.Orlando Guevara Núñez
El
5 de abril de 1895, en Mucaral, Mayarí Arriba, actual provincia de Santiago de Cuba, dejó de
existir uno de los héroes más brillantes de las gestas cubanas contra el
colonialismo español: Guillermo Moncada Veranes. La historia lo recuerda como Guillermón. Por su estatura, así lo llamaron
sus compañeros en la manigua cubana.
Este héroe legó su nombre al
cuartel que el 26 de Julio de 1953 sería asaltado por los jóvenes de la
Generación del Centenario, encabezados por Fidel Castro Ruz, iniciando así la última
etapa de lucha por la libertad e independencia de Cuba.
Nació Guillermón el 25 de junio de 1840 en Santiago
de Cuba, en la actual barriada de Los Hoyos. Hijo de una familia negra
extremadamente humilde. Su madre, Dominga Trinidad Moncada, y su padre, Narciso
Veranes, vivían en la pobreza, pero con una riqueza moral que heredó el joven y
determinó su formación desde la niñez. Su bondad y valentía fueron dos rasgos
inherentes a su carácter.
El
estallar la guerra independentista del 10 de octubre de 1868 en La Demajagua, este patriota
estuvo entre los primeros en incorporarse a las fuerzas insurrectas, junto a
otros representantes de la juventud santiaguera. Su bravura lo distinguió desde
temprano en los combates, en varios de los cuales resultó herido, estando bajo
el mando de los más prestigiosos jefes mambises. Así ganó su aval para ascender
al grado de general del Ejército Libertador Cubano. Más de 50 enfrentamientos
con el enemigo los realizó como combatiente de las tropas del General Antonio Maceo.
Ágil
y audaz en el manejo del machete, Guillermón
protagonizó con esa arma hechos que hoy lo destacan como bravo entre los
bravos. Uno de éstos fue el duelo personal a muerte en el que venció a un
teniente coronel español, esgrimista, en su propio refugio.
Cuando
el Generalísimo Máximo Gómez lo designa para sustituir en el mando al coronel
Policarpo Pineda (herido en combate) le encomienda también cumplir la misión de
poner fin a los vandalismos cometidos por las escuadras de Santa Catalina del
Guaso, bajo la jefatura de Miguel Pérez Céspedes, quien se jactaba de desear un
duelo a machete con Moncada.
Recoge
la historia que un día, en un camino, en un papel doblado, encontró Guillermón la siguiente nota: “A
Guillermo Moncada, donde se encuentre. Mambí: no está lejos el día en que pueda
sobre el campo de la lucha bañado por tu sangre, izar la bandera española sobre
las trizas de la bandera cubana”. Y la firmaba Miguel Pérez.
Al
dorso del propio papel escribió Guillermón:
Enemigo: Por dicha mía se aproxima la hora en que mediremos nuestras armas. No
me jacto de nada, pero te prometo que mi brazo de negro y mi corazón de cubano
tienen fe en la victoria. Y siento que un hermano extraviado me brinde la
triste oportunidad de quitarle filo a mi machete. Mas, porque Cuba sea libre,
el mismo mal es bien”. Firmó el papel y lo dejó en el mismo lugar. Poco después
llegaría el día del enfrentamiento. El machete de Guillermón se impuso en largo y sangriento duelo, y el vencedor
envió a Máximo Gómez, como testimonio,
las insignias usadas por el traidor.
Luego
de la paz sin independencia del 10 de febrero de 1878 en El Zanjón, Guillermón se encuentra entre los
oficiales que, junto a Antonio Maceo, protagonizan la viril Protesta de
Baraguá, el 15 de marzo de ese mismo año. La nombrada Guerra Chiquita lo suma
otra vez a la manigua, y después del fracaso de ésta, tras un engañoso proceder
de las autoridades coloniales, es enviado a prisión, primero en Cuba y luego en
las Islas Baleares, jurisdicción
española.
Cumplidos
seis años de prisión, regresa el jefe mambí a la Patria, en 1887. Las duras
condiciones de la cárcel no habían quebrantado su moral, pero sí su salud, pese
a lo cual continuó sus actividades conspirativas. En 1893 fue detenido
nuevamente, hasta la mitad del año siguiente.
Los
clarines de la guerra revolucionaria llamaron de nuevo a los patriotas a la
guerra, el 24 de febrero de 1895. Alzamientos internos y expediciones desde el
exterior, formarían parte del plan de José Martí para la nueva contienda. Y el
gigante de estatura y de gloria, aún sabiendo cercana su muerte, con los
pulmones destrozados por la tuberculosis, va de nuevo a los campos de batalla, nombrado jefe
militar de Oriente. Se estableció en Loma de la Lombriz, en el Término de
Alto Songo.
Pese
a su gravedad estuvo al frente del ataque a Dos Caminos y poco después en
Charco Grillo, Mayarí Arriba, tendría su último combate. Cuatro días más tarde
que el desembarco de Antonio Maceo por Duaba, y seis antes de la llegada de
Martí y Gómez por Playita de Cajobabo, Cuba perdía a uno de sus más gloriosos
generales mambises. Los restos venerados
de Guillermón reposan en el cementerio de Santa Ifigenia, en la Ciudad que ganó el Título Honorífico de Héroe de la
República de Cuba, la que lo vio nacer y vivir como patriota.
El
luto entre las filas insurrectas fue profundo. Y cuentan que al conocerse la
noticia, ante la consternación de los combatientes, su ayudante, el capitán
Rafael Portuondo Tamayo, en cuyos brazos falleció el héroe, pronunció estas palabras
con vigencia para todos los tiempos: “Los hombres como el General Moncada no se
lloran, se imitan”.
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