¡Cadáveres amados los que un día…!
. Orlando Guevara Núñez
Por las madrugadas eran sacados del campamento grupos
de hombres y trasladados en automóviles a Siboney, La Maya, Songo y otros
lugares, donde se les bajaba atados y amordazados, ya deformados por las
torturas, para matarlos en parajes solitarios (…) Algún día serán desenterrados
y llevados en hombros del pueblo hasta el monumento que, junto a la tumba de
Martí, la Patria libre habrá de levantarles a los mártires del Centenario.
Fidel Castro Ruz,
La historia me absolverá
De los 61 combatientes
revolucionarios de los cuarteles
Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, que
perdieron la vida durante los hechos del 26 de julio de 1953, sólo seis cayeron
en combate. Los 55 restantes fueron brutalmente asesinados después de haber
sido hechos prisioneros.
Los seis caídos
combatiendo-todos en el Moncada- fueron
Flores Betancourt Rodríguez, Gildo Fleitas López, Renato Guitart Rosell, José
de Jesús Madera Fernández, Pedro Marrero Aispurúa y Carmelo Noa Gil. De los 25
asaltantes de Carlos Manuel de Céspedes, diez fueron hechos prisioneros y
masacrados; de los 21 que combatieron desde el Hospital Civil, comandados por
Abel Santamaría Cuadrado-Segundo Jefe de la acción- solo uno sobrevivió, al no
ser apresado. También escaparon de la muerte las heroínas Haydée Santamaría
Cuadrado y Melba Hernández Rodríguez del Rey.
Ese fue el precio en vidas de
aquella heroica gesta. Pero Santiago de Cuba no fue indiferente ante los
hermanos caídos, como tampoco ante sus asesinos. Y desde el mismo enterramiento
hay una historia altruista y conmovedora para rescatar del anonimato y el
olvido los restos venerados.
Melba Hernández, heroína del
Moncada, así lo recuerda: “En este caso
tengo que referirme a una gloriosa santiaguera, a la compañera Gloria Cuadras-
y al esposo de ella-, quienes desde el primer instante en que empezaron a
trasladar los cuerpos de nuestros compañeros muertos para el cementerio Santa
Ifigenia, se ligaron a nosotros. Ellos cuidaron de nuestros gloriosos cadáveres
hasta dejarlos depositados allí y siempre nos mandaron mensajes de que estaban
bien cuidados y de que se les ponían flores”.
Recuerdos
de una protagonista
Gloria Cuadras de la Cruz,
quien llegó a ser después responsable de Propaganda del Movimiento
Revolucionario 26 de Julio, es ya fallecida. Pero hoy, a 46 años de aquellos
hechos, converso con Amaro Iglesias, esposo de Gloria, el combatiente
clandestino evocado por Melba.
“Lo primero fue saber dónde
iban a enterrarlos. Los depositaron en cajas de madera rústica, sin forrar, y
los montaron sobre una rastra, custodiados por soldados que apuntaban con sus
armas para distintas partes. Me situé en Martí y Carretera Central y manejando
un carro de mi trabajo me coloqué detrás de la rastra, como si fuera una
casualidad del tránsito, siguiéndola hasta el cementerio”.
Amaro registra en sus
recuerdos. “Bajaron todos los féretros- afirma- en el lugar donde se hacían las
autopsias y allí los dejaron para sepultarlos al otro día, a las diez de la
mañana. Por una coincidencia, a esa misma hora, sería enterrado el suegro del
dueño de mi trabajo. Le pedí al jefe manejarle su auto hasta el cementerio, le
expliqué lo que haría y estuvo de acuerdo.
Cuando llegué estaban
haciendo las autopsias, en el suelo. Decían que el lugar del entierro no estaba
decidido. No querían que la gente lo supiera, pero Gloria hizo contacto con un
sepulturero de apellido Casternau, quien cooperó mucho y sostenía encuentros
con ella en la casa ubicada en San Pedro Nro. 21, donde vivíamos. Otro
trabajador del cementerio – se refiere a Reinaldo Duany Serrano- participó en
todo ese proceso”.
La sepultura de los héroes
En un costado del cementerio
Santa Ifigenia- un patio común- fueron cavadas varias fosas, sepultando en
ellas a los revolucionarios, en pequeños grupos, pero en ataúdes individuales.
En esos lugares-explica
Amaro- fueron identificados con cruces y se les ponían flores, para mantener
vivo su recuerdo. Un testimonio de Gloria Cuadras recuerda que en más de una
ocasión el ejército de Batista destruyó el lugar, pero fue reconstruido y se
pusieron de nuevo las flores.
En nombre de
las madres
Conducida ante los
esbirros Chaviano y Lavastida, en el
Cuartel Moncada, Gloria fue interrogada sobre por qué realizaba la tarea de
custodiar los cadáveres de los asaltantes. “Como mujer y madre, en nombre de
las madres que perdieron a sus hijos”, contestó la valiente santiaguera.
Por su testimonio se conoce
también que en una ocasión, durante un ciclón, se temió que el agua arrastrara
las tumbas y allí, arreglando aquello junto a ella y amaro, estuvo el héroe de
la lucha clandestina, Frank País García. Los tres allí, callados, bajo el fango
y el agua, junto a los mártires del Moncada. Sobre ese episodio recuerda Amaro
que cerca estuvo una familia de Placetas, visitando la tumba de un pariente y
Frank llegó hasta ellos y les entregó un documento revolucionario para que
supieran cómo se luchaba contra la tiranía.
Un lugar más
seguro
El 3 de diciembre de 1953,
René Guitart, padre de Renato, adquiere en propiedad un terreno e inicia la
construcción de la bóveda 96, ubicada en patio X, hilera 4, fosa 19, del propio
Santa Ifigenia, cuyo pretexto era el traslado hasta allí de los restos del
hijo, pero el objetivo fue reunir en ella, para preservarlos mejor, los de
todos los moncadistas.
Así, en horas nocturnas, en
plena clandestinidad, con la participación de la familia Guitart y la decidida
actuación de los sepultureros, todos los restos fueron puestos a salvo.
En eterna
compañía de Martí
En 1962 la Revolución
triunfante erigió el Monumento a los Mártires del 26 de Julio, aquí, junto a la
tumba del Apóstol, como lo había prometido Fidel. En este sagrado lugar reposan
los restos de 39 combatientes del Generación del Centenario. Entre ellos, 37
caídos en la lucha y dos fallecidos después del triunfo de la Revolución:
Haydée Santamaría Cuadrado y Léster Rodríguez.
Otros restos de combatientes
moncadistas fueron trasladados a su natal Artemisa o yacen en lugares donde la
Patria libre, más que recordarlos por su muerte, los honra por la vida que
ofrendaron para abrir nuestro camino definitivo hacia la libertad.
Si algún visitante llega un
día hasta el Monumento a los Mártires del 26 de Julio, en Santiago de Cuba,
podrá observar que éste representa un símbolo de unidad y continuidad. Aquí reposan los restos de
Eduardo Hernández Rossau y Rubén Cordero Sánchez, dos inocentes víctimas
civiles asesinadas por la jauría batistiana durante los hechos del Moncada. Y
aquí están sembrados también Pepito Tey, Tony Alomá y Otto Parellada, junto a
decenas de combatientes del Ejército Rebelde y de la lucha clandestina, que
hicieron posible la victoria revolucionaria del Primero de Enero de 1959.
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