí no paró la historia. Renacida su vocación de mercenario, ante la promesa de
otra invasión, esta vez más confiable, marchó a Nicaragua, para su
entrenamiento. Y cuando el gobierno yanqui no estuvo dispuesto a enfrentar
similar aventura y similar derrota, volvió a su madriguera, a hacer cuanto
pudiera para derrocar la Revolución. Hasta su fallecimiento, en 1977.
El
nombre de Manuel Artime Buesa, es hoy glorificado en Miami. El teatro que allí
evoca su figura, fue el refugio, junto al presidente Trump, de personas que
asumen los valores que caracterizaron a tan “ilustre” personaje: la traición,
el robo, el terrorismo, la cobardía y la derrota.
¿Conocerá
el pueblo norteamericano la verdadera historia de éste, otro de los “héroes cubanos” de Trump?
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