.Orlando Guevara Núñez
.Entrevista a la heroína del Moncada, Melba Hernández Rodríguez del
Rey, con motivo del aniversario 40 del asalto al Moncada. Un homenaje a la heroína del
Moncada en el centenario de su natalicio.
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El 8 de marzo de 1991, por primera vez tuve la oportunidad de estar muy cerca de Melba Hernández, de conversar con ella. Esa noche, la heroína me pareció más inmensa. Y cuando como despedida me dio más de un abrazo y de un beso, me sentí como el niño que era cuando el asalto al Cuartel Moncada me la grabó en la memoria.
Sé que la historia ha dicho mucho sobre Melba - y también sobre Haydée- y existen libros y testimonios; pero insistí en escuchar de ella sus impresiones y sentimientos sobre la gesta transformada en el Rocinante de los Quijotes cubanos. Algún tiempo después de aquel encuentro se lo solicito y accede. Y aquí están sus recuerdos, con creciente fuerza de presencia.
¿Cómo se enrola en el Movimiento Revolucionario y cuáles sus primeras misiones?
No es una casualidad que me integre a las filas revolucionarias en esta etapa última del asalto. Soy hija de un padre revolucionario. Cuando conocí el mundo, lo conocí a él ya rebelde. Por tanto, el hecho de que me integrara a las filas revolucionarias a partir del 10 de marzo de 1952 no dice nada.
Claro, conociendo la lucha de mi padre, repito, desde los días mismos en que nací, siempre frustrados sus sueños, aunque nunca desaparecían sus esperanzas. La hija era la que menos se animaba por las cuestiones políticas del país. No obstante, sí - enseñada por el hogar y por la escuela- fui una amante dedicada a la historia de Cuba, a honrar a los héroes, a nuestros antecesores y me inspiraba y soñaba con los ejemplos de ellos.
Recuerdo a mi maestra, también primera en abrirme los ojos, Corina Rodríguez, quien había sido mensajera de un general en la Guerra de 1895 y ante esa realidad sí tengo que decir que era una muy honesta patriota que soñaba, al igual que mis padres, con los buenos tiempos que Cuba merecía. Ahora bien, cuando Eduardo Chibás se da el tiro que provocó su muerte, en agosto de 1951, sí tuve plena conciencia de que no tenía derecho a mantenerme indiferente y de espaldas a la situación que Cuba atravesaba.
Decidí seguir el ejemplo de mis padres e incorporarme a las filas del Partido Ortodoxo, donde inicié una lucha política junto a Juan Manuel Márquez -quien posteriormente devino segundo jefe de la expedición del Granma - hasta los mismos instantes del golpe de estado del 10 de marzo de 1952.
En esa oportunidad mi primer accionar fue lanzarme a la calle, a buscar caminos, encontrar los caminos y no dejar mi lucha revolucionaria mientras Cuba necesitara de ella. Así fue como me inicié, como me incorporé al Movimiento Revolucionario bajo la dirección de Fidel y de Abel como segundo jefe. En ese movimiento clandestino fuimos muy bien formados, exquisitamente formados y fuimos a cumplir el deber que nos tocaba, el 26 de Julio de 1953, en Santiago de Cuba, a asaltar el Cuartel Moncada.
Al producirse el golpe de estado, el asalto a la Patria, e incorporarme de inmediato, como un resorte, a la búsqueda de los caminos para iniciar la lucha revolucionaria, empiezo a hacerlo cerca de Juan Manuel Márquez, pero rápidamente, ya en la segunda quincena de abril, conozco a Abel Santamaría, hablamos y quedé totalmente impresionada por sus palabras. Y a partir de ese momento quedé incorporada al movimiento clandestino que se convertiría después en el Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
Aquel naciente núcleo era pequeñito. Eran Abel Santamaría, Haydée Santamaría, Jesús Montané, Raúl Gómez García, Ernesto Tizol, Fidel que en ese momento se hace cargo de la dirección del Movimiento. Y algunos más. Y mis primeras tareas tuvieron que ver con el trabajo dirigido a lo que correspondía hacer en el momento. Colaboré en la tirada del periódico El acusador y del último número del periódico Son los mismos, que fue el nombre primero de El acusador. Lo tirábamos clandestinamente en distintos lugares, donde se pudiera, entre ellos la casa de Lidia Castro, hermana mayor de Fidel y Raúl.
Distribuíamos el periódico, hacíamos otras tareas y estando en este trabajo fue tomada la imprenta donde lo imprimíamos y fuimos detenidos. Excepto Fidel y Haydée, el resto del grupo, Montané, Gómez García, fuimos detenidos en el momento en que intentábamos distribuir El Acusador, que se había tirado con motivo de un aniversario de Eduardo Chibás.
Las tareas fueron así, en la medida que el Movimiento se iba fortaleciendo, se iba desarrollando, profundizando más su trabajo, iba cumpliendo las misiones más profundas y llegamos a desempeñar - Haydée y yo - un papel dentro de ese Movimiento clandestino. Un papel, si se quiere, indirecto, pero muy importante. Nos convertimos, en la práctica - ella en 25 y 0 y yo en Jovellar 107 - en centro de todos los movimientos con vistas a lo que preparábamos para derrocar al régimen batistiano.
Esas fueron nuestras tareas, entre otras tantas y más tarde las que se realizaron con vistas a trasladar para Santiago de Cuba las armas, uniformes, el parque, y todas las tareas dirigidas hacia los preparativos del asalto al Cuartel Moncada.
¿Cómo fue el viaje hacia Santiago de Cuba y su impresión a la llegada?
Llegué a la Granjita Siboney. Llegué a Santiago de Cuba de día, tengo entendido que el 24 de julio, esta fecha nunca he podido aclararla. Llegué por tren, trasladando lo que me correspondía. Eran dos maletas con uniformes, parque, escopetas y una caja de flores muy grande con un lazo bellísimo, donde iban dos o tres escopetas más, de las que se usaron en la acción del 26 de Julio.
Déjeme explicar cómo llegué hasta el ferrocarril con ese equipaje que habría de portar y no conocía que habría de llevarlo, no conocía que habría de moverme por ferrocarril, no conocía hacia dónde yo iba. Esa noche llegó a mi casa el compañero Ernesto Tizol, muy rápido. Ya Fidel me había dejado una notica dándome instrucciones, por la tarde en mi casa, cuando yo no estaba. Por la noche llegó Ernesto Tizol y me recogió y llegué acompañada por él a la estación de ferrocarril, en La Habana, sobre las diez o diez y media de la noche, ya dentro de la hora de salida del tren, y el coche lo agarramos caminando y caminando se montaron las maletas y se montó todo en el coche donde yo iba.
Fue muy tenso el viaje. ¿Por qué? Porque esas maletas muy pesadas, Ernesto las puso a la entrada del vagón, pegado a la puerta; la caja la puso en el espacio, sobre mi cabeza, donde se ponen cosas menos pesadas. El movimiento del tren era tan grande, que yo hice todo el viaje temiendo que las maletas se fueran a escapar del vagón y se abrieran. Fue un viaje muy tenso, muy tenso, muy tenso.
Conocí de la existencia del equipaje que llevaba, al llegar allí, que Ernesto me dijo: Bueno, vas a llevar esto, el viaje es en tren y toma. Y me entregó el ticket del pasaje y al coger el ticket fue que me di cuenta de que iba para Santiago de Cuba.
Dije que muy tenso el viaje, muy emocionante. Conllevaba una felicidad tremenda y una alegría enorme por muchas razones. Porque aquello era la expresión de que había llegado lo que llamábamos entonces La hora cero para los combatientes organizados y dirigidos por Fidel. Llegaba La hora cero, lo que quería decir que la acción para derrocar a la tiranía, para nosotros había llegado.
Venía a encontrarme con Abel, que hacía un mes había salido de La Habana, no sabíamos para dónde había salido. No tuvimos noticias directas sobre él, salvo que alguna vez más que otra, Fidel llegaba a la casa de mis padres y nos decía a Haydée y a mí: Abel les manda un abrazo, Abel está bien. Simplemente así. Teníamos deseos de saber mucho más sobre Abel, pero como no nos lo decían, no lo preguntábamos.
Y porque me iba a volver a encontrar con quien había sido mi última compañera, mi hermana, que no nos habíamos separado un solo instante desde el momento en que nos conocimos. Me iba a encontrar nuevamente con Yeyé. Nadie me lo decía, pero aplicando la lógica y la inteligencia, yo iba para el lugar donde habrían de estar Abel y Yeyé.
Llegué a Santiago de Cuba sobre las cuatro de la tarde. Nunca había ido a Santiago de Cuba, no obstante haber soñado siempre con esa ciudad como símbolo de la Patria, como símbolo de rebeldía, como expresión de los Maceo, expresión de nuestras luchas mambisas. Siempre soñaba con Santiago de Cuba. Llegué allí y me esperaban en la estación de ferrocarril Abel Santamaría y Renato Guitart. Esperé a que bajara un poco de gente para eludir la curiosidad sobre el cargamento que llevaba. Y así fue.
Ya, al final, le pedí a una persona que me bajara la caja de flores; no lo hacía yo porque era una caja muy pesada y tenía miedo, por falta de seguridad en mis fuerzas, que la caja se fuera a romper. Me la bajó un señor que iba -jamás se me olvidará - de Sagua la Grande, con su familia, para participar en los carnavales de Santiago. El me bajó la caja y me dijo: Óigame, ¿pero esta caja tan pesada? ¿Qué lleva usted ahí, armas? Yo le dije: No, no, no llevo armas, llevo flores en hielo seco. Realmente di esa respuesta y no sé si el hielo seco es pesado, pero eso fue lo que se me ocurrió.
Cuando bajé con la caja de flores, me estaban esperando Abel y Renato. Cuando Abel me vio con la caja de flores, que el señor me la entregó abajo, dice que él vio aquello y dijo: De verdad que las mujeres son siempre las mismas, mira a Melba qué ocurrencia venir con esta caja de flores. ¿Y para quien serán esas flores?
Llegué hasta ellos, nos abrazamos, nos besamos, ninguno hizo por coger la caja y entonces yo les indiqué dónde estaban las maletas que tenían que recoger. Y les dije: Cojan aquí, que esto pesa mucho. Entonces Abel se dio cuenta, me miró y me dijo: ¿Pero no son flores? Dame acá, ¿pero por qué no lo dijiste antes?
Así fue la llegada a Santiago de Cuba. Renato fue un compañero a quien no tuvimos mucha oportunidad de tratar, por el carácter clandestino y el rigor con el cual se trabajaba en el seno del Movimiento. Sin embargo, tanto para Yeyé como para mi, se convirtió en un íntimo compañero, en un hermano. Y para Renato teníamos los mismos sentimientos de cariño que guardábamos para el resto de los compañeros. No sabíamos que Renato vivía en Santiago, pues aunque tuvimos la oportunidad de hablar en La Habana, nunca dijo de dónde era.
Así llegamos, montamos en el carro y empezamos a hablar. Entonces dice Renato: Vamos a pasar por un lugar que después a ti te va a interesar mucho. Es muy importante. Y para que veas que los que están ahí son nuestros enemigos, pero no son tan feroces. Y era el Cuartel Moncada.
Le dimos la vuelta al Cuartel Moncada y cada vez que pasábamos por delante de una entrada a la posta o coincidíamos con un militar, Renato y el militar se saludaban muy afectuosamente. Y seguimos. A mi aquello no me llamó la atención y después me di cuenta de por qué Renato me había paseado por allí por el Cuartel.
Me enseñaron un poco a Santiago, a la ciudad, y Abel decía: Por si después no tienes oportunidad, vamos para que conozcas ahora. Y me llevaron por los lugares más céntricos de la ciudad de Santiago de Cuba. Así llegamos a la Granjita Siboney, donde, efectivamente, me esperaba Yeyé.
El encuentro en la estación terminal de Santiago de Cuba, donde estaban esperándome Abel y Renato, para mí fue muy grande, me colmó de felicidad, de mucha alegría. Abel era el hermano de sangre de Haydée, pero no fue menos hermano para mí. Así lo sentí desde el primer día. En el seno del Movimiento él compartía con Fidel la responsabilidad de la atención a las dos muchachas. Nos llevaba con mucho rigor, con mucha exigencia, con mucha firmeza, pero con mucha dulzura, como era él, infinitamente dulce, muy comprensivo y siempre nos hablaba sobre qué era la Revolución, que no era el trabajo de un día, que las mujeres de esa época teníamos una gran responsabilidad, que nosotras teníamos el legado de Mariana Grajales, que teníamos que ser dignas de las mujeres que nos habían precedido y que éramos a quienes nos tocaba salvar el honor de la mujer cubana. Siempre nos hablaba, nos orientaba y nos señalaba lo grave de la responsabilidad que teníamos. Así, repito, fue infinita la responsabilidad de encontrarme con Abel.
Yo no sé decir lo que significó para mí llegar a la Granjita Siboney y encontrar allí a Yeyé. Ya estaba convencida de que estábamos a las puertas de la Hora cero. Ya estaba convencida de que habríamos de hacer una acción que significaría el derrocamiento del tirano. Siempre fuimos muy responsables, formadas, como dije, por Abel. Fuimos responsables con nuestras tareas, con nuestra misión, con nuestros sueños.
Sin embargo, cuando llegué a la Granjita y me encontré a Yeyé, a mi se me olvidó todo. Encontré a Abel y a Yeyé y esos dos momentos se convirtieron en el centro de mi vida, en lo más importante. Y así fue también para Yeyé cuando me recibió. Y nos pusimos las dos a conversar, a trabajar allí en la Granjita, pero siempre conversando. Yeyé muy inteligente, muy aguda, me explicaba cómo había sido la actividad de los carnavales en la tarde anterior, que Chaviano había abierto las puertas del Cuartel Moncada y que el pueblo había entrado al cuartel. Y Yeyé me decía: Qué oportunidad más buena hubiera sido para nosotros, porque allí hubiéramos entrado junto al pueblo y ahí hubiéramos tomado el cuartel. Todas estas inquietudes eran de ellas y eran mías, no las conversábamos con nadie.
Así, desde el instante de llegar a la Granjita, empezamos a crear las condiciones, a trabajar incansablemente para que la Granjita estuviera preparada para algo que debía ocurrir en ella y que nosotros no sabíamos. Estaban Abel, Renato, y también - que se había trasladado con Abel para cuidar la Granjita - el compañero Elpidio Sosa, un tremendo compañero, muy serio, muy trabajador, muy revolucionario, con su único objetivo: el de la Revolución y salir de una vez y para siempre del tirano.
La noche del 24 prácticamente no dormimos. Abel empezó a enseñarme los lugares, me llevó al pozo donde escondían ya uniformes, parte de las armas, todo lo que iba llegando. El pozo lo cubrió con un platón grande y sembró allí una matica de mango de El Caney y decía: Porque cuando lleguemos a La Habana, entro con esa matica para regalársela a Elena. Elena es mi mamá.
Allí Abel hablaba. Era muy apasionado y hablaba de sus impresiones sobre Santiago de Cuba y sobre los santiagueros. Decía que cumplida la misión de derrocar al tirano, él no se iría nunca de Santiago de Cuba, que se quedaría junto a los santiagueros, que aquél era su lugar. Ese fue el objetivo de Abel, vivir en Santiago de Cuba, con los santiagueros.
La noche del 25 de julio en la Granjita, ¿Cuáles son sus recuerdos?
Trabajamos todo el día Yeyé, Elpidio Sosa y yo. Abel y Renato se fueron en horas muy tempranas de la mañana para regresar al mediodía, dar una vuelta y chequear cómo estaban las cosas y se volvieron a ir. No los volvimos a ver hasta tarde en la noche, cuando llegaron a la Granjita.
Terminamos tarde, muy cansados. Nos bañamos, comimos algunas cositas y nos sentamos en el portal de la Granjita a esperar lo que sabíamos que iba a llegar, pero no sabíamos que era lo que iba a llegar. Y ya tarde, como a las once de la noche, vimos por la carretera de Siboney, a distancia, el reflejo de unas luces. Nos pusimos en alerta, porque eran las luces que estábamos esperando. Y efectivamente, eran los carros con los muchachos, que empezaban a llegar a la Granjita.
Esa fue una infinita alegría, con bromas, con canciones, diciendo cosas sobre Batista. Gómez García leyendo sus versos, los que había escrito para la acción y no les puso título y después se les llamó Ya estamos en combate. Los leyó allí, en la cocinita de la Granjita. Y así, poco a poco, fue ocurriendo todo. Más tarde llegaron Abel y Renato; después llegó Fidel.
Con la llegada de Fidel a la Granjita, ya estábamos en la Hora cero. Ya no teníamos la menor duda de que estábamos en la Hora cero y empezamos a sacar todo aquello que teníamos escondido en el pozo, en una barbacoa; Yeyé y yo a planchar los uniformes y Fidel a dirigir toda aquella operación.
Todos con mucho respeto, con la disciplina con la cual nos habían educado, para recibir el uniforme y el arma correspondiente que, por supuesto, algunos alcanzaron escopetas, otros se tuvieron que conformar con una pistola, porque las armas ya todo el mundo sabe que eran muy pocas y, además, un tipo de armas para cazar palomas, no para atacar un cuartel.
Terminada la operación de la Granjita, se dio la orden de comenzar a tomar los carros, con la misma disciplina de siempre. El primer carro lo tomó Abel. El era quien iba trazando el camino. Como es natural, ahora me doy cuenta de que tenían que ser Abel, primero, o Fidel quienes tenían que encabezar aquella caravana. Y mientras tanto, a Yeyé y a mi no se nos decía nada. Ya cuando veíamos los carros saliendo, nos acercamos a Fidel y le dijimos: ¿Y nosotras? y él nos dijo: Bueno, ustedes nos esperan aquí en la Granjita. Tan pronto terminemos, venimos y las recogemos.
Entonces Yeyé y yo planteamos que no estábamos de acuerdo, que teníamos una verdadera vocación revolucionaria y merecíamos ir al combate, correr los mismos riesgos, que teníamos esa decisión.
Para Fidel fue muy duro, porque se había establecido la norma de que cualquier decisión sobre Yeyé y yo - de Fidel y Abel - contara siempre con la aprobación de los dos. Pero ya Abel se había ido sin acordarse nada en ese sentido y entonces tomar esa decisión fue para él muy difícil. Yeyé y yo razonábamos, alegábamos nuestro derecho y el pobre Fidel en esa situación difícil.
En ese momento el doctor Mario Muñoz, que se había vestido de uniforme y Fidel le pidió que se lo quitara y se pusiera la bata de médico, se había retrasado un poquito al salir de la Granjita. El nos estaba oyendo y se acercó a Fidel y le dijo: Las muchachas tienen razón en lo que dicen; vamos a hacer una cosa, yo las llevo en mi carro, le explico a Abel y él tendrá que aprobarlo igual, en definitiva tú eres el jefe. Yo me las llevo y me responsabilizo con las muchachas.
Y así fue. Salimos en el carro manejado por Mario Muñoz. En el asiento de alante, Muñoz con Julio Reyes Cairo, un muchacho de Colón; en el de atrás, Raúl Gómez García, Yeyé y yo. Y allí llevábamos las banderas, los himnos, el llamado al pueblo que se haría desde allí, porque habríamos tomado una estación de radio para informar al pueblo y hacerle un llamado.
Y al llegar al hospital, ¿cómo inicia la ejecución de su misión?
Llegamos bajo un tiroteo a la zona del Cuartel Moncada, al hospital Saturnino Lora. No fue fácil entrar al hospital, al grado de que no lo hicimos normalmente por la calle que correspondía, sino que cortamos y nos metimos, nos tiramos del carro y corrimos agachados hasta el hospital. Al pasar por el Cuartel Moncada, pudimos ver combatiendo a Boris Luis Santa Coloma
Entramos al hospital y cubrimos nuestros puestos en el combate. Teniendo en cuenta que la misión de Yeyé y mía era la de prestar primeros auxilios en la enfermería, nos situamos en un saloncito donde había una vitrina, unos pocos de instrumentos y otras cuantas cosas. Tuvimos que romper con el cabo de un arma la vitrina para poder hacer uso de aquellos instrumentos si hubiese hecho falta. El doctor Muñoz también ocupó su puesto y Julio Reyes Cairo, en esa zona de retaguardia.
Fuimos hacia la posición de Abel Santamaría que, como es natural, estaba en la vanguardia, en un ventanal del Saturnino Lora, que quedaba frente al cuartel. Abel se emocionó mucho cuando nos vio y se puso muy contento y nos dio una serie de instrucciones sobre la forma en que debíamos comportarnos durante el combate.
Esas dos o tres horas que tuvimos de combate en el hospital, pienso que la presencia de Haydée y mía fue altamente útil y necesaria. ¿Por qué? Porque desempeñábamos el papel de apoyo a los muchachos que combatían con sus escopetas. Escopetas de cazar palomas que se las cargábamos en el fragor del combate y se las íbamos pasando a los muchachos cargadas para que continuaran el combate.
Combatimos de esa manera; prestamos auxilio a las dos bajas enemigas, que una cayó dentro del vestíbulo y otra en el portal del Saturnino Lora, mortalmente herida, con un balazo en medio de la frente. Y, por supuesto, en la atención a nuestras bajas de heridos. Es obvio que diga qué fue para nosotras ver a nuestros compañeros heridos en pleno combate, cómo fue nuestra atención a ellos hasta que los hospitalizamos y los dejamos en sus camas. Así, a grandes rasgos, son mis recuerdos.
Pero yo necesito decir algo sobre el doctor Mario Muñoz. El fue hecho prisionero, como todos los que estábamos allí en el hospital. A él lo sacaron a pie, como a nosotros, poco antes que a nosotras dos, con un grupo de detenidos. Y cuando íbamos por una de las calles interiores del Cuartel Moncada, Mario discutía con dos militares que lo llevaban preso y vimos cómo uno de ellos… lo empujaban, casi lo tumbaban, le decían de todas las cosas que ustedes saben que se dicen… a uno de ellos no le fue suficiente aquello y le tiró por la espalda. Y lo vimos caer de un solo tiro allí en la acera de aquella callecita interior.
Esto queremos decirlo porque Mario fue un compañero muy entusiasta, de mucho optimismo, muy útil no sólo como médico, sino también como radioaficionado. Fue muy útil en todas las cosas.
Su imagen está grabada en el pueblo a través de dos fotos ya históricas. Una, prisionera junto a Haydée. La otra, a la salida de Fidel del presidio. ¿Cómo recuerda esos momentos?
La foto estando prisionera la hicieron en el vivac de Santiago de Cuba. En el vivac esas fueron horas muy tremendas; horas en las que no podíamos estar más golpeadas por la vida. No obstante, necesitábamos vivir hasta saber cuál había sido el destino de Fidel. Así, pues, sentimos más que vimos, instuimos más que vimos la llegada de Fidel al vivac. Eso fue como una gran luz en una noche muy oscura y eso nos devolvió a Haydée y a mí el coraje, nos devolvió los ánimos.
Saber que Fidel estaba allí era lo que más nosotras necesitábamos, que el jefe de la Revolución no cayera, porque sabíamos que era indispensable para continuar la lucha. Ya teníamos muchas más razones, no solamente era el ultraje de la tiranía, el estar en aquellas condiciones, sino aquella sangre gloriosa que había caído en tierra santiaguera y en tierra de Bayamo, y muy especialmente la sangre de Abel Santamaría, la de Boris Luis Santa Coloma y la sangre de aquellos compañeros que estuvieron muy cercanos, con quienes desarrollamos nuestra actividad clandestina en La Habana.
La otra fotografía es en el momento en que salen del presidio los muchachos, a través de esa amnistía que se dictó. Y por supuesto, nos devuelven a Fidel, recuperamos a Fidel. Quiere decir que se garantiza la continuidad de la obra, la continuidad de la lucha.
Fue la salida de Fidel, el encuentro con Fidel, muy difícil. Nos íbamos a ver por primera vez después de los sucesos del Moncada. Como era natural, se iba a imponer la conversación sobre Abel. Abel fue un compañero muy apreciado, muy distinguido y de mucha confianza de Fidel. El momento fue muy difícil, muy duro en ese sentido, pero un momento de mucha firmeza. Retomamos la alegría, hay que decirlo así. Quizás ya una alegría distinta a cuando llegamos a Santiago de Cuba, pero muy confiada, muy segura de la continuidad de la lucha y muy decidida a resolver de una vez y para siempre los males de la Patria.
¿Algunos detalles sobre la prisión en Boniato?
Esa fue una situación compleja, muy delicada, difícil. Estábamos todos presos en la cárcel de Boniato. A Fidel lo tenían bajo cuarenta candados, absolutamente incomunicado. Lo veíamos cruzar por el pasillo, a través de la reja, pero no podíamos acercarnos a conversar con él. La situación en Boniato no fue fácil, fue muy difícil. Todo el tiempo lo vivimos allí amenazados por la tiranía y muy en alerta, tanto los compañeros que estaban en el otro lado del piso, de la galera, como nosotras dos que éramos las únicas que estábamos en la zona donde estaba Fidel.
Había otros detenidos, pero en esta zona donde estaba Fidel, estuvo primero solo, después nos pasaron a nosotras para ahí. Que estuviéramos comprometidos con la acción, en esta zona éramos Fidel, Yeyé y yo.
Fue muy tenso, muy complejo, muy delicado, pero todo el tiempo que estuvimos allí fue combatiendo, fue luchando, fue haciendo saber muy claro a los representantes del tirano allí nuestra disposición de luchar hasta morir si fuera necesario por salvar la Patria de aquel bochorno, de aquel deshonor.
Allí, en la cárcel de Boniato, estrenamos la marcha del 26 de Julio, dirigida por su autor, el compañero Agustín Díaz Cartaya y la acompañamos con golpes en cajones, en latas; las voces de los muchachos resonaban y llegaban hasta allá, hasta el pabellón donde radicaba la dirección penal. Allí, en la cárcel de Boniato, fueron días en los cuales, a pesar del grado de incomunicación en que estábamos, recibíamos mensajes de los santiagueros que estaban fuera de la cárcel, que no podían llegar hasta nosotros, pero siempre se valían o del médico o de algún preso que tenía cierta libertad para moverse y a través de estos santiagueros recibíamos el mensaje y el apoyo del pueblo de Santiago de Cuba.
Y en ese caso tengo que referirme a una gloriosa santiaguera que todos ustedes recuerdan, a la compañera Gloria Cuadras y al esposo de ella, quienes desde el primer instante en que empezaron a trasladar los cuerpos de nuestros compañeros muertos para el cementerio Santa Ifigenia, se ligaron a nosotros. Ellos cuidaron de nuestros gloriosos cadáveres hasta dejarlos depositados en Santa Ifigenia y siempre nos mandaron mensajes de que estaban bien cuidados y de que se les ponía flores. Siempre muy cerca de nosotros el pueblo de Santiago de Cuba y muy especial el caso ejemplar de esa luchadora que se llamó Gloria Cuadras y de su esposo (Amaro Iglesias, N.A.) un compañero altamente querido, que cada vez que voy a Santiago lo visito.
Santiago de Cuba forma parte de la historia de Melba y Haydée; y Haydée y Melba forman parte de la historia de Santiago de Cuba. ¿Ha reflexionado alguna vez sobre esa realidad?
Sobre Santiago y nosotras, ¿cómo no habríamos de reflexionar mucho Yeyé y yo? Santiago se convirtió para nosotras… Santiago guarda lo más sagrado de nosotras, Santiago guarda a nuestros compañeros caídos, asesinados; caídos en combate no, asesinados por aquellos esbirros. Santiago, desde el primer instante, se convirtió en una fuerza nueva en nuestra decisión de lucha.
Luchábamos por la Patria, por rescatar la libertad y la independencia de Cuba, luchábamos por Cuba en sentido general, luchábamos en particular por Santiago de Cuba. Tengo que decirlo así. Después, en el trabajo clandestino, fui muchas veces a Santiago de Cuba, acompañada por la doctora María Antonia Figueroa e iba a la casa de Cayita Araújo. Pude comprobar lo que Abel me había dicho en el momento de mi llegada a Santiago de Cuba y el acierto de Fidel cuando se escogió a Santiago para nuestra acción.
Yo tengo que decir que Santiago de Cuba, cuando la lucha clandestina, cuando yo iba entrando a la ciudad, sentía fuerzas nuevas. Y hoy, cuando visito a Santiago, yo reflexiono mucho, yo pienso mucho en Frank, en los muchachos santiagueros, yo tengo muy presente a Cayita Araújo, a María Antonia, que fue una valiente luchadora santiaguera que nos acompañó y nos siguió en todas nuestras gestiones de lucha cuantas veces fue necesario.
Y yo tengo un sentimiento muy profundo de gratitud, porque siempre hemos sentido el sostén de la mano santiaguera muy en la nuestra. Y todo nuestro pueblo es igual. El pueblo cubano tiene la misma firmeza, la misma decisión, también lo miro con mucho amor y con mucha gratitud. Sobre todo el hecho de que hoy nos entiendan y que hagan suyos los planteamientos de Fidel en el momento actual, la firmeza ante la defensa del carácter socialista de nuestra Patria.
Eso es lo que yo siento por Santiago de Cuba y, efectivamente, Santiago está en nosotros y nosotros estamos en Santiago. Y me atrevo a hablar así en nombre de Yeyé también, quien guardó siempre este reconocimiento y estos recuerdos de gratitud para Santiago y los santiagueros.
Cuando visita a Santiago de Cuba, ¿Qué es lo que más le impresiona?
Cuando visito a Santiago de Cuba, yo quisiera llevármelo todo en mi cabeza, quisiera verlo todo. A mí allí todo me impresiona. Algo que yo no puedo mirar sin emocionarme es esa calle de Padre Pico; ese lugar allí, ver las escalinatas, me dice: !Ya estás en Santiago de Cuba ! Y a mí allí me impresiona todo.
Como es natural, la Granjita Siboney para nosotros es Santiago, para los santiagueros, para los combatientes del 26 de Julio. Me atrevo a mencionar también a Almeida. La Granjita Siboney nos guarda a nosotros, guarda a los que ya no están y debemos cuidarla y conservarla por siempre para la historia, para cuantas generaciones tienen que venir. El Cuartel Moncada, muy importante. Lo caminamos, lo registramos. Siempre que entramos a él, reconstruimos aquellas horas del 26 de Julio de 1953. En Santiago me gusta verlo todo, sentirlo todo, lo amo todo allí. No puedo decir otra cosa. Para mi es un honor que fuera Santiago de Cuba donde se celebrara el Cuarto Congreso del Partido, en el cual se me reeligiera miembro del Comité Central del Partido. Para mí, Santiago es eso.
¿Y cuando recibe el beso de los niños y los sabe emocionados ante la presencia de la heroína?
Todos los niños cubanos, los niños santiagueros. Por ellos luchamos cuando escogimos este camino. Aquellos que eran niños entonces, son hombres, mujeres, adultos, nos acompañan en este camino, honran el camino. Y seguimos entonces luchando por esos niños nuevos. Yo quiero plantear a los niños santiagueros y sobre todo a los que estudian en la escuela 26 de Julio, en el antiguo Cuartel Moncada, pedirles que asuman ellos la responsabilidad de cuidar el Parque Abel Santamaría, que se hizo allí sobre los restos del antiguo hospital Saturnino Lora.
Yo sueño con que ese parque sea atendido, sea mantenido por las manitas de los niños santiagueros que estudian junto al parque. Yo sé que lo hacen, pero quisiera que se tomara ya como una disciplina, para una ley para cuantos niños pasen por el antiguo Cuartel Moncada, por una escuela tan buena, que tanto honra, con sus maestros tan buenos, que forman a los niños en su carácter patriótico. Que tomen como ley, como disciplina, mantener el cuidado, la limpieza, el orden del Parque Abel Santamaría.
Cumplidos los sueños del Moncada, ¿Cuáles estimulan hoy a Melba?
Un revolucionario siempre está lleno de sueños. La vida de un revolucionario es una eterna escalada. Ayer soñábamos con la caída del tirano Batista, con esa Hora cero, de la cual he venido hablando, donde fuera, no sabíamos que habría de ser en Santiago de Cuba, en el asalto al Cuartel Moncada. Hoy soñamos con el Moncada. Ese sueño se abona con aquel ejemplo glorioso del 26 de Julio.
Hoy seguimos soñando con la Patria amenazada. Hoy tenemos las mismas fuerzas, los mismos bríos para defender la Patria ante ese feroz enemigo que es el imperialismo norteamericano, para defenderla y extraérsela de su feroz bloqueo y exhibirla ante el mundo como lo que es: una Patria libre, independiente, soberana y con la dignidad de sus hijos de ayer, de hoy y de mañana. Esos son nuestros sueños y serán siempre nuestros sueños, mientras existamos.
La entrevista con la heroína del Moncada llega a su fin. Pero le juego una mala pasada al punto final. No quise extender el cuestionario sobre la Melba de la lucha clandestina y combatiente del Tercer Frente Oriental Dr. Mario Muñoz Monroy. De todas formas, a la distancia, pido a ella y al autor del libro III Frente: a las puertas de Santiago de Cuba, el compañero y periodista Gerónimo Álvarez Batista, permiso para concluir este testimonio con las palabras de ella sobre su entrada a Santiago de Cuba, con las tropas victoriosas del Ejército Rebelde, el Primero de Enero de 1959.
La entrada a Santiago de Cuba no tuvo nombre. Nos reunimos con el resto de la gente, por la noche avanzamos hacia Rancho Club. Había una disposición de no entrar a la ciudad hasta después de las diez de la noche. Yo no recuerdo la hora, pero en cuanto se abrió la entrada penetramos nosotros, que era una tremendísima ilusión de mi vida. Nos metimos dentro de aquella gigantesca multitud, porque el pueblo santiaguero estaba todo volcado en la calle; para que el jeep avanzara costó mucho trabajo.
Toda aquella masa gigantesca del pueblo gritaba: !Viva Fidel, viva la Revolución! La alegría era inmensa. Hay una cuestión que no puedo olvidar: mi encuentro con el Moncada. No pude aguantar mis lágrimas. Me golpearon los recuerdos del 26 de Julio de 1953. Aquella vez fue tan distinto todo. Abel y los demás muchachos asesinados brutalmente después del combate. Ahora era tan inmensa la alegría, que no sé, pero me pareció que nuestros compañeros caídos en el asalto al Cuartel Moncada estaban allí, disfrutando de la victoria de aquel gran combate iniciado el 26 de Julio de 1953, en esa misma fortaleza militar que hoy caía en poder de la Revolución.
Sentí sus presencias, estaban vivos junto a todo el pueblo que feliz y contento gritaba: !Viva Fidel, viva la Revolución!
Escuché sus fuertes voces entre las miles que se alzaban.
Sequé mis lágrimas y eché a andar, y yo misma, en voz muy baja, me repetí: Ellos no han muerto, Abel y los muchachos viven hoy más que nunca, porque viven en todo este pueblo que hizo la Revolución, viven en los hombres que en las montañas empuñaron el fusil y combatieron a la tiranía, en los combatientes clandestinos que arriesgaron sus vidas en cada acción dentro de la propia ciudad, están vivos en la propia obra de la Revolución (…)
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