sábado, 4 de junio de 2016
Tiempos de Revolución: Lumumba
.Orlando Guevara Núñez.-
El esfuerzo por recordar su nombre ha sido en vano. Y sólo acude a mi mente una joven figura de color negro, sonrisa bonachona y un carácter inquieto y alegre, a quien todos conocíamos como Lumumba, en cariñosa evocación del líder africano asesinado en El Congo, en febrero de 1960.
Su nivel cultural era bastante bajo, pero su apasionamiento por la Revolución le daba fuerzas para entrar en cualquier discusión y desempeñar su papel como dirigente voluntario de la Asociación de Jóvenes Rebeldes.
Junto a Lumumba estudiábamos los discursos de los dirigentes de la Revolución. Y recuerdo lo peculiar de su vacilante lectura. Porque cuando llegaba al lugar donde, entre paréntesis, decía aplausos, todos los presentes, comenzando por él, teníamos que aplaudir. Y cuando decía risas la cosa era más espontánea, porque de solo él leer la palabra y mirarnos, ya todos nos reíamos.
Lumumba provenía de una familia extremadamente humilde. Y él mismo recordaba su pasado de miseria y humillación, para esa fecha aún muy reciente. Y siempre nos planteaba que teníamos que defender a Fidel y a la
Revolución, aunque a decir verdad, en aquellos tiempos no teníamos plena claridad de cómo conseguirlo.
Un día, el muchacho nos explicó una fórmula sencilla de hacerlo y enseguida la pusimos en práctica. Nos parábamos en una esquina o en medio de la calle, convocábamos a los transeúntes y les impartíamos una charla revolucionaria, en la cual repetíamos lo que en sus discursos decían nuestros dirigentes, especialmente Fidel, y hacíamos un llamado a defender la Revolución.
Terminada una charla, mudábamos el espectáculo para otra parte, con otro público - a veces algunos tenían que ver dos veces la función - con el mismo contenido.
Por lo general nadie nos refutaba nada. Pero en los pocos casos que alguien se atrevió, valiéndose de ofensas, la charla cambiaba de tono y alguna vez los puños sustituyeron a las palabras para cobrar el agravio y defender de cualquier forma la Revolución. Y el día que un gusarapo nos dijo que el uno, dos, tres, cuatro, de las Patrullas Juveniles, no era otra cosa que comer mierda y romper zapatos, donde casi se rompieron unos cuantos fue en las partes más íntimas del cuerpo del provocador.
Con Lumumba comenzamos a realizar trabajos voluntarios, a recoger dinero para la Reforma Agraria y la compra de armas y aviones. Y aprendimos, sobre todo, a defender a la Revolución, aunque sin mucha conciencia todavía de cómo construirla. Y debo reconocer una cosa en la cual nunca aquel Joven Rebelde se equivocó: en saber identificar a los amigos y enemigos.
En lo único que una vez estuvimos todos en contra de Lumumba, fue cuando nos dijo, con toda la solemnidad del mundo, que los Jóvenes Rebeldes no debíamos tener relaciones sexuales hasta llegado el matrimonio. Le dijimos que no haríamos ese compromiso y continuaríamos siendo jóvenes más rebeldes. Ante la insubordinación, simplemente nos miró a todos como compadeciéndose por nuestra falta de conciencia. Pasamos a otro punto del orden del día y más nunca se abordó el tema. Muchos años después, conocí que aquella propuesta no era de la cosecha de quien la planteó y que esa misión, la había tomado de un superior.
Si a alguien hoy se le ocurriera actuar como en algunos casos lo hizo aquel muchacho, su historia llegaría hasta ahí. Porque ahora las condiciones son distintas. Pero son distintas y hemos llegado hasta el presente, porque al inicio hubo muchos Lumumbas -con sus seguidores- que abrieron el camino de una etapa en la que ya teníamos Revolución, aunque comenzábamos entonces a ser revolucionarios. Y no todo es obsoleto, porque la pasión revolucionaria que lo impulsaba, sigue siendo un ejemplo para nuestra actuación presente.
Nunca más he vuelto a ver a Lumumba. No sé dónde está ni qué hace. Pero si algún día nos encontráramos de nuevo, no albergo dudas de que las bromas provocadas por el recuerdo de las ingenuidades, ocuparían menos lugar que el recuento de lo avanzado por la Revolución que juntos aprendimos a defender y que desde el inicio fue el sentido de nuestras vidas. Y tal vez lamentaríamos el no ser ya jóvenes, pero nos sentiríamos orgullosos de continuar siendo rebeldes.
Recientemente, conversando con un compañero sobre esos primeros años, me dijo que a esa etapa podría llamársele tiempos de barbarie. Le contesté que no pensaba de igual forma y que tal vez fuera mejor llamarla Tiempos de Revolución. Creo que es un nombre no sólo más bonito, sino también más justo: ¡Tiempos de Revolución!
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