.Orlando Guevara
Núñez
Entre los
recuerdo de mi niñez, guardo una anécdota de mi padre sobre el bien y el
mal. No preciso dónde la aprendió, ni
mucho menos el cerebro que la generó; pero
me vino a la mente al escuchar la
exhortación del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, exhortando a los cubanos a olvidar la
historia y actuar como si nada hubiese pasado entre el
imperio agresor y la pequeña nación agredida.
Contaba mi padre
que cierta vez un hombre, preocupado
ante los malos actos de su hijo, lo llamó, le brindó una tabla, un martillo y
diez clavos, con la sugerencia de que por cada mala acción, clavara un clavo en el madero. El muchacho
accedió a lo que le pareció una simple diversión.
Pasado poco
tiempo, el joven, con cierto aire de
orgullo por haber cumplido la encomienda del padre, sin costarle mucho trabajo haber cometido
tantas malas acciones casi seguidas, se apareció ante él, con la tabla
atravesada de lado a lado por los diez clavos. Al revisar la “obra” del
hijo, el viejo, mirándolo con honda tristeza, le trazó otra
tarea.
“Ahora, cada vez
que hagas una buena acción, toma el
martillo y saca un clavo”. El muchacho, aún
sin entender bien el propósito,
hizo lo indicado por el padre. Y en menos tiempo del utilizado para clavarlos, se apareció con
la tabla libre de los clavos. Esta vez,
el muchacho se mostraba eufórico,
prgonando sus buenas acciones, con lo cual creía borrar sus actos malos.
Fue
entonces cuando el viejo, tomando la tabla y mostrándosela al hijo, le dijo: “Es cierto que has hecho acciones buenas, pero mira: la tabla conserva, y conservará
por siempre, las huellas de las malas
acciones. El hijo observó los agujeros y se dio cuenta de una verdad
indiscutible: las malas acciones dejan siempre huellas, que ni siquiera las
buenas serán capaces de borrar.
Mi padre, quien aprendió a leer y escribir sin
ir nunca a una escuela, tuvo la
capacidad de asimilar ese menaje. El presidente Obama, siendo el presidente de la potencia más
poderosa del mundo, parece desconocer esa verdad…
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