jueves, 12 de agosto de 2021

Lo malo se ha de aborrecer, aunque sea nuestro. Y aún cuando no lo sea


Orlando Guevara Núñez

 


Fue en un artículo titulado La verdad sobre los Estados Unidos, que vertió Martí ese concepto.  Ese trabajo fue publicado en el periódico Patria, el 23 de marzo de 1894.  Y comienza afirmando: “Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad de los Estados Unidos” agrega que  lo bueno no se ha de desamar solo porque no sea nuestro.

Aclara que ni se debe exagerar su falta de propósito, por el prurito de negarles toda virtud, ni esconder sus faltas, o pregonarlas como virtudes. Calificó de “ignorancia y ligereza infantil  y punible hablar de los Estados Unidos y de las conquistas reales o aparentes de una comarca suya o grupo de ellas,  como de una nación total e igual, de libertad unánime y de conquistas definitivas, semejantes Estados Unidos son una ilusión o una superchería”.

Señala que de las covachas de Dakota y la nación que por ese territorio se va alzando bárbara y viril, hay otro mundo al Este, ciudades arrellanadas, privilegiadas, encastadas, sensuales e injustas.

Se refiere al excesivo amor en algunos, “como expresión del deseo  explicable e imprudente de un progreso vivaz y fogoso, sin ver que las ideas, como los árboles, han de venir de larga raíz y ser de suelo afín para que puedan prosperar. Afirma que  al recién nacido no se le da la sazón de madurez con colgarle bigotes y patilla de adultos. Monstruos se crean así, y no pueblos”.

Habla sobre la miseria, sobre la brutalidad de la riqueza, sobre las diferencias entre las personas. Reitera la conveniencia para América de conocer la verdad de los Estados Unidos, con el fin de que la fe  excesiva en la virtud ajena no nos debilite, en la época de la fundación, con la desconfianza inmotivada y funesta de lo propio.

Testifica sobre la realidad de que en Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión, se aflojan;  en vez de resolverse los problemas de la humanidad, se reproducen; en vez de amalgamarse en la política nacional  las localidades, la dividen y la enconan; en vez de robustecerse la democracia y salvarse del odio y miseria de las monarquías, se corrompe y aminora la democracia, y renacen,  amenazantes, el odio y la miseria.

Sobre esa situación, alega Martí que no cumple con su deber quien  lo calla, sino quien lo dice. Ni cumple con el deber de hombre de conocer la verdad y esparcirla. Señala el deber de los hijos de América de impedir que caigan nuestros pueblos en la servidumbre inmoral y enervante de una civilización dañada y ajena.

Reconoce que Estados Unidos, desde su independencia, ha descendido en lo humano y lo viril, aspectos en los que es hoy superior la realidad hispanoamericana.

Luego de todas estas reflexiones, Martí  señala lo inobjetable de dos verdades, “útiles para nuestra América”: el carácter crudo, desigual y decadente de los Estados Unidos y la existencia en ellos, continua,  de todas las violencias, discordias, inmoralidades, y desórdenes de que se culpa a los pueblos hispanoamericanos.

 

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