. Orlando Guevara Núñez
Desde sus primeros años escolares, los niños cubanos aprenden este pensamiento martiano a ellos dirigido. Esa bella definición, con vigencia para todos los tiempos, la escribió José Martí en una de sus obras, de valor universal, dedicada a los infantes de América, con valía mucho más allá: La Edad de Oro.
Fue escrita y publicada en los Estados Unidos desde julio hasta octubre de 1889. Con frecuencia mensual, llegaron a editarse cuatro números, de 32 páginas cada uno. En el primero de éstos, en la dedicación A los niños que lean la Edad de Oro, 10 aparece la cita: Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo.
Cada edición de La Edad de Oro, al final, llevaba un mensaje de Martí a los niños, precisamente con ese nombre La última página. Cerrando la número dos, dejó a los pequeños una recomendación que sería útil seguir al pie de la letra:
Los niños debían juntarse una vez por lo menos a la semana para ver a quien podían hacerle algún bien, todos juntos.
Y al final de la edición tercera vuelve nuestro Héroe Nacional con un consejo a los niños:” Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil”. Los niños debían echarse a llorar, cuando ha pasado el día sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo.
Una enseñanza martiana, citada por Fidel en La historia me absolverá, está contenida en el relato inicial del primer número de la Edad de Oro, titulado Tres Héroes, Simón Bolívar, de Venezuela, el cura Hidalgo, de México y San Martín, de Argentina.
“Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado” (…) “En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que le roban a los pueblos su libertad, que es robarle a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana”.
Ese decoro presidió el amanecer glorioso del 26 de julio de 1953. En la cita martiana, al final, hay otra afirmación que, tal vez por su modestia, omitió Fidel al tomarla, pero sirve para calificar a los valientes jóvenes de la Generación del Centenario: Esos hombres son sagrados.
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