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Orlando Guevara Núñez
Entre
los jóvenes que acompañaron a Fidel Castro en el asalto a los cuarteles
Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, no había
ni un solo rico, ni empresario, ni latifundista, ni político, ni militares de
la tiranía que había asaltado el poder el 10 de marzo de 1952, con el tirano
Fulgencio Batista al frente.
Ni
un solo terrateniente, ni casatenientes, ni explotador, ni corruptos que
vivieran de los juegos ilícitos. Ningún aspirante a cargos ni poderes.
Los
jóvenes que vinieron al combate aquella Mañana de la Santa Ana, eran de
procedencia humilde. Muchos militaban en la Juventud del Partido del Pueblo
Cubano (Ortodoxo) y estaban dispuestos al sacrificio supremo para derrotar a la
tiranía y acabar con el oprobio que sufría el país.
Eran
jóvenes obreros, campesinos, estudiantes, humildes trabajadores que
representaban a las grandes masas oprimidas y sin derechos. Todos estuvieron
inspirados en el deseo de derrocar a la tiranía para alcanzar la libertad y
soberanía plenas de Cuba, para solucionar los grandes problemas políticos,
económicos y sociales que aquejaban a la nación cubana.
Si
se quiere una confirmación de esa procedencia social humilde de los
combatientes, véase la de los caídos durante la acción de ese día (6) y los
asesinados el propio 26 de julio y los días siguientes.
Siete
constructores. Dos obreros de tejares. Un obrero de pedrería. Dos
carpinteros. Dos constructores de muebles. Siete obreros agrícolas y
campesinos. Un mecánico de refrigeración. Dos choferes y un ayudante de chofer.
Dos braceros de muelles. Dos cocineros. Un obrero sin especialidad. Un
cantinero. Un gastronómico. Un panadero. Un chapista. Un empleado de cervecería.
Dos zapateros. Dos empleados de oficina. Un médico. Un empleado de banco. Dos
viajantes de comercio. Dos fotógrafos, empleados. Un estudiante. Un maestro, poeta. Un comisionista de buques,
que ayudaba a su padre en esta
tarea. Un estudiante, viajante de
medicina. Un dependiente de comercio. Un
estudiante, profesor, oficinista. Un empleado de comercio. Un trabajador
eléctrico. Un empleado de funeraria. Un trabajador del comercio. Dos
parqueadores. Un deportista. Un vendedor de ostiones (eventual) Un vendedor de
flores. Un obrero cíclico.
Otros muchos que sobrevivieron, eran de la misma
extracción humilde. Y el propio jefe del asalto, cuyos padres tenían una
posición acomodada, había renunciado a sus bienes para dedicarlo todo a la
causa del pueblo.
Esa realidad
desconcertó incluso al tirano Fulgencio Batista, quien, acostumbrado a los
rejuegos y luchas de poder entre los políticos
corruptos, no tuvo otra alternativa que mentir, sin escrúpulos de ningún
tipo, ante la opinión pública.
Así, al día siguiente
de los hechos del 26 de julio, el tirano afirmaría que los asaltantes “habían
sido reclutados entre mercenarios nacionales y extranjeros”. Y acusó al
presidente derrocado por él mediante el golpe de estado del 10 de marzo de 1952
–Carlos Prío Socarrás- de haber financiado con un millón de pesos las acciones.
En su cinismo sin
par, el dictador afirmó: “Los hombres amillonados, como si se acolchonaran
sobre sus montones de billetes, anuncian revoluciones, arman brazos, compran
armas en el extranjero, se gastan a raudales el capital en tierra extraña, y no
basta con haber saqueado el tesoro, con haber dañado la salud del pueblo, con
haber herido profundamente la economía nacional; no, es necesario desprestigiar
a la República, hacer correr la sangre, pero no con riesgos de su vida. Ellos,
desde allá entre colchones de billetes y de seda, maniobran malévolamente y los
que han caído son anónimos civiles y no hay ningún cabecilla visible”.
Esto lo afirmaba el
hombre que en su anterior período presidencial había robado más de 40 millones
de pesos al tesoro público. Y robaría mucho más entre 1952-1958, cuando, entre
otras muchas propiedades y negocios turbios, llegó a contar con nueve centrales
azucareros, un banco, tres aerolíneas, una papelera, una transportista por
carretera, una productora de gas, dos moteles, varias emisoras de radio y de
televisión, revistas, una fábrica de materiales de construcción, un centro
turístico, varios inmuebles rurales y urbanos, varias colonias y firmas
norteamericanas, junto a disímiles propiedades que, en muchos casos, aparecían
disfrazadas con otros nombres.
Sin embargo, el jefe
del asalto del 26 de julio, Fidel Castro, quien había estado en la primera
línea del combate, arriesgando su vida y salvándola milagrosamente, al ser
hecho prisionero el 1ro. de agosto de 1953, poseía como único capital
financiero ocho billetes de un peso. Solo era millonario en moral y
patriotismo, en lo que eran pordioseros todos los jefes militares de la tiranía, incluyendo al
presidente de la República.
Pero esta vez la
lucha no sería entre lobos. Sería de personas honradas, patriotas y
revolucionarias, contra los lobos. El Moncada fue un fracaso desde el punto de
vista militar; pero fue una victoria política, porque marcó el inicio de una
nueva etapa de lucha, la última, del pueblo cubano por su verdadera redención.
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