.Orlando Guevara Núñez
Los explotadores, traidores a la
nación, esbirros, políticos corruptos, ladrones y otras lacras que al triunfo
de la Revolución buscaron – y encontraron- seguro refugio en los Estados
Unidos, no tuvieron nunca razón para decir que habían sido traicionados por
Fidel. Porque Fidel no los consideró nunca parte del pueblo. Y habló claro
desde mucho antes del triunfo del Primero de Enero de 1959.
Léanse las siguientes palabras de
Fidel Castro, el 16 de octubre de 1953, ante el tribunal que los juzgaba por
ser el máximo organizador del asalto a
los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes, en
Bayamo, el 26 de julio de ese mismo año.
He aquí su concepto de pueblo.
Dije que las segundas razones en que
se basaba nuestra posibilidad de éxito eran de orden social. ¿Por qué teníamos
la seguridad de contar con el pueblo? Cuando hablamos de pueblo no entendemos
por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que viene
bien cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo,
postrándose ante el amo de turno hasta romperse la frente contra el suelo.
Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la
que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una
patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales
de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación,
la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está
dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo
cuando crea suficientemente
en sí misma, hasta la última gota de
sangre. La primera condición de la sinceridad y de la buena fe en un propósito es
hacer precisamente lo que nadie hace, es decir, hablar con entera claridad y
sin miedo. Los demagogos y los políticos de profesión quieren obrar el milagro
de estar bien en todo y con todos, engañando necesariamente a todos en todo.
Los revolucionarios han de proclamar sus ideas valientemente, definir sus
principios y expresar sus intenciones para que nadie se engañe, ni amigos ni
enemigos.
Nosotros llamamos pueblo si de lucha
se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse
el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento; a
los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohíos
miserables,
que trabajan cuatro meses al año y
pasan hambre el resto compartiendo con sus hijos la miseria, que no tienen una
pulgada de tierra para sembrar y cuya existencia debiera mover más a compasión
si no hubiera tantos corazones de piedra; a los cuatrocientos mil obreros
industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas
conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales
habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos
del patrón a las del garrotero, cuyo
futuro es la rebaja y el despido, cuya vida es el trabajo perenne y cuyo descanso
es la tumba; a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren
trabajando una tierra que no es suya, contemplándola siempre tristemente como Moisés
a la tierra prometida, para morirse sin llegar a poseerla, que tienen que pagar
por sus parcelas como siervos feudales una parte de sus productos, que no pueden
amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo porque
ignoran el día que vendrá un alguacil con la guardia rural a decirles que
tienen que irse; a los treinta mil maestros y profesores tan abnegados,
sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que
tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños
comerciantes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una
plaga de funcionarios filibusteros y venales; a los diez mil profesionales
jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos,
periodistas, pintores, escultores, etcétera, que salen de las aulas con sus
títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón
sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica. ¡Ése
es el pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas
promesas, no le íbamos a decir: “Te vamos a dar”, sino: “¡Aquí tienes, lucha
ahora con toda tus fuerzas para que sean tuyas la libertad
y la felicidad!”
Fidel cumplió la parte que le
correspondía. Y el pueblo la suya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario