.Orlando Guevara Núñez
Este domingo 19 de abril, el
recuerdo de José Cuevas Veranes estará presente en mi memoria. Así sucede cada
vez que hay un proceso electoral. Siempre que a él se le habla de las
elecciones en la Cuba prerrevolucionaria, una exclamación sale disparada, más
que de sus labios, de su corazón: ¡Solavaya! En el argot cubano, eso equivale a
decir: ¡No quiero saber de eso!
Una vez me contó que en la
zona rural donde vivía, su padre se rebeló contra la Guardia Rural al servicio
de los gobiernos opresores. Y lo apalearon, golpiza que lo llevó a la muerte.
La madre y los nueve hijos quedaron abandonados en la más terrible miseria.
Me relató que un día la vieja
vino para Santiago de Cuba con tres hijos enfermos y llegó al único hospitalito
infantil que existía en la entonces capital de Oriente. Uno sufría de
gastroenteritis, otro carente de vitaminas en el cuerpo, y el tercero con
tifus. Pero no tenía dinero para el pago de la asistencia médica ni de las
medicinas.
Fue entonces que un politiquero
– a la caza de personas humildes con esa u otras desgracias- le ofreció la
solución a cambio de que le entregara la cédula electoral de ella y de su
familia. El pacto tuvo que hacerse.
En otra ocasión, murió el
hermano mayor, pero no había dinero para el gasto de los funerales. Uno de esos
buitres de las urnas, nutriéndose del dolor de la familia, le propuso que “Si
todos se unen y dan su voto, lo demás es fácil”. La dignidad no permitió esta
vez la afrenta. Fue necesario conveniar un “tendido luctuoso a plazos” y cargar
con la deuda durante cinco años.
Ante aquella situación, es
comprensible que uno de los hermanos de José Cuevas muriera de viruela, dos de
tifus, al tiempo que dos hermanas fallecieron durante el parto.
Por eso tuve en la mente a
este humilde santiaguero cuando el domingo 19 de abril, bien temprano, deposité
mi voto en la urna para elegir a mi Delegado a la Asamblea Municipal del Poder
Popular. Sé que también él estaría presente en su colegio electoral.Y al
recordar las elecciones del pasado capitalista – cuando para el imperio del Norte revuelto y brutal que nos desprecia,
al decir de José Martí, éramos un país democrático- repetiré con mi amigo la
exclamación que merece ser escrita con
letras mayúsculas: ¡SOLAVAYA!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario