.Orlando
Guevara Núñez
Anoche vi de
nuevo el documental de Estela Bravo relacionado con los “Marielitos”. Escuché
los aterradores testimonios de muchos de ellos, que fueron deportados a Cuba.
Estaban presos en Estados Unidos, cumpliendo largas condenas por delitos
mínimos. Y algo peor, en varios casos habían ya cumplido sus condenas y
llevaban cinco o más años retenidos en infernales prisiones, en condiciones que
poco tendrían que envidiarle al nazismo alemán.
Torturas físicas
y psicológicas. Medicamentos que, con toda intención, los privaban de sus
facultades mentales. Aislamiento de sus familiares. Negación de toda condición
humana, sin derecho a reclamación. Todo eso en el país que se auto
proclama campeón de los derechos
humanos, de la democracia y de la justicia en el mundo.
Esas muertes,
torturas y daños hay que sumarlas también a la larga lista de crímenes del
imperio norteamericano contra Cuba. Gran contradicción: a Estados Unidos han
llegado de forma ilegal miles de cubanos que aquí fueron asesinos, ladrones,
corruptos. Y allí fueron recibidos como “héroes”, como “patriotas anti
castristas”. Algún día se sabrá toda la verdad por la cual el gobierno yanqui
hizo esa enorme diferencia con los “Marielitos”.
En esencia,
para la justicia norteamericana – si es que merece ese nombre- robar un avión,
una nave marítima, con la agravante de matar, herir o secuestrar personas, si
el hecho se produce desde Cuba hacia ese país, es un delito menor que robar 43
pesos, falsificar un documento o hurtar algo para saciar el hambre.
La misma
propaganda enemiga les hizo pensar a quienes emigraron por esa vía, que iban
para el paraíso. Y en realidad la ruta se desvió hacia el infierno. ¿Cuántos
murieron? ¿Cuántos quedaron marcados psicológicamente para toda su vida? Además
de los que testimoniaron en el documental de Estela Bravo, ¿cuántos no podrán
hacerlo nunca?
Estados
Unidos es culpable de esa tragedia no solo por su sucia propaganda contra Cuba.
Lo es también por su hipócrita política
de, por un lado, estimular la emigración desde Cuba, y por otro, incumplir, año por año, los
compromisos para que esa emigración sea ordenada, legal y segura.
¿Cuántos
cubanos han perdido la vida en naufragios, o víctimas de los traficantes de
personas, perdidos en las selvas, a merced de ladrones, asesinos y comerciantes
que, como buitres, se alimentan de los
despojos humanos?
Aún con toda
esa criminal historia, el gobierno de los Estados Unidos sigue manteniendo la
asesina Ley de Ajuste Cubano. Y ha reiterado que no habrá cambios en su
aplicación. Eso demuestra que para el poder imperial, la seguridad, la vida y
el sufrimiento de los cubanos no les importan nada. Para ellos, ese es un
negocio más, aún a costa de violar de forma descarada todas las normas
internacionales sobre la emigración.
Lo asombroso
es que Obama y su equipo sigan sosteniendo la mentira de desear el bienestar de
los cubanos. Y sigan hablando de derechos humanos, mientras son los culpables
de la emigración insegura, acumulando muertes, atracos y los sufrimientos
que acompañan a esa aventura.