.Orlando Guevara Núñez
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump,
ha sobrepasado en mucho a sus antecesores en la especialidad de fabricar “enemigos”.
Con el pretexto de velar por la seguridad
nacional, utilizando los embustes de una pésima factura – en lo cual
también se ha especializado, no tiene el menor escrúpulo en mentir a su propio
pueblo y a la opinión pública
internacional para conseguir sus objetivos.
Según un propio diario norteamericano, al mandatario
yanqui se le han comprobado más de dos mil mentiras desde que asumió el poder.
Dudo que algún otro mandatario en el mundo lo supere.
Y si la mentira es un oprobio en cualquier persona
que la utilice, más grave se convierte en boca de un estadista que tiene la
facultad para adoptar decisiones que ponen en riesgo el destino de toda la
humanidad.
Es de suponer que sus propios asesores estén
conscientes de los riesgos a los que su presidente expone al mundo, incluido su
país.
Pero Trump necesita mentir para engañar a los
norteamericanos, para hacerles creer que su país está amenazado por enemigos
cuyo fin es el ataque. Solo que sus engaños pierden cada vez más el efecto y su
poder de confundir.
Para el maniático presidente yanqui, Rusia, China,
Irán, Venezuela y Cuba, por solo citar algunos ejemplos, constituyen una
amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Con ese pretexto, realiza
provocaciones, dicta sanciones, amenaza, hace insolentes declaraciones y ha
llevado a cifras sin precedentes el presupuesto militar, mientras el pueblo
estadounidense sufre las consecuencias, al profundizarse cada día el abismo entre
ricos y pobres, sin esperanzas de mejoría.
Lo que tal vez no haya calculado el emperador yanqui
es que su política absurda puede conducir a una conflagración muy distinta a
las hasta ahora provocadas por sus antecesores, donde los demás ponían los muertos,
los heridos, los desplazados y la destrucción, quedando para el agresor las
ganancias, el saqueo y el chantaje.
Esta vez, sin duda, el balance sería distinto. ¿Tomará
conciencia de esto el pueblo norteamericano? ¿O tendrá que llegar el día en que
– demasiado tarde- reconozca que el
mayor enemigo de su seguridad es su propio presidente?
Hasta ahora, son enemigos inventados. Pero nadie
debe dudar que cualquiera de ellos, llegado el momento, será un verdadero
enemigo capaz de cobrar al agresor un
precio, sencillamente, impagable.