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Orlando Guevara Núñez
Entrevista de este autor
a Josué de Quesada, uno de los que prendieron fuego a la Estación de Policía,
el 30 de Noviembre de 1956. (Fue publicada hace un lustro en la prensa escrita).
Ahora la ofrezco a los lectores, en homenaje al aniversario 60 de aquella
heroica acción.
Hay
imágenes que, por fuerza propia, se transforman en símbolo. Pueden prescindir
de títulos, de explicaciones, porque su valor expresivo retrata un hecho o una
época, ganándole al lenguaje escrito su protagonismo.
Así
sucede con la imagen fotográfica de la Estación de la Policía Nacional de la
dictadura batistiana en Santiago de Cuba, envuelta en llamas el 30 de noviembre
de 1956, durante el alzamiento armado que esa mañana convirtió a la capital
oriental en la Ciudad
verde olivo.
Pero
detrás de cada imagen hay una historia. Y ésta la tiene. ¿Por qué se produce el
incendio? ¿Quién lo orientó y quiénes lo ejecutaron? A casi 55 años después de
aquella acción gloriosa, tengo ante mí a uno de los hombres que prendió fuego a
ese baluarte enemigo. Y su testimonio fluye claro, dando riendas a los recuerdos
sobre aquel dramático momento de la historia santiaguera y cubana.
Josué
de Quesada Hernández, tenía entonces 22 años de edad y militaba en las filas
del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, junto a Frank País. Dos días antes
de aquella acción armada – primera realizada por la juventud cubana después del
asalto a los cuarteles Moncada y Carlos
Manuel de Céspedes, el 26 de julio de 1953- había sido absuelto en un juicio
donde le solicitaban ocho años de prisión, por un delito común que no había cometido.
Frank
País le había dicho al abogado defensor, Baudilio Castellanos, también
combatiente del 30 de noviembre, que Josué se necesitaba libre, porque debía
cumplir una misión importante.
“Al
ser absuelto, precisa el joven combatiente, estaba celebrando ese hecho, cuando
llegó Josué País y me dijo: ¡Se acabó la fiesta! Y a partir de entonces me integré al grupo de
Otto Parellada. Durante la noche del 29 de noviembre, me correspondió
distribuir armas”.
¿Cómo surgió la
indicación de prender fuego a la
Estación de Policía?
Josué
precisa que 16 combatientes integraron el grupo de Otto Parellada y guarda
celosamente sus nombres para la historia. Estos fueron los que pelearon junto a
Otto, desde el techo contiguo a la
Estación de Policía.
“Otto-
recuerda Josué- después de explicarnos el plan, nos definió a cada uno la
misión en el combate y dejó definido como su segundo al compañero Casto Amador.
En mi caso, junto a los compañeros Nicolás Rizo –ya fallecido- y Eugenio
Gutiérrez –residente en La
Habana, quedó la
responsabilidad dada por Otto de incendiar la Estación en caso de no
poder ocuparla”. “Tú vas a ser el granadero”, me dijo Otto. Le pregunté qué era
eso y me explicó que llevaría las granadas para la acción.
“En
la casa de Emiliano Corrales se nos entregaron las armas y se hicieron bombas
con cartuchos de dinamita, que preparó Casto Amador; se nos entregaron como una
docena de granadas brasileñas, casi todas inservibles y como cuatro o cinco
cajas de botellas de cocteles Molotov”.
Sobre
el momento del combate, Josué rememora que “Llegamos hasta el portón de la Escuela de Artes
Plásticas, siendo Otto quien desarraja a tiro limpio la puerta, entrando en el
recinto, donde posteriormente nos posesionamos de los techos aledaños a la Estación de Policía, a continuación llegó la
guagüita repleta de compañeros y entraron detrás de nosotros y se subieron
también en los techos”.
La
acción del tiempo es burlada por la nitidez de los recuerdos de Josué.”El grupo
de Otto, después de posesionarnos en el techo posterior a la Estación, comenzamos a
dispararle con un fuego nutrido a través de sus puertas y ventanas, pues este
edificio tiene paredes de mucho grosor en su planta baja y los disparos no le
hacían mella; ellos comenzaron de inmediato a ripostar también con un nutrido
tiroteo, se escuchaban cientos de detonaciones de diferentes armas automáticas
que ellos tenían y se generalizó un intenso tiroteo que debe haber durado más
de horas, aproximadamente; en el fragor del combate, todos los compañeros que estábamos en el techo se
comportaron de forma heroica, nadie se acobardó y gritábamos desde nuestra
posición ¡Abajo Batista!, ¡Viva la Revolución!.
Es allí donde cae Otto
Parellada.
“Ya
en las postrimerías del combate, nuestro jefe, Otto Parellada, es abatido en su
posición por una ráfaga de ametralladora Thompson, a nuestro juicio, por el
sonido que escuchamos y fue alcanzado por varios proyectiles en el cuerpo;
apreciamos un disparo en la cabeza, pues al caer hacia atrás en el techo le
manaba abundante sangre de su región occipital. Aquello fue muy impactante y
después de pasados unos segundos para observar a nuestro hermano caído, reiniciamos el combate con todos los hierros,
disparando continuamente, como él así nos había pedido. Antes de partir, el me
dijo: “Si caigo en la acción, continúen combatiendo con más valentía”.
Ya era evidente que no
podía tomarse la estación.
“Después de la muerte de Otto y ver que no podíamos tomar la Estación, comenzamos a
bombardearla con los cocteles Molotov.
Esa acción la realizan
tres compañeros.
Sí.
Yo tenía la mayor responsabilidad en eso, conjuntamente con el compañero
Nicolás Rizo. Empezamos a tirarle la mayor cantidad de cocteles, así como
también las granadas, que en gran medida estaban defectuosas, creo que de la
docena que llevamos sólo explotaron dos:
además, arrojamos las bombas que se habían confeccionado.
Pero el fuego no prendió
de inmediato.
“Viendo que los cocteles explotaban, pero se consumía la gasolina
rápidamente, decidí meter en una mochila que yo llevaba cinco o seis botellas
de cocteles. Nicolás me le dio candela a una de las botellas que rompimos y la
echamos en la mochila y la lancé para la parte derecha del segundo piso, donde
existía una baranda de madera. Esta carga sí hizo una explosión grande y
diseminó con un gran estruendo las llamaradas y fue cuando se incendió la Estación de Policía.
Luego vino la retirada.
¿Cómo pudieron descender del techo?
“Nos
fuimos replegando del techo y bajamos al piso inferior, comenzando la
evacuación del edificio. Los compañeros
Willy Martínez y Pepín Naylon, de forma altamente arriesgada salieron a la
calle y a tiro limpio fueron despejando el camino al resto de los compañeros”.
La retirada no fue fácil.
“Salimos a pie. Había una señora que gritaba:
!Quemaron la Estación
de Policía!, y yo me situé junto a ella y repetía lo mismo: ¡Quemaron la Estación de Policía!
Luego me llevaron para una casa en San Pío y después a otra en Marimón, donde recuerdo que había un
altar. La vieja que allí vivía luego iba, me santiguaba y me alentaba, luego
supe que lo hacía cuando pasaba una perseguidora o los guardias. Resultó que
esa viejita era la madre de Paquito Marimón, quien había también combatido el
30 de noviembre”.
De ahí, ¿para la
clandestinidad?
Una vez me detuvieron y uno de los jefes me
llevó para mi casa y le dijo a mi mamá que viera, que me entregaba vivo.
Entonces dije: Me voy. Salté por los techos y me fui. Después supe que como a
la media hora me fueron a buscar. Tuve que pasar a la clandestinidad.
¿Qué pensó Josué de
Quesada cuando vio arder la
Estación de Policía?
“Pensé
que había cumplido mi misión, la orden de Otto”.
¿Y hoy cuando observa la
histórica foto que preserva aquella imagen?
“Pienso en Otto, en Regalado, en Emiliano, en
tantos compañeros de la acción del 30 de
noviembre que luego cayeron en el transcurso de la lucha, que fueron 35, y yo
tenía relaciones de amistad con casi todos ellos.
¿Qué valoración
tiene Josué sobre aquella acción?
“Pienso
que fue un triunfo militar nuestro, aunque no pudo tomarse la Estación. El enemigo tenía más
hombres que nosotros, más y mejores armas; ellos tuvieron cinco muertos por
tres nosotros, y ocho heridos, mientras los nuestros fueron cuatro. Logramos
destruirle mediante el fuego su instalación. Nuestra apreciación es que
logramos una primera victoria en el campo de la guerra contra la dictadura de
Batista.
¿Satisfacción por haber
sido protagonista de aquella gesta gloriosa? “Mi mayor
satisfacción es haber cumplido con mi deber como cubano. Y saber que mi
Revolución ha hecho en la educación, en la salud y en todo, más de lo que se
había planteado en aquella fecha.
Josué
de Quesada Hernández ha vivido ya 77 años. “Yo pensaba que no iba a sobrevivir
a aquel combate, al cual había ido con la disposición de morir”.
Ahora
el combatiente del 30 de noviembre, de la lucha clandestina y fundador de los
órganos de la Seguridad
del Estado, está enfrascado en otra tarea de mucha importancia: escribir sobre
aquellos hechos, dejar testimonios suyos y de otros compañeros, con la aspiración
de contribuir a “Que nunca se nos olviden nuestros mártires del 30 de
noviembre, compañeros héroes eternos de la patria: José Tey Saint-Blancard,
Otto Parellada Hechavarría, Antonio Alomá Serrano y, como actor principal del
levantamiento armado de Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956, nuestro
inolvidable jefe de Acción y Sabotaje Nacional, Frank País García.