.Orlando Guevara Núñez
El mundo no es una empresa. Tampoco Cuba. Y mucho menos de las que figuran entre las propiedades del magnate presidente
de los Estados Unidos, Donald Trump. Pero es evidente que el mandatario
norteamericano tiene en su cerebro otra representación de esa realidad.
Habla y actúa como si fuera el dueño del Universo. Como si le estuviera
disputando a Dios el don de omnipotencia. Claro, con algunas excepciones, como
en su primer discurso público luego de ser electo, donde quienes le escribieron
el discurso se ocuparon de atemperarlo, sobre todo como antídoto a la situación
en su propio país, donde decenas de
miles de manifestantes han rechazado su
empecinamiento contra los inmigrantes.
La resistencia a esa aberrante política –migración,
proteccionismo, entre otras, trascienden fronteras. Y es seguro que las
consecuencias irán mucho más allá de las previstas por Trump.
Hace pocas horas, el presidente que gracias a la “democracia”
de su país fue electo con unos dos
millones de votos menos que su oponente, afirmó que Cuba no ha hecho las
concesiones esperadas –por él, desde luego- para responder al “regalo” de
haberse reanudado las relaciones entre ambas
naciones.
Cabe recordar que fue Estados Unidos, de forma
unilateral, el que hace más de once lustros rompió las relaciones con Cuba. Y
que durante ese tiempo, todos los gobiernos de ese país han tratado de destruir
a la Revolución cubana, a través de los más diversos métodos, incluyendo el
bloqueo, agresiones militares, amenazas, intento de aislamiento, sabotajes, más
de 630 intentos de asesinato contra Fidel Castro, formación y financiamiento de
bandas armadas contrarrevolucionarias, infiltración de grupos armados en el
país, ayuda a los reaccionarios internos, entre otras acciones con el mismo
fin.
Todo eso fracasó, desde Eisenhower hasta el propio Obama. Y eso fue lo que reconoció públicamente este
último. Por eso decidió, sin cambiar el mismo objetivo, buscar métodos
distintos. Así, no fue ningún “regalo”, ningún gesto de buena voluntad, por
parte de los Estados Unidos, el inicio de la normalización de las relaciones
con Cuba. Lo que determinó ese paso fue la resistencia de los cubanos, su
política de principios, su inclaudicable defensa de la libertad y la soberanía
ganada en la guerra y en la paz.
Ahí están las
palabras de Fidel explicando esos conceptos. Y también las de Raúl, reiterando
la disposición de Cuba al diálogo en igualdad de condiciones, sobre cualquier
tema, con respeto muto, sin hacer ni una sola concesión en todo lo relacionado con el sistema escogido, construido y defendido
por el pueblo cubano.
Siendo así, pierde el tiempo Donald Trump – y su
equipo de asesores- al exigir concesiones a Cuba para normalizar las relaciones
sin las cuales vivimos durante más de medio siglo. De forma prepotente, el
empresario vestido de presidente ha anunciado una revisión sobre lo ya acordado
en relación con ese tema. Si eso constituyera una amenaza, pierde también el tiempo.
La disposición de Cuba está abierta al diálogo de
forma permanente, diáfana, pero sin reconocer imposiciones, ni irrespeto, ni
prepotencia. Siempre con la convicción de que nuestra existencia como país
socialista será mucho más larga que la permanencia de Trump como presidente, e
incluso más allá de su presencia entre los vivos. Sencillamente, porque no
tiene marcha atrás, ni carriles por donde desviar su ruta.
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