miércoles, 30 de noviembre de 2016

30 de noviembre de 1956 Santiago de Cuba, la ciudad verde olivo




Orlando Guevara Núñez


Parecía una mañana igual a las demás. Pero la noche anterior centenares de jóvenes no habían dormido por el ajetreo de los preparativos y la tensión de la acción que se gestaba. Las fuerzas de la tiranía batistiana, presintiendo algo grande, se acuartelaban. Mientras, el yate Granma se acercaba a las costas de Niquero. Era el 30 de noviembre de 1956.
Desde octubre de ese año, un grupo de jóvenes integrantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, capitaneados por Frank País García, Léster Rodríguez, Pepito Tey y otros valerosos combatientes, preparaban el levantamiento armado que a finales de noviembre  debía secundar la expedición que bajo el mando de Fidel Castro vendría desde México para reiniciar la lucha armada.
El 27 de noviembre Frank  recibía la indicación para el inicio del levantamiento. Tres días bastaron para los preparativos. Santiago de Cuba asistía a una nueva cita con la historia. A las 7:00 de la mañana del 30 comenzaron los combates. Decenas de jóvenes estrenaron el traje verde olivo; al brazo, el rojinegro brazalete del 26 de Julio. ¡Viva Fidel!  ¡Viva la Revolución! ¡Abajo Batista!, gritaban los valientes soldados revolucionarios.
Un grupo de 28 combatientes –testimonio del propio Frank-  ataca la jefatura de la Policía Nacional, en la Loma del Intendente. En la parte delantera combaten 20 de ellos, con Pepito Tey como jefe. Otros ocho avanzan por la parte trasera, se posesionan de la azotea y desde allí abren fuego contra la guarnición. Su jefe, Otto Parellada. Un tercer y pequeño  grupo actúa también. Su jefe, Paquito Cruz, había caído prisionero la noche anterior.
La fuerza atacada es superior en número. Unos 70 policías y 15 soldados. El combate es violento. El enemigo sufre varias bajas. El primer revolucionario en caer es Tony Alomá; Pepito Tey avanza con mayor ímpetu hacia la posición enemiga, es herido en una pierna y sigue combatiendo hasta el final.
También Otto Parellada es víctima del desigual enfrentamiento. Ante la imposibilidad de tomar la estación de la Policía, se ordena la retirada de los revolucionarios, no sin antes incendiar el edificio, que es destruido por las llamas.
A poca distancia, los disparos rebeldes quebrantan la resistencia de la Policía Marítima. Se toman prisioneros y armas, pero un refuerzo enemigo, procedente del Cuartel Moncada, entra en acción. El asalto se libra sin bajas de los estrenados combatientes.
La otra acción principal, el ataque y bloqueo del Cuartel Moncada, no llegó a ejecutarse, como consecuencia de la detención, durante la noche del 29, de sus principales responsables, Léster Rodríguez y Josué País. Por ese motivo no se disparó el mortero contra la fortaleza. Las Brigadas Estudiantiles secundan el alzamiento.
Terminados los combates en los lugares escogidos, los valientes asaltantes ocupan diversos puntos de la ciudad y actúan como francotiradores. La resistencia más fuerte tiene lugar en el Instituto de Segunda Enseñanza. Al día siguiente, aún se luchaba.
Una descripción realizada por Frank País caracteriza los acontecimientos del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba.
“La ciudad amaneció bajo un tiroteo general. Armas de todos los calibres vomitaban fuego y metralla. Alarmas y sirenazos de los bomberos, del cuartel Moncada, de la marina. Ruido de los aviones volando a baja altura. Incendios por toda la ciudad. El ejército revolucionario dominando las calles y el ejército de Batista pretendiendo arrebatarle ese dominio. Los gritos de nuestros compañeros, secundados por el pueblo, y mil indescriptibles sucesos y emociones distintos”.
Al concluir los combates, la persecución de las fuerzas de la tiranía fue feroz, pero enfrentó un valladar decisivo: la solidaridad del pueblo santiaguero. Las puertas se abrían para que los jóvenes asaltantes perseguidos entraran. Mucha gente del pueblo arriesgó así también su vida ese 30 de noviembre.
                                         
                                        Santiago cooperó masivamente
Frank destacó cómo la población entera de Santiago de Cuba, enardecida y aliada a los revolucionarios, cooperó masivamente con ellos. “Cuidaba a los heridos, escondía a los hombres armados, guardaba las armas y los uniformes de los perseguidos, nos alentaba, nos prestaba las casas y vigilaba de lugar en lugar, avisando de los movimientos del ejército”.
En la jefatura de la Policía Nacional, por ejemplo, los bomberos que acudieron a apagar el incendio, ayudaron a escapar a los detenidos por la tiranía que allí estaban. Unos de esos combatientes relataría que “Los bomberos nos sacaron disfrazados con sus ropas y cascos con la mayor naturalidad, por delante de los propios policías”.
Durante la lucha, narra Asela de los Santos, una joven santiaguera incorporada a la insurrección, a un combatiente se le cayó una caja de balas. “Los proyectiles se regaron en la calle. Pasaban en aquel momento un hombre con una carretilla y varios transeúntes y sin pronunciar palabra, se agacharon y después de recogerlas siguieron su camino”.
El Granma llegó a un lugar cercano a Playas Coloradas, en Niquero, el día 2 de diciembre, 48 horas después del levantamiento de Santiago de Cuba. Las noticias eran contradictorias, pero Frank siempre confió en que Fidel y los expedicionarios llegarían a la Sierra Maestra. Por aquellos días, el héroe de la lucha clandestina le dijo a Armando Hart: “Ahora, a unir los campesinos y  realizar acciones, que esto será una bola que nadie podrá detener”.
“Frank era tan organizado, afirma la combatiente María Antonia Figueroa, que después del levantamiento el Movimiento quedó intacto, no sufrió más descalabros que la pérdida de esos tres compañeros (Pepito, Otto y Tony). Él ordenó enseguida recuperar cuanta arma y bala encontráramos”.
Tal como se había previsto, se puso en marcha otra fase de la acción, mediante sabotajes a las comunicaciones, el transporte y otras instalaciones. En muchas otras partes, los revolucionarios se habían lanzado también a la lucha.
El apoyo a Fidel y a sus compañeros tomaría otras formas. En marzo de  1957, Frank organiza y envía, como refuerzo del Ejército Rebelde, a más de  medio centenar de combatientes, muchos de ellos participantes de la heroica acción del 30 de noviembre de 1956. En junio de ese mismo año, otro grupo, con igual fin, marcha hacia las legendarias montañas orientales. Muchos de los jóvenes que estrenaron el uniforme verde olivo en la entonces capital del indómito Oriente, caerían después en las propias calles santiagueras.
Cuando a fines de diciembre de 1958 el Ejército Rebelde prepara el asalto final a Santiago de Cuba, unos cien combatientes revolucionarios armados estaban listos dentro de la ciudad para entrar en acción, desempeñando un importante papel en la victoria final.
Las fuerzas de la tiranía se replegaban a sus guaridas, donde eran acosadas, y solo la rendición incondicional del Moncada evitó el último combate. Era el Primero de Enero de 1959.

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