.Orlando
Guevara Núñez
El
Primer Congreso Campesino en Armas, que este 21 de septiembre cumple 58 años de
celebrado en Soledad de Mayarí Arriba, territorio del Segundo Frente Oriental
Frank País, bajo el mando del entonces comandante Raúl Castro, fue un toque a
degüello contra el latifundismo, la opresión, la miseria, el analfabetismo, la insalubridad y otros terribles males que
padecía el campesinado cubano.
“El 85 por ciento de los pequeños
agricultores está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de
sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está
en manos extranjeras (…) Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen
una vara de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en
cambio, permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de
trescientas mil caballerías de tierras productivas”. Así lo había denunciado
Fidel en su alegato conocido como La historia me absolvera, durante el juicio
por los hechos del 26 de julio de 1953.
El drama era realmente duro para los
oprimidos del campo. Una encuesta realizada y publicada en 1957 por una
organización juvenil católica descriría con crudeza el drama:
El
96 por ciento no consumía carne habitualmente, menos del 1 por ciento comía
pescado, apenas el 2 por ciento incluía el huevo en su dieta, mientras que 89
de cada cien no tomaban leche. Súmese a esa tragedia que la mortalidad infantil sobrepasaba la tasa de
60 por cada mil nacidos vivos, el analfabetismo estaba por encima del 40 por
ciento y el desempleo era abrumador, pues sólo había empleo unos tres meses al
año. Para esa fecha, la situación de la vivienda era agobiante, al tiempo que
solo alrededor del 9 por ciento de la población rural disponía de luz
eléctrica.
La distribución de la tierra era
realmente injusta. El 92 por ciento de las más de 159 000 fincas existentes en
1958, poseía sólo el 28 por ciento de las áreas, mientras que el 1,4 por ciento
de los propietarios era dueño del 46 por ciento de éstas.
Sólo nueve latifundios norteamericanos
eran dueños de más de 100 000 caballerías. (Una caballería equivale a 13,42
hectáreas).
El
campesinado era víctima de los desalojos, de las persecuciones, de los abusos,
de los crímenes. Y las perspectivas de redención eran nulas bajo el sistema
capitalista.
Pero
la guerra revolucionaria contra la dictadura batistiana, iniciada a raíz del
desembarco del yate Granma, bajo la jefatura de Fidel, el 2 de diciembre de
1956, hizo renacer las esperanzas, y el fuego de los fusiles rebeldes iluminó
ese camino hacia la lucha y la victoria. Desde lo primeros días del desembarco,
los campesinos apoyaron la contienda guerrillera y fueron un valioso puntal en
la formación y desarrollo del Ejército Rebelde.
Así,
la celebración del Primer Congreso Campesino en Armas no fue una acción
aislada, ni fortuita. Fue un hito en la participación consciente de los
campesinos en la lucha por su propia liberación y, más allá, por la liberación
de todos los cubanos.
En
esa fecha, la organización de los campesinos se había fortalecido y existían 63
Comités Agrarios que agrupaban a unos 5 000 miembros. De sus sentimientos,
sufrimientos y aspiraciones, surgieron los temas, las discusiones y las
decisiones de aquel histórico Congreso.
Los objetivos estaban muy claros. Lucha
abierta contra la tiranía que sumía al país en el crimen, la violación de todos
los derechos y el más bárbaro abuso contra los pobres del campo. Esa lucha, con
clara visión histórica, se hacía extensiva hacia el sistema capitalista en Cuba
y su sostén, el imperialismo norteamericano.
La erradicación del analfabetismo, sueño
inconcluso de Martí, recobraba vida en los objetivos plasmados ahora por los
campesinos. Y la Reforma Agraria radical que extirpara al latifundismo, a los
terratenientes, devolviera las tierras a sus legítimos dueños y terminara para
siempre la explotación de los entonces preteridos hombres del campo.
Una decisión era fundamental y fue
adoptada y cumplida: apoyar incondicionalmente al Ejército Rebelde, con medidas
concretas, como fueron la de aportar el
diez por ciento del valor de las cosechas y de la venta de animales y madera
para la causa revolucionaria.
Un aporte de significación especial, decisivo
para la lucha guerrillera y su victoria, se había puesto ya en práctica: la
incorporación al Ejército Rebelde y su apoyo logístico en los territorios donde se
combatía.
El
cumplimiento de la transformación agraria cubana había tenido ya su inicio el
10 de octubre de 1958, en plena lucha guerrillera, cuando fue dictada en la
Sierra Maestra la Ley Nro. 3 de Reforma Agraria, que dispuso la entrega de la
tierra a arrendatarios, aparceros, subarrendatarios y precaristas que, con
menos de cinco caballerías, la trabajaban sin ser sus dueños.
Pero
fue necesario el trinfo de la Revolución, el 1ro. de enero de 1959 para
completar la obra redentora. Así, el 17 de mayo de ese año, Fidel firmaba en La
Plata, Sierra Maestra, la Ley de Reforma Agraria. Más que Reforma, una profunda
revolución agraria sin antecedentes en el continente que habitamos. Ni
latifundistas, ni terratenientes, ni desalojos, ni abusos, ni crímenes, ni campesinos sin ser dueños de sus tierras.
Ni analfabetos, ni hambrientos, ni niños
sin escuela. Ningún trabajador de la tierra en Cuba es paria en su propio
suelo. El capitalismo es recordado sólo para reafirmar la decisión de que sea
un pasado sin regreso.
Ahora, a 58 años de aquel histórico
Primer Congreso Campesino en Armas, la historia ha corroborado su papel
liberador, su aporte a la lucha por la libertad. Y, sobre todo, nuestro
campesinado y gente de campo tiene la dicha de
que los sueños de ayer, son la
hermosa realidad de hoy. Esa es la obra que se sigue engrandeciendo y
defendiendo.
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