ORLANDO
GUEVARA NÚÑEZ
El
17 de abril de 1970 una infiltración organizada, entrenada, armada y financiada
por el Gobierno de los Estados Unidos y la mafia contrarrevolucionaria de Miami,
desembarcó por Punta del Silencio, desembocadura del río Yumurí, a unos 32
kilómetros al Este de la ciudad de Baracoa.
Los
trece mercenarios, que traían como objetivo sembrar el terror en esa zona
oriental, venían armados con fusiles AR-15, AR-18 y M-16, además de explosivos
y granadas de mano, todo de fabricación estadounidense. Llegaron a bordo de un
buque que los condujo hasta cerca de la costa —según posteriores confesiones de
los detenidos— un camarógrafo se encargaría de tomar vistas que serían luego
utilizadas en los Estados Unidos para hacer propaganda, vanagloriarse de sus
desmanes y recaudar dinero.
Pese
a lo intrincado del lugar, la presencia mercenaria fue de inmediato detectada.
Luego de una rápida movilización, efectivos de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, del Ministerio del Interior y de las Milicias Serranas, con el
apoyo de la población campesina, persiguieron, cercaron y apresaron al grupo
enemigo.
Otra
vez el dolor y el luto en muchos hogares humildes. La barbarie yanki sumaba a
su tenebrosa lista niños huérfanos, mujeres viudas... Seis vidas de jóvenes
combatientes fueron segadas.
El
teniente Ramón Guevara Montano, entonces jefe de la Sección Política de la
División Territorial de Baracoa, fue uno de los caídos. Tenía 28 años de edad y
procedía de una familia de obreros agrícolas de Niquero, actual provincia de
Granma. Fue ascendido póstumamente al grado de primer teniente. Andrés y María
Luisa, sus padres, sufrieron la pérdida de su hijo. Julieta, la novia, quedó
sin realizar su sueño de la boda, tronchada por el acto criminal de los
agresores.
Luis
de la Rosa Callamo, descendiente de una familia campesina de la zona de Cueto,
Mayarí, pertenecía a la Brigada de la Frontera. Fue ascendido, también
póstumamente, a sargento de tercera.
El
resto de los caídos durante las operaciones de aniquilamiento de la banda
mercenaria, eran milicianos de Baracoa, quienes con prontitud se habían
presentado a sus unidades al conocer sobre la infiltración.
José
A. Sánchez Marzo, contaba con solo 24 años de edad. De extracción campesina,
dejó una hija de 11 meses de nacida, y a su esposa esperando otro
alumbramiento. Ovidio Hernández Matos, también de 24 años, campesino devenido
carpintero. Con su muerte, dos niños quedaron huérfanos. Evodino Marzo Marzo
era padre de cuatro niños, campesino y barbero. El enemigo tronchó su vida
cuando había vivido solo 33 años.
Los
restos de todos ellos fueron velados en el pequeño poblado de La Máquina,
cercano a la zona de operaciones. Durante la velada solemne para rendirles
postrer tributo, el Comandante en Jefe Fidel Castro realizó ante sus cuerpos
inertes una guardia de honor, y en el entierro expresó:
En
breves minutos se les dará sepultura a esos compañeros. Han caído en el
cumplimiento del deber. Las balas pueden tronchar vidas, las balas enemigas y
traicioneras pueden atravesar el pecho, pueden atravesar la frente, pueden
atravesar la carne, pueden atravesar los huesos, pueden atravesar el corazón,
pueden atravesar a un hombre, pero lo que no podrán jamás esas balas criminales
será inmolar las ideas, tronchar la causa, atravesar la bandera y la justicia
que esos hombres defendieron con su cuerpo. Los hombres podemos caer, pero las
ideas que defendemos no caerán jamás.
El
día 26 de aquel abril fueron capturados los dos últimos mercenarios invasores.
Una nueva agresión imperialista contra nuestro pueblo había sido derrotada. En
el parte firmado por el entonces jefe del Ejército Oriental, Raúl Menéndez
Tomassevich —al frente de las operaciones— se incluía entre los caídos a otro
miliciano: Arquímedes Borges Bolaño.
Cinco
combatientes habían resultado heridos: Jorge Sosa, Mauro Almaguer, Virgilio
Rodríguez, Humberto Véliz y Humberto Noa.
¿Quiénes
fueron los promotores y ejecutores de ese crimen contra nuestro pueblo? Sin
duda, los mismos de hoy, los que no han
dejado de agredirnos, los mismos que continúan soñando con destruir la obra que
con tanto sacrificio hemos edificado.
El
pueblo cubano, sin embargo, no olvida la sangre derramada. Y el clamor contra
los agresores y asesinos es hoy una contundente acusación para que la impunidad
ceda el paso a la justicia.
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