.Orlando Guevara Núñez
Cuando el 16 de octubre de
1953, ante el tribunal que los juzgaba por los hechos del 26 de Julio de ese
año, Fidel Castro, hablando sobre sus compañeros caídos, recordó este pensamiento
de José Martí, lo hacía con el mismo dolor sentido por nuestro Apóstol ante el
asesinato de los ocho estudiantes de medicina, en La Habana, el 27 de noviembre
de 1871.
A un año exacto de aquel
crimen del ejército colonial español, circuló en Madrid un escrito de José
Martí, en el cual se refería al abominable crimen. Algunos periódicos se
hicieron ecos del mensaje.
Un párrafo decía
textualmente: “Y cuando las cabezas han rodado y sonreían al rodar, al par que
la sonrisa, se ha alzado las manos de los cadáveres para decirnos que no
lloremos demasiado, porque hay un límite al llanto sobre la sepultura de los
muertos, y es el amor infinito a la patria y a la gloria que se jura sobre sus
cuerpos, y que no teme ni se abate ni se debilita jamás; porque los cuerpos de
los mártires son el altar más hermoso de la honra”
A continuación de esa cita,
el jefe del asalto al Moncada citó también unos versos de José Martí, también
dedicado a los estudiantes asesinados: (…)
Cuando se muere/ en brazos de la patria agradecida/ la muerte acaba, la
prisión se rompe/ ¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!
Aquel escrito de Martí
comienza aseverando que “No graba cincel alguno como la muerte los dolores en
el alma: no olvida nunca el espíritu oprimido el día tremendo en que el cielo
robó ocho hijos a la tierra, y un pueblo lloró sobre la tumba de ocho
mártires”.
Martí habla de lágrimas por
los caídos, pero descarta el olvido. Dice
amar más cada día a los hermanos
caídos y no desear paz para sus restos, porque ellos viven en las agitaciones
excelsas de la gloria. Y concluye diciendo: ¡Loren todos los que sientan!
¡Sufran con nosotros todos los que amen!
¡Póstrense de hinojos en la tierra, tiemblen de remordimiento, giman de
pavor todos los que en aquel tremendo día ayudaron a matar!
Como se aclara en las Obras
Completas de Martí, este escrito apareció firmado por Fermín Valdés Domínguez y
Pedro J. de la Torre, condenados a seis años de prisión por la misma causa.
Sería el primero de ellos quien testificó, luego, la autoría de José Martí.
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