Orlando
Guevara Núñez
“No éste el momento de discutir el asunto de la anexión de Cuba. Es probable que ningún cubano que tenga en algo su decoro desee ver su país unido a otro donde los que guían la opinión comparten respecto a él las preocupaciones sólo excusables a la política fanfarrona o la desordenada ignorancia”.
Esta afirmación está contenida en un artículo escrito por Martí el 21 de marzo de 1889, titulado Vindicación de Cuba, publicado cuatro días después, en New York, por el periódico The Evenig Post, a cuyo director estuvo dirigido. Es una enérgica respuesta a un escrito aparecido en la publicación The Manufacturer, de Filadelfia bajo el título de ¿Queremos a Cuba? en el cual se analiza la posibilidad, ventajas y desventajas de esa anexión, y se vierten las más groseras ofensas hacia el pueblo cubano.
Por eso, con justa indignación, escribe Martí: “Ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter”.
Reconoce que, por diversas causas, desearían ver a Cuba anexada a los Estados Unidos, pero no los que han peleado en la guerra, sufrido en el destierro y otros muchos no desean esa anexión, ni la necesitan, porque admiran a esa nación, pero desconfían de los elementos funestos que “como gusanos en la sangre, han comenzado en este República portentosa su obra de destrucción “. Es aquí donde expone otro pensamiento conocido: Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting”. Al contrario de lo que algunos piensan, Cutting no fue presidente de los Estados Unidos, sino un gánster muy conocido en ese país.
En el citado artículo, asegura Martí que “Los cubanos hemos sufrido impacientes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres, y algunas veces como gigantes para ser libres”. Analiza las adversidades presentes en esa lucha contra el colonialismo español y puntualiza, en clara alusión a los Estados Unidos, que “Merecemos en la hora de nuestro infortunio, el respeto de los que no nos ayudaron cuando quisimos sacudirlo”.
La convicción en la justeza, grandeza y confianza en las aspiraciones cubanas, las resume en pocas palabras: “La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren volver. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de hombres han muerto después de la guerra en el misterio de las prisiones. Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad”.
Como colofón de su artículo señala la realidad de que los esfuerzos cubanos por la libertad se habrían renovado con éxito si no hubiese sido por “la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o la ocasión de una burla para The Manufacturer de Filadelfia”.
Muchos combates le quedaban aún a Martí por delante en este tema de la pretensión de Estados Unidos de anexarse a Cuba.
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