sábado, 8 de octubre de 2016

El Che: Sigue transitando hacia la historia americana




Orlando Guevara Núñez

La figura de Ernesto Guevara de la Serna, el Che, es hoy, a 49 años de su desaparición física, más inmensa. Sus enemigos quisieron matarlo, reducirlo al silencio, y lo que lograron fue convertirlo en símbolo y en himno de combate de millones de personas en el mundo.

Los cubanos vivimos orgullosos de haber tenido al Che junto a nosotros durante la lucha libertaria en la Sierra Maestra, donde se fraguaron sus dotes de valiente guerrillero, de jefe militar, y se desarrollaron sus cualidades de revolucionario.

Junto a Raúl Castro, fue de los dos primeros en la lista de futuros expedicionarios del Granma, donde vino como Teniente Jefe de Sanidad. Y a los tres días del desembarco, en Alegría de Pío, su sangre se fundió para siempre con la tierra cubana. Luego de la dispersión tras ese bautizo de fuego, estuvo entre quienes   se reagruparon  con Fidel para continuar la lucha armada por la liberación de la nación cubana.

 Aún siendo el médico del grupo , se destacó como combatiente en La Plata y en El Uvero, escenarios de la primera victoria militar rebelde y el ascenso – en su propio decir- a la mayoría de edad de la guerrilla. No hubo que pedírselo, pues él mismo se ofreció para ocupar un riesgoso puesto de combate. Terminado el épico encuentro de El Uvero, ejerció su profesión de médico, curando no solo a sus compañeros heridos, sino también a los enemigos.

Luego, durante el tiempo necesario, permaneció junto a los heridos rebeldes. “Che era un insuperable soldado; Che era un insuperable jefe; Che era, desde el punto de vista militar, un hombre extraordinariamente capaz, extraordinariamente valeroso, extraordinariamente agresivo. Si como guerrillero tenía un talón de Aquiles, ese talón de Aquiles era su excesiva agresividad, era su absoluto desprecio al peligro”. Así lo describió el Comandante en Jefe Fidel Castro. Esas cualidades determinaron que fuera el Che el primer guerrillero ascendido por Fidel al grado de Comandante del Ejército Rebelde y designado jefe de la Columna 4, primera surgida de la Columna madre, desarrollando importantes y victoriosos combates que fortalecieron las posiciones de la guerrilla.

De esa función sería relevado el Che para ser designado al frente del Campamento de Reclutas de Minas del Frío y preservarlo para misiones más importantes. Hasta que, llegado el momento, fue nombrado jefe de la Columna 8 “Ciro Redondo” que, junto al Comandante Camilo Cienfuegos al frente de la Columna 2 “Antonio Maceo”, realizaría la proeza de la invasión, a la que se sumó el ataque y liberación de la ciudad de Santa Clara, venciendo fuerzas superiores en hombres y en armas “No es fácil conjugar en una persona todas las virtudes que se conjugaban en él. No es fácil que una persona de manera espontánea sea capaz de desarrollar una personalidad como la suya. Diría que es de esos tipos de hombres difíciles de igualar y prácticamente imposibles de superar.

Pero diremos también que hombres como él son capaces, con su ejemplo, de ayudar a que surjan hombres como él”. Esta aseveración de Fidel, retrata en toda su dimensión al Che, de quien dijo también el máximo jefe de la Revolución: “Porque Che reunía, en su extraordinaria personalidad, virtudes que rara vez aparecen juntas. El descolló como hombre de acción insuperable, pero Che no solo era un hombre de acción insuperable: Che era un hombre de pensamiento profundo, de inteligencia visionaria, un hombre de profunda cultura.

Es decir que reunía en su persona al hombre de ideas y al hombre de acción”. Al Che lo recordamos los cubanos como un incansable trabajador que dedicaba su tiempo extra laboral al trabajo voluntario, que no concebía el ocio, ni desperdiciaba un minuto sin dedicarlo a algo útil. Y junto a esto, la superación, el aprendizaje constante, como un quehacer habitual, natural, necesario a su propia existencia. Así lo demostró en sus múltiples responsabilidades, como las de Presidente del Banco Nacional, director de la Junta de Planificación, Ministro de Industrias, como Comandante de regiones militares y jefe de delegaciones de tipo político, económico, o fraternal en las cuales representó con dignidad a Cuba.

Del Che recordamos sus valiosos relatos sobre hechos relevantes de la lucha, recogidos luego en su libro “Pasajes de la guerra revolucionaria”. Sus escritos sobre economía, sobre el papel de las universidades, sobre la lucha necesaria contra el imperialismo.

Perduran sus análisis profundos sobre el papel del hombre en el socialismo, sobre los mecanismos de estimulación para convertir en conciencia el deber del trabajo. Y también sobre la lucha ideológica entre el socialismo naciente y el capitalismo en decadencia. En el Che pensamos los cubanos cuando la Patria nos convocó al cumplimiento de riesgosas misiones internacionalistas, sin otro incentivo que arriesgar la vida en aras de preservar la de millones de seres humanos agredidos, explotados y oprimidos por el imperialismo internacional.

Ese internacionalismo, del cual fue él su mejor exponente, sigue siendo parte de la conciencia de nuestro pueblo. En Cuba, cada mañana, en las escuelas y otras actividades patrióticas, un infinito coro de voces infantiles repite la consigna de Pioneros, por el comunismo ¡Seremos como el Che! No faltan quienes afirmen la imposibilidad de que alguien sea como el Che. Pienso que desde el punto de vista de todas las cualidades y de todos los méritos acumulados en la figura de tan extraordinario hombre, determinados por su actitud en los momentos que le tocó vivir, el Che es, sencillamente, irrepetible.

Pero de lo que se trata no es de copiar una figura, sino de asimilar virtudes. Se puede ser valiente, trabajador, internacionalista, profesar los más puros sentimientos de amor, sentir y practicar la solidaridad humana, estar dispuesto a ofrendar la sangre y la vida por cualquier causa justa en cualquier parte del mundo, odiar al imperialismo y luchar contra éste donde sea necesario. Y se puede ser abanderado de la verdad, de la honestidad y la confianza en la Revolución y en el ser humano. Como lo fue el Che.

Fidel resumiría así el legado del Che a nuestro pueblo: “Nos dejó su pensamiento revolucionario, nos dejó sus virtudes revolucionarias, nos dejó su carácter, su voluntad, su tenacidad, su espíritu de trabajo. En una palabra, ¡nos dejó su ejemplo! ¡Y el ejemplo del Che debe ser un modelo para nuestro pueblo, el ejemplo del Che debe ser el modelo ideal para nuestro pueblo! Hoy, las ideas del Che florecen no solo en Cuba. Se multiplican en otros pueblos de nuestra América donde son enarboladas como símbolo de independencia y soberanía, proclamadas por millones de seres humanos y por dirigentes que decidieron unir su vida al destino libre y digno de sus pueblos, frente a un mismo enemigo: imperialismo norteamericano.

En su poema titulado Canto a Fidel, antes de partir en la expedición del Granma, el Che escribió: Y si en nuestro camino se interpone el hierro /pedimos un sudario de cubanas lágrimas para que se cubran los guerrilleros huesos/ en el tránsito a la historia americana. Nada más. Ese tránsito, a esa historia, continúa con rumbo firme. La imagen del Che está diseminada en muchos países del mundo, acompañando demandas de libertad y de justicia. Recorre calles y avenidas, alimenta esperanzas de redención. Es filo cortante de grilletes esclavos y heraldo de tiempos de revolución por venir, pero que se engendran en la lucha de masas irredentas, ansiosas de un mundo mejor que ahora reconocen posible.

 Los restos venerados del Che y de sus compañeros caídos en Bolivia, no puede decirse que reposan en Cuba; valdría mejor decir que son eternos centinelas de nuestra obra, prestos siempre, como cantó el poeta Bonifacio Byrne, a alzar sus brazos para defender nuestra bandera. El destacamento de refuerzo, los llamó justamente Fidel. Por eso ahora, ante el recuerdo  de la caída del Che y sus aguerridos combatientes internacionalistas, vale dedicarles lo que ellos más quisieron y fue la razón de su vida: la obra revolucionaria que construimos, fortalecemos y defendemos. Y la confianza de que seguiremos juntos, fieles al grito que, más que despedida, es expresión de encuentro y de abrazo eternos: ¡Hasta la victoria siempre!

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