. Orlando Guevara Núñez
La prepotencia del gobierno de los Estados Unidos –
y especialmente la de su presidente, Donald Trump- es, sencillamente,
descabellada. Se creen los dueños del mundo. Para ellos, todos quienes no piensen
y actúen en correspondencia con su fórmula imperial, deben ser
castigados o desaparecidos.
En nombre de la democracia de la que ellos mismos
carecen, y de los derechos humanos que son los mayores violadores, intervienen
en otros pueblos, los agreden, los calumnian, apoyan contra éstos el terrorismo
y la subversión.
No hay gobierno progresista en el mundo que no esté
sujeto a sus embates. Ni gobierno opresor que no cuente con su apoyo.
Cuando no tienen argumentos para la agresión, los
inventan de la forma más brutal, descarada y carente de ética. Siempre, junto
al crimen, la mentira.
El pueblo de los Estados Unidos es una víctima de
esa sucia política. Los medios de comunicación, que debían servir para su
educación y cultura, tienen la misión de embrutecerlo, de engañarlo, de
conseguir su respaldo para las causas más innobles contra otros pueblos.
Está comprobado que solo los gobiernos y pueblos
decididos a defender su soberanía hasta con su propia vida, enfrentar al
imperio y hacerle pagar bien cara su osadía, han sobrevivido a sus
pretensiones.
Hay un dicho popular cubano afirmador de que “ el
puerco sabe en el palo que se rasca”. El presidente Trump, en recientes
declaraciones, amenazó con la posibilidad de hacer desaparecer a Corea del
Norte. Pero pronto sus mismos colaboradores salieron aclarando esa estúpida
afirmación, reconociendo que esa confrontación sería, sencillamente,
catastrófica.
Solo que, en este caso, la catástrofe sería no solo
para el pueblo agredido. Lo sería también para la potencia agresora. Las
amenazas a potencias como Rusia y China, no sobrepasan el límite de la retórica.
La certeza de que también pueden recibir, es lo único que frena su obsesión de
dar.
En este momento, respaldan todo cuanto vaya en contra
de la decisión soberana del gobierno, el pueblo y la Asamblea Constituyente de
Venezuela, ejerciendo su derecho de elegir el sistema que desean y defienden.
No importan los medios, por criminales que sean; no importa las vidas que se
pierdan, la sangre que se derrame.
Así ha sido contra Cuba durante más de medio siglo.
Las agresiones y sabotajes han costado al pueblo cubano más de 3 400 vidas,
centenares de heridos, entre ellos más de 2000 incapacitados permanentes. Miles
de millones de pesos en recursos destruidos.
Solo que aquí, la prepotencia imperial se ha
estrellado contra la voluntad de un pueblo, la capacidad y firmeza de sus
dirigentes y la decisión colectiva de morir de pie antes que vivir de rodillas.
Esa es la lección de la historia. Es la que nos legó el Comandante en Jefe
Fidel Castro, cuando dijo que vivimos en un país libre que nos legaron nuestros
padres y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser
esclavos de nadie.
Ahora, el presidente norteamericano, en descreditado
maridaje con la mafia contrarrevolucionaria miamense, se ha propuesto revertir
los avances logrados en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos durante el
anterior gobierno. Lo que no sabe el improvisado mandatario, es que para los
cubanos, él es solo uno de la decena de antecesores que han pasado al basurero
de la historia, sin lograr sus sueños de destruirnos.
Por el contrario, la Revolución cubana es hoy más
fuerte, goza de un mayor reconocimiento y prestigio en el mundo. Y tiene la convicción de que en cada intento
de rascarse en nuestro palo, los aguijonazos serán los encargados de
ahuyentarlo. Para que la prepotencia imperial no desconozca límites.
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