.Orlando Guevara Núñez
Fidel antes y durante el juicio del Moncada,
en reiteradas ocasiones, hizo denuncias públicas sobre los abusos que padecían
los soldados de la tiranía, en muchos casos obligados a servir de peones a los
jefes militares, prácticamente en condiciones de esclavitud.
En su alegato histórico La historia
me absolverá, el jefe revolucionario le dedicó un importante espacio a este tema.
La denuncia fue cruda y, al tiempo que condenó a los esbirros y asesinos,
reconoció a quienes pelearon con valor y dignidad e igualmente la
postura en el juicio de muchos militares de honor que no se sumaron a las
mentiras de sus superiores contra los asaltantes.
Escogemos solo unos fragmentos del
alegado de Fidel en ese histórico juicio sobre este tema.
(…) Por otro lado, los militares están padeciendo una tiranía peor que los
civiles. Se les vigila constantemente y ninguno de ellos tiene la menor
seguridad en sus puestos: cualquier sospecha injustificada, cualquier chisme,
cualquier intriga, cualquier confidencia es suficiente para que los trasladen,
los expulsen o los encarcelen deshonrosamente. ¿No les prohibió Tabernilla en
una circular conversar con cualquier ciudadano de la oposición, es decir, el
noventa y nueve por ciento del pueblo?... ¡Qué desconfianza!... ¡Ni a las
vírgenes vestales de Roma se les impuso semejante regla! Las tan cacareadas
casitas para los soldados no pasan de trescientas en toda la Isla y, sin
embargo, con lo gastado en tanques, cañones y armas había para fabricarle una
casa a cada alistado; luego, lo que le importa a Batista no es proteger al
Ejército, sino que el Ejército lo proteja a él; se aumenta su poder de opresión
y de muerte, pero esto no es mejorar el bienestar de los hombres”.
A continuación, Fidel hizo una aseveración que el 1ro. de enero de 1959, con el triunfo de la Revolución, se hizo realidad.
“Guardias triples, acuartelamiento constante, zozobra perenne, enemistad de la ciudadanía, incertidumbre del porvenir, eso es lo que se le ha dado al soldado, o lo que es lo mismo: "Muere por el régimen, soldado, dale tu sudor y tu sangre, te dedicaremos un discurso y un ascenso póstumo (cuando ya no te importe), y después... seguiremos viviendo bien y haciéndonos ricos; mata, atropella, oprime al pueblo, que cuando el pueblo se canse y esto se acabe, tú pagarás nuestros crímenes y nosotros nos iremos a vivir como príncipes en el extranjero; y si volvemos algún día, no toques, no toques tú ni tus hijos en la puerta de nuestros palacetes, porque seremos millonarios y los millonarios no conocen a los pobres (…)”
Junto al tirano, los grandes jefes militares, los asesinos, como lo previó Fidel, se fueron a vivir como príncipes en el extranjero, especialmente en los Estados Unidos, donde fueron recibidos como héroes.
Los que no pudieron huir pagaron sus crímenes ante la justicia revolucionaria. Y todos los que sin haber cometido desmanes permanecieron en Cuba, fueron acogidos por la Revolución con todos los derechos de cualquier otro cubano.
Incluso,
se cumplió otra afirmación de Fidel en el juicio, sobre que cuando triunfara la
Revolución, se prestaría ayuda a los familiares de los militares caídos, como
víctimas también de la tiranía que padecía el país.
Hoy
muchos de esos esbirros que huyeron de Cuba siguen alentando sus propósitos de
regreso, para que los cubanos dejemos de ser lo que somos y volvamos a ser lo
que fuimos. Pero ese sueño es y será siempre imposible.
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