La
infatigable Santiago, la llamó José Martí. Ciudad muy noble y muy leal, la
declaró el propio gobierno español el 14 de febrero de 1712. Hospitalaria de
las Américas, fue distinguida en 1822.
Bautizada como Fiel Ciudad en 1874 y Municipio Benemérito de Las
Américas varias décadas después. Ciudad Héroe de la República de Cuba y Orden
Antonio Maceo, condecoraciones recibidas de manos del Comandante en Jefe Fidel
Castro, el Primero de Enero de 1984.
Esa
es Santiago de Cuba, ciudad que se prepara ahora para conmemorar el aniversario
50 de uno de sus hechos más gloriosos por la independencia cubana: el Levantamiento Armado del 30 de Noviembre de
1956, como apoyo al desembarco del Granma.
Besada
por el mar y las montañas. Sembrada sobre una geografía caprichosa, ondulante,
indomable. Con un clima donde el Sol, el pavimento, las paredes, las calles estrechas
y el anillo montañoso que la abraza, se
confabulan para que el calor le otorgue
un sello inconfundible.
La
casa del Adelantado Diego Velázquez, su fundador, burlándose del tiempo. La
catedral que desde 1522 se yergue como
testigo del paso de los siglos. Las edificaciones coloniales conviviendo con
las contemporáneas, a las cuales trasmiten sus íntimos secretos, para que nada
se pierda. El Tivolí como permanente atalaya. Padre Pico auxiliando a los
caminantes en su ascenso a la Loma del Intendente. La bahía, refrescando los
pies de la ciudad. El Castillo del Morro, Patrimonio de la Humanidad, sin
confiar a otros la custodia de la ciudad.
Aquí
permanece enhiesto el edificio de San Basilio el Magno, aprisionando entre sus
paredes las voces de ilustres educadores y no menos ilustres alumnos.
Diego
Vicente Tejera, pensador socialista; Pablo Lafargue, luchador del proletariado
internacional; Juan Bautista Sagarra, educador; Esteban Salas, considerado el
padre de la música cubana. Aquí nació José María Heredia, el laureado cantor de
El Niágara. Desde aquí, Félix B Caignet diseñó la radionovela contemporánea.
Nido de historia recogida en el centenario Museo Emilio Bacardí, primero de
Cuba.
Ciudad transfundida desde su juventud por sangre
negra y esclava. Tambores y cantos trascendiendo el dolor por los grilletes. La
Ma´Teodora tocando su bandola. Pepe Sánchez, con Tristezas, primer bolero en el mundo; cuna
también del Son. Los balcones y ventanas que se abrieron a las serenatas de
Sindo, de Matamoros, Compay Segundo, Ñico Saquito y otros grandes de la trova. La ciudad – como
alguien dijo - convertida en novela por Soler Puig. La cuna centenaria de
la Tumba Francesa, patrimonio oral e intangible de la humanidad.
Todo
eso es Santiago de Cuba. La ciudad de Mariana Grajales, de María Cabrales, de
Antonio y José Maceo, de Guillermón, de Quintín, de Flor, de América Labadí, de
Renato Guitart, de Frank, de Otto, Tony,
Pepito, de Vilma; la ciudad de Gloria Cuadras. La ciudad que estrenó el uniforme verde olivo. Donde las
madres no lloraban a sus hijos caídos, porque sus gargantas estaban ocupadas
por las notas del Himno Nacional y los gritos de !Revolución!
La
ciudad del Moncada, del 30 de Noviembre, de la Lucha Clandestina. La Ciudad sin
cerrojos, como la calificara la heroína Vilma Espín. Aquí tuvo su fin el poder
colonial español en Cuba, en 1898. Aquí se proclamó el triunfo de la Revolución
cubana, el Primero de Enero de 1959, decretando el cese del dominio neocolonial
de Estados Unidos en la Patria redimida.
Primera
capital cubana establecida por el dominio español. Capital Moral de la
Revolución, la definió Fidel.
Aquí
descansan los restos venerados de nuestro Héroe Nacional, José Martí; los del
Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes; los del autor de nuestro Himno
Nacional, Perucho Figueredo; los de Mariana Grajales. El Santa Ifigenia es urna
que atesora los restos de casi una treintena de generales de nuestras gestas
independentistas; los de 39 héroes del
26 de Julio de 1953; los de decenas de
caídos en nuestra última guerra de liberación y en misiones
internacionalistas.
Ciudad
seductora de la musa de poetas. Lienzo tendido a los pintores. Página abierta a
los escritores. Ventanas siempre correspondiendo a las guitarras. De brazos
extendidos al visitante. Ciudad del
carnaval, de la conga, de la corneta
china, de la Trocha. Ciudad del pregón, de la mano tendida al amigo y el puño
cerrado ante la afrenta.
Rebelde
ayer, hospitalaria hoy, heroica siempre. Ciudad bravía. Escenario cotidiano de
hazañas. Ciudad irrepetible. Esa es nuestra Santiago. Patrimonio de todos los
cubanos. A ella, en marcha hacia la
conmemoración del aniversario 50 del glorioso 30 de Noviembre, le dedicamos lo
que de ella hemos aprendido: fidelidad, firmeza, altruismo, solidaridad y el
compromiso presente para que las futuras generaciones continúen viviendo
orgullosas de su Santiago.
El
nombre le vino de España; el apellido, de los indígenas. De nombre y apellidos,
una síntesis: mulatas y mulatos. Mezcla de sangre nativa, africana, española, asiática, francesa…
corriendo por una misma vena: santiaguera.
De
todos esos ingredientes está forjada nuestra historia. Todos convergieron en
nuestras calles la mañana del 30 de
Noviembre de 1956.
Y
de tantos atributos, ¿cuál escoger para identificar a esta ciudad en los 50
años de su Levantamiento armado? No se preocupe nadie por encontrar otro que
la halague. Llámela sencillamente así ¡Santiago de Cuba!, sin asombrarse de
nada. O nómbrela como lució vestida en esa fecha gloriosa para todos los cubanos:
La ciudad verde olivo. Y para esa fecha, a sus
hijos nos compete el homenaje que más la honrará: nuestro esfuerzo
multiplicado, nuestra obra engrandecida.
En
esta ciudad, en sus combates, en sus sacrificios, en sus glorias y en sus victorias, el principal protagonista
ha sido el pueblo.
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