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Orlando Guevara Núñez
Entre
los días del 11 al 21 de julio de 1958, la Sierra Maestra fue escenario de la
batalla de El Jigüe, acción victoriosa del Ejército Rebelde contra las
tropas de la tiranía batistiana. A partir de entonces, todo quedaba listo
para que, luego de otra acción triunfante, en Las Mercedes, el 6 de agosto,
quedara totalmente derrotada la ofensiva de la dictadura, y comenzara la
contraofensiva rebelde, que culminaría con el triunfo de la Revolución.
Envalentonada
por el fracaso de la Huelga del 9 de abril de 1958, el ejército
batistiano había lanzado una operación de unos diez mil hombres, respaldados
por tanques, aviones, artillería y la Marina de Guerra, con el fin de eliminar,
en la Sierra Maestra, al principal mando rebelde, bajo la jefatura de Fidel, e
integrado por unos 300 combatientes.
En
El Jigüe, comunidad serrana enclavada en el hoy municipio de Guamá, se había
establecido uno de los batallones élites de la tiranía, como parte de su
estrategia de cercar y aniquilar a las fuerzas rebeldes. Pero, una vez más, la
estrategia guerrillera se impuso, y derrotó a una tropa superior en número, y
en cantidad y calidad de las armas.
Desde
el 10 de junio habían desembarcado las fuerzas enemigas en un lugar cercano,
con el objetivo inmediato de establecerse en El Jigüe y operar para el rescate
de prisioneros en manos rebeldes. Pero no contaban con el ataque rebelde, el
hostigamiento constante y el arrojo de una pequeña tropa que los combatiría
hasta derrotarlos.
El
11 de julio se escenifica el primer ataque contra el Batallón 18, de
Infantería, con un objetivo concreto: causarle heridos y obligar al mando
enemigo a bajar a la costa a curarlos, lo que sería aprovechado para
emboscarlos, causarles bajas y ocuparles armas. Los pequeños grupos rebeldes
tendieron un férreo cerco al enemigo. El enemigo quedaba sin posibilidad de
abastecimientos, de evacuar heridos, y de retirada.
Como
parte de la estrategia rebelde, se instalaron amplificadores que exhortaban a
la rendición, se escuchaban canciones de moda en aquella época y otras
revolucionarias interpretadas por el Quinteto Rebelde. El día y la noche del 15
de julio, el enemigo fue constantemente “bombardeado” por la amplificación
rebelde. Este factor contribuyó a minar el ánimo y la moral del enemigo.
Se
le decía a los sitiados que, si se rendían, solo serían ocupadas las armas y no
sus pertenencias personales. Que los heridos serían entregados a la Cruz Roja y
que, mientras tanto, serían atendidos por capacitados médicos rebeldes. Que
todos, soldados, clases y oficiales serían puestos en libertad en un término no
mayor de 15 días. Se les aseguraba que todos recibirían cigarros, alimentos y
lo que de inmediato necesitaran.
Como
garantía, se les ofrecía también que ningún prisionero sería interrogado,
maltratado ni humillado de palabras o de obra, y que recibirían trato humano y
generoso, como los anteriores. A todos se les ofrecía enviar noticias sobre
ellos a la familia. Y se les indicaba, si aceptaban estas condiciones, enviar
un hombre, con bandera blanca y diciendo en voz alta: ¡Parlamento! ¡Parlamento!
También se exhortaba, en el plano individual, para los soldados que así lo
quisiesen, presentarse a las tropas rebeldes.
Un
dato curioso es que, en realidad, los rebeldes estaban cercados por las tropas
de la dictadura que habían llegado por distintas vías a la Sierra Maestra. Pero
ellos, a su vez, habían cercado a uno de los batallones insignias del ejército
opresor.
Durante
varios días se combatió duro, con valentía por ambas partes, como lo reconoció
el máximo jefe rebelde que dirigía las acciones, Fidel Castro. El cerco se
arreciaba cada día. El enemigo no podía moverse sin ser atacado y sufrir bajas.
Los refuerzos que pidieron, sucumbieron ante el empuje guerrillero. El acceso a
alimentos, agua y otras provisiones se hacían imposibles. O se rendían, o
perecían. Tal era la disyuntiva.
Esa
era la situación del Batallón 18, apertrechado de morteros, ametralladoras,
fusiles automáticos y abundante parque y avituallamiento. Y fue así como, el 20
de julio, los oficiales y soldados batistianos, vencidos y desmoralizados,
comenzaron a deponer las armas. Al día siguiente, quedaba consumada la
rendición. El enemigo había sufrido importantes bajas – 41 muertos y más de 200
prisioneros, entre ellos 30 heridos- al tiempo que les fueron ocupadas 249
armas.
Al
finalizar la batalla, seis combatientes rebeldes habían perdido la vida, entre
ellos el valeroso capitán Andrés Cuevas Heredia, caído el 19 de julio,
ascendido póstumamente al grado de Comandante del Ejército Rebelde. Otros seis
habían sido heridos.
Especialistas
han afirmado que a partir de la Batalla del Jigüe, punto de partida para la
contraofensiva rebelde, la guerra de guerrillas pasó a una guerra de columnas o
posiciones hasta la victoria definitiva.
La
estrategia trazada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, había conducido, una
vez más, a la victoria.
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