.Orlando Guevara Núñez
Hoy es día de
júbilo para el pueblo cubano. Se cumplen 92 años del natalicio de su eterno
Comandante en Jefe, Fidel Castro. Este
día se multiplican las anécdotas colectivas y personales. Lo vi personalmente
decenas de veces. En tres ocasiones tuve el honor de estrechar su mano. Guardo
con cariño y respeto esos momentos.
Hasta quienes no compartían las ideas de la Revolución lo
respetaban. Tengo una vivencia que pudiera parecer simple, pero dice mucho
sobre esa verdad.
Abel, obrero, combatiente del Ejército Rebelde. Oneyda,
su esposa, ama de casa. Residentes en Niquero, a pocos kilómetros del lugar por
donde desembarcó Fidel en el Granma.
Abel, defensor a
toda prueba de la Revolución, con la acción y con la palabra.
Oneyda no es que fuera
contrarrevolucionaria, pero cuando algo le faltaba, la emprendía contra todo,
incluyendo a Fidel. Por eso, las discusiones eran constantes.
Un día, Abel llegó a la casa y Oneyda no tenía listo el almuerzo, como era
costumbre. Y de inmediato, ante su indagación, tuvo la respuesta. Ese día,
Fidel estaba de visita en Niquero. El pueblo lo recibió, sin ser convocado.
Y allí, entre quienes vitoreaban al jefe de la Revolución, estaba Oneyda, quien,
al salir, había dejado una olla con frijoles, olvidando apagar el fogón. Los frijoles se quemaron. Ante el reclamo, la
mujer solo tuvo una explicación, que no
enojó a su esposo.
¡Me fui a ver a Fidel!
Así, con pequeños y grandes hechos, se demuestra una
inobjetable verdad: Fidel es de todos los cubanos. Nuestro Fidel.
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