.Orlando Guevara Núñez
Sobre Josué País García, Floromiro Bistel
Somodevilla y Salvador Pascual Salcedo, bien puede repetirse lo que pronunció José Martí y suscribió Fidel
en el juicio por los hechos del 26 de julio de 1953: Los cuerpos de los
héroes son el altar más hermoso de la honra.
El 30 de junio de 1957, las balas asesinas
segaron su juventud y su vida; pero ese día, le nacieron a Santiago de Cuba y a
la patria cubana tres nuevos símbolos de rebeldía, patriotismo y entrega. Ellos
borraron con su sangre la farsa de la tiranía sobre una supuesta tranquilidad
en la capital oriental.
El céntrico Parque Céspedes había sido
escogido por los esbirros batistianos para simular una paz inexistente. Pretendían
engañar a la opinión pública y desmoralizar y restarle apoyo a la insurrección
armada. Y lo que no habían podido lograr con las armas, aspiraban a alcanzarlo
con la mentira. Pero la realidad de Santiago de Cuba era otra muy distinta,
sencillamente, inocultable.
En ese mismo mes, Herbert Matthews, periodista
norteamericano que había visitado a Fidel en la Sierra Maestra en el anterior
febrero y con su reportaje desmintió el engaño de la muerte del líder
guerrillero, había escrito su percepción sobre Santiago de Cuba:
“Esta
es una ciudad en revolución contra el presidente Fulgencio Batista. Ninguna
otra descripción podría señalar el hecho de que virtualmente todo hombre, mujer
y niño en Santiago de Cuba, excepto la Policía y las autoridades militares
están luchando al costo de todo lo que ellos pueden para derribar a la
dictadura militar en La Habana”.
“Es
una de las atmósferas más extraordinarias que ha encontrado este corresponsal
en mucho tiempo y durante muchos períodos de guerra y violencia. La tensión se
palpa y es verdaderamente muy peligrosa para el régimen”.
Como reafirmación de esa rebeldía santiaguera, salieron ese
día a la calle los tres combatientes clandestinos. En ellos iban el espíritu y
la decisión de centenares de hombres y mujeres del Movimiento Revolucionario 26
de Julio. Y al ser interceptados por los esbirros de la tiranía, pelearon hasta
ofrendar la vida. No era esa, sin embargo, una acción aislada. Había sido
colocada una bomba debajo de la tribuna del mitin, cuya explosión sería señal
para la salida de grupos de acción a la calle. Pero el artefacto no detonó.
Al no escuchar el aviso, dos grupos salieron
a la calle. Uno de ellos causó dos muertos y un herido a los esbirros. El otro,
el de Josué, Floro y Salvador, fue interceptado, en la Calzada de Crombet, por fuerzas de la tiranía. Las bestias
asesinas se ensañaron con ellos, los acribillaron. Y a Josué, herido, lo montaron en un carro,
pero el salvajismo se impuso al humanismo, y fue rematado antes de llegar al
hospital. Pero a ese costo, el llamado “mitin de la coalición” o “de la paz”,
había fracasado.
Nueva sangre joven fertilizaba ese 30 de
junio las calles de Santiago de Cuba. Sangre acribillada. Sangre de Revolución.
El más joven de ellos era Josué. Solo tenía
19 años de edad. De cuna humilde. Le había bastado ese tiempo para ser Teniente
de las Milicias del 26 de Julio y combatiente del 30 de noviembre de 1956.
Había participado en las luchas estudiantiles y formado parte del Bloque
Estudiantil Martiano. Su rebeldía había encontrado cauce junto a su hermano
Frank, Pepito Tey y otros destacados revolucionarios. Perseguido y encarcelado varias veces por la
tiranía.
Floromiro.
No había cumplido aún los 23 años de edad. También de procedencia
humilde. No pudo seguir estudiando luego de alcanzar el grado sexto, por
necesidad de trabajar para el sustento
familiar. Chofer en una fábrica de galletas. Integrante de un grupo de acción
del Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Combatiente del 30 de noviembre de
1956. Había estado preso desde
el 2 de diciembre de 1956 hasta mayo de 1957.
Salvador. Era el de más edad entre los tres.
Un “veterano” de solo 23 años cumplidos.
Y es que el heroísmo no distingue edades. Como Floro y Josué, de cuna humilde.
Estudió Derecho Administrativo y laboró
en las tiendas Luxor y La Francia, de Santiago de Cuba. A la edad de 18 años ya
estaba en las filas de la Revolución, y bajo las órdenes de Pepito Tey y de Frank País, cumplió diversas y riesgosas
misiones. Una de esas tareas, fuera de Santiago de Cuba le impidió participar
en el alzamiento del 30 de noviembre.
La caída
de estos tres jóvenes héroes conmovió a
la ciudad de Santiago de Cuba en lo más hondo de sus sentimientos. El
propio Frank le escribiría a Fidel sobre el holocausto:
“Aquí
perdimos tres compañeros más, sorprendidos cuando iban a realizar un trabajo
delicado y que prefirieron morir peleando antes de dejarse detener, entre ellos
el más pequeño que me ha dejado un vacío en el pecho y un dolor muy mío en el
alma”.
El dolor fue compartido por los guerrilleros
de la Sierra Maestra, quienes escribieron a Frank una carta de duelo, que no
llegó a su destinatario por haber caído también, el 30 de julio de ese año.
En esa emotiva carta, un párrafo lo leemos
hoy con impresionante fuerza de presencia.
“Si el destino nos lo permite, juntos iremos un día a su tumba para
decirle a él y a toda esa legión de Niños Héroes, que hemos cumplido con la
primera parte de esta lucha y que con la misma entereza y espíritu de
sacrificio nos disponemos a culminar la obra de nuestra generación, teniéndolos
a ellos como fiscales supremos de nuestros actos futuros”.