.Orlando Guevara Núñez
La medidas de los gobiernos
de los Estados Unidos contra Cuba han unido siempre, en un mismo plan, el
crimen y la mentira. Desde que en 1960 el Consejo de Seguridad norteamericano
aprobó el Programa de Presiones Económicas
contra el Régimen de Castro y el
Programa de Acción Encubierta contra Castro, convergieron en ese fin
medidas militares, de propaganda, la creación de una oposición interna, junto a
las presiones económicas, el intento de aislamiento, los sabotajes, con el fin
de destruir a la Revolución.
Un documento oficial
norteamericano, en abril del propio
1960, revela las sucias intenciones. “El único medio previsible para enajenar
el apoyo interno es a través del desencanto y el desaliento basados en la
insatisfacción y las dificultades económicas. Debe utilizarse prontamente
cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba. Una línea
de acción que tuviera el mayor impacto es negarle dinero y suministros a Cuba
para disminuir los salarios reales y monetarios a fin de causar hambre,
desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
Pero esa política hacia Cuba
no era nueva. Claro, no aplicada durante los gobiernos sumisos a los Estados
Unidos, sino desde antes, cuando los cubanos, después de 30 años de cruenta
lucha, habían provocado el colapso militar, político, económico y moral de
España en el país.
Fue el momento aprovechado
por el naciente imperialismo norteamericano para consumar el crimen de
arrebatarles a los cubanos su libertad e independencia, apetito que desde muchos
años atrás estaba por saciar.
El 1ro. de enero de 1899
quedó instaurado en Cuba el gobierno interventor yanqui. Por el mundo corrió la
mentira de que esa potencia había propiciado la libertad cubana cuando lo que
hizo fue escamotearla. No hubo ayuda, sino despojo. El tránsito para los
cubanos fue de colonia de España a neocolonia de los Estados Unidos.
El propio representante de la
potencia interventora, Leonardo Wood, dejó para la historia su valoración sobre
la injerencia intervencionista.
“Por supuesto que a Cuba se
le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt (…) todo lo
cual es evidente que está en nuestras manos y creo que no hay un gobierno
europeo que la considere por un momento otra cosa sino lo que es, una verdadera
dependencia de los Estados Unidos y como tal es acreedora a nuestra
consideración. Con el control que sin duda se convertirá pronto en posesión, en
breve prácticamente controlaremos el comercio de azúcar en el mundo. Creo que es
una adquisición muy deseable para los Estados Unidos. La Isla se
norteamericanizará gradualmente y a su debido tiempo contaremos con una de las
más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo”.
Pero para lograr su objetivo
de dominación sobre Cuba, el gobierno norteamericano estuvo dispuesto a
desangrar al país. Una intrucción del entonces Secretario de Guerra de los
Estados Unidos, J.C. Breckenridge, a las tropas interventoras en Cuba, revela
la esencia criminal de su misión en nuestro país:
“Habrá que destruir cuanto alcancen
nuestros cañones, con el hierro y con el fuego; habrá que extremar el bloqueo
para que el hambre y la peste, su constante compañera, diezmen su población
pacífica y mermen su ejército; y el ejército aliado habrá de emplearse
constantemente en exploraciones y vanguardias, para que sufran
indeclinablemente el peso de la guerra entre dos fuegos y a ellas se
encomendarán precisamente todas las empresas peligrosas y desesperadas(…)
Resumiendo, nuestra política se concreta a apoyar simpre al más débil frente al
más fuerte, hasta la completa exterminación de ambos, para lograr anexarnos la
Perla de las Antillas”.
Con esa hipocresía, con ese
sentimiento criminal, actuó el gobierno de los Estados Unidos en Cuba durante
aquella bochornosa intervención.
Bloqueo, política sucia,
genocidio. Compárese aquel episodio con el del posterior al triunfo de la
Revolución. Los mismos perros con los mismos collares.
La historia a veces tiene
caprichos. Y en este caso no perdió la oportunidad de uno sigficativo. El 1ro. de
enero de 1899, como ya dijimos, se instauró en Cuba el gobierno interventor
norteamericano. Y justamente 60 años después, el 1ro. de enero de 1959, triunfó
la Revolución. En el primer caso, significó el inicio del dominio de Estados
Unidos sobre Cuba. En el segundo, aconteció la liberación definitiva de Cuba,
el cese total de la tutela yanqui en nuestro país. Cuenta saldada.
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